Estamos en el domingo de la semana novena del tiempo ordinario (Año A) y este próximo miércoles damos comienzo a la Santa Cuaresma. La primera lectura de hoy nos habla de esos dos caminos: el bien y el mal, la obediencia y la desobediencia, la bendición y la maldición.
El Señor, como nos dice Moisés, ha puesto delante de nosotros esos dos caminos, podemos seguir uno u otro, pero nos advierte que no nos llevan al mismo término, uno trae bendición, el otro maldición.
Hay quienes en ocasiones piensan que la ley de Dios es para hacernos la vida difícil o quitarnos libertad o controlar nuestras vidas. Sin embargo cuando la vemos con serenidad y pensando en un sentido comunitario y de complementariedad podemos darnos cuenta de la sabiduría de la misma, que es para nuestro bienestar, entendimiento, convivencia, paz y armonía. Los semáforos, algo tan común en nuestro diario vivir, nos pueden resultar pesados y a veces cuando tenemos prisa, desesperantes, y sin embargo gracias a que la inmensa mayoría los obedece, se salvan infinidad de vidas y se evita el caos.
Con la lectura evangélica de este domingo se da por terminado ese famoso discurso del monte donde el Señor nos ha enseñado una forma distinta de pensar y de actuar. Distinta en el sentido de mejor o más perfecta de lo que se pensaba con anterioridad, en otras palabras, nos ha ido guiando por el camino del Reino.
En la vida diaria y en muchos lugares hay la buena costumbre de que uno no se presenta con las manos vacías en la casa del que nos invitó. Y en la mayoría de los casos, la gente lo hace con todo cariño y respeto. Hay también que tener cuidado de esos que se te acercan con grandes aspavientos y adulaciones, de lo que uno puede muy bien deducir que lo que quieren es pedirte algo.
La verdadera amistad no existe, simplemente, por tu