Exodo 17,3-7
Salmo 94
Romanos 5,1-2.5-8
Juan 4,5-42
La primera lectura nos habla del elegido en medio del desierto. Han sido liberados de la tiranía del faraón y del pueblo egipcio. Dios los va llevando por el desierto y moldeándolos de acuerdo con su plan, aunque da la impresión de que no está teniendo todo el éxito que podía esperar. Han llegado al lugar que se llamaría más tarde Massá y Meribá, nombres que significan tentación y querella, y el pueblo protesta a Moisés, le echan en cara que el sacarlos de Egipto no fue gran solución ya que ahora están padeciendo una sed que les hace ver la muerte. Moisés informa a Dios y Dios resuelve la situación.
¿Quedaron satisfechos con el agua que salió de la roca? Posiblemente sí, el problema es que no se daban cuenta que esa sed no era sólo de agua, sino de encuentro con Dios que es capaz de abastecernos del agua y de todo lo que verdaderamente necesitamos para que el Reino de Dios se haga realidad en medio de nosotros.
¿Tengo yo sed? ¿De qué tengo yo sed? Hoy todos vamos con nuestra botella de agua, agua de todos los sabores. ¿Hemos satisfecho nuestra sed?
El que ha padecido verdadera sed y/o verdadera hambre se acordará que son razones para casi desesperarse, especialmente al no saber dónde podremos encontrar agua o comida. El ser humano puede sentirse tremendamente desesperado porque no encuentra aquéllo para satisfacer las grandes necesidades de la propia vida, necesidades que son incluso más fuertes que la misma sed y hambre.
La segunda lectura, tomada este domingo de Pablo que escribe a los Romanos sirve para tranquilizarnos, para asegurarnos, para darnos esperanza, pues hemos sido justificados en Cristo, el amor de Dios ha sido derramado sobre nosotros. El cristiano no puede desesperarse, el cristiano está llamado a, en el nombre de Cristo, dar esperanza a todos esos que a pesar de haber bebido en abundancia y comido hasta la saciedad, siguen teniendo hambre y sed de algo que dé sentido a su propia existencia. El cristiano está llamado a ser como la roca de donde brotó el agua para calmar la sed del pueblo elegido y dar ánimos para continuar el camino.
Satisfacer las necesidades del otro, ya sea el esposo o la esposa, la madre o el padre, los hijos, sea quien sea es vocación de cristiano que comparte lo que es y lo que tiene, lo mismo que el Señor, entregándose por nosotros.
En el pasaje evangélico tomado de San Juan, es un diálogo hermosísimo entre el profeta Jesús, y la mujer Samaritana, mujer con su propia vida, mujer que representa varias comunidades o aspectos de la vida.
La escena es magnífica, hay una gran humanidad en este relato del diálogo entre Jesús y la mujer samaritana.
Jesús está cansado y se sienta al lado del pozo (él también tiene sed), sus compañeros han ido a comprar comida, y sin anunciarse llega una mujer samaritana y comienza un diálogo entre Jesús y ella. Primero es él quien pide agua, ella se extraña que este hombre se dirija a ella pues pertenecen a clanes que no se hablan ni se entienden entre sí. Él, Jesús, la reta con una observación que ella no acaba de entender, pero no impide el diálogo que el Maestro va conduciendo para una conversión personal de la mujer y una cosecha (el pueblo entero) quiere verlo y escucharlo.
Jesús tenía sed y tenía hambre, y va satisfaciendo ambas por la respuesta de aquéllos que ahora le escuchan, y así instruye a sus discípulos. Si hay que beber, sí hay que comer pero la bebida y comida es hacer la voluntad del que lo envió y llevar a cabo su obra, el establecimiento del Reino, un reino que no tiene fronteras, que no necesita de terrenos, que va a estar basado en espíritu y en verdad, como el verdadero culto que se ofrece a Dios.
Oremos para conocer el don de Dios, para que nuestra relación con Jesús esté basada en el espíritu y la verdad, para que sepamos priorizar las cosas que deseamos y por las que tenemos sed y hambre, para que haciendo la voluntad del que nos creó sepamos dar sentido a nuestra vida.
Salmo 94
Romanos 5,1-2.5-8
Juan 4,5-42
La primera lectura nos habla del elegido en medio del desierto. Han sido liberados de la tiranía del faraón y del pueblo egipcio. Dios los va llevando por el desierto y moldeándolos de acuerdo con su plan, aunque da la impresión de que no está teniendo todo el éxito que podía esperar. Han llegado al lugar que se llamaría más tarde Massá y Meribá, nombres que significan tentación y querella, y el pueblo protesta a Moisés, le echan en cara que el sacarlos de Egipto no fue gran solución ya que ahora están padeciendo una sed que les hace ver la muerte. Moisés informa a Dios y Dios resuelve la situación.
¿Quedaron satisfechos con el agua que salió de la roca? Posiblemente sí, el problema es que no se daban cuenta que esa sed no era sólo de agua, sino de encuentro con Dios que es capaz de abastecernos del agua y de todo lo que verdaderamente necesitamos para que el Reino de Dios se haga realidad en medio de nosotros.
¿Tengo yo sed? ¿De qué tengo yo sed? Hoy todos vamos con nuestra botella de agua, agua de todos los sabores. ¿Hemos satisfecho nuestra sed?
El que ha padecido verdadera sed y/o verdadera hambre se acordará que son razones para casi desesperarse, especialmente al no saber dónde podremos encontrar agua o comida. El ser humano puede sentirse tremendamente desesperado porque no encuentra aquéllo para satisfacer las grandes necesidades de la propia vida, necesidades que son incluso más fuertes que la misma sed y hambre.
La segunda lectura, tomada este domingo de Pablo que escribe a los Romanos sirve para tranquilizarnos, para asegurarnos, para darnos esperanza, pues hemos sido justificados en Cristo, el amor de Dios ha sido derramado sobre nosotros. El cristiano no puede desesperarse, el cristiano está llamado a, en el nombre de Cristo, dar esperanza a todos esos que a pesar de haber bebido en abundancia y comido hasta la saciedad, siguen teniendo hambre y sed de algo que dé sentido a su propia existencia. El cristiano está llamado a ser como la roca de donde brotó el agua para calmar la sed del pueblo elegido y dar ánimos para continuar el camino.
Satisfacer las necesidades del otro, ya sea el esposo o la esposa, la madre o el padre, los hijos, sea quien sea es vocación de cristiano que comparte lo que es y lo que tiene, lo mismo que el Señor, entregándose por nosotros.
En el pasaje evangélico tomado de San Juan, es un diálogo hermosísimo entre el profeta Jesús, y la mujer Samaritana, mujer con su propia vida, mujer que representa varias comunidades o aspectos de la vida.
La escena es magnífica, hay una gran humanidad en este relato del diálogo entre Jesús y la mujer samaritana.
Jesús está cansado y se sienta al lado del pozo (él también tiene sed), sus compañeros han ido a comprar comida, y sin anunciarse llega una mujer samaritana y comienza un diálogo entre Jesús y ella. Primero es él quien pide agua, ella se extraña que este hombre se dirija a ella pues pertenecen a clanes que no se hablan ni se entienden entre sí. Él, Jesús, la reta con una observación que ella no acaba de entender, pero no impide el diálogo que el Maestro va conduciendo para una conversión personal de la mujer y una cosecha (el pueblo entero) quiere verlo y escucharlo.
Jesús tenía sed y tenía hambre, y va satisfaciendo ambas por la respuesta de aquéllos que ahora le escuchan, y así instruye a sus discípulos. Si hay que beber, sí hay que comer pero la bebida y comida es hacer la voluntad del que lo envió y llevar a cabo su obra, el establecimiento del Reino, un reino que no tiene fronteras, que no necesita de terrenos, que va a estar basado en espíritu y en verdad, como el verdadero culto que se ofrece a Dios.
Oremos para conocer el don de Dios, para que nuestra relación con Jesús esté basada en el espíritu y la verdad, para que sepamos priorizar las cosas que deseamos y por las que tenemos sed y hambre, para que haciendo la voluntad del que nos creó sepamos dar sentido a nuestra vida.
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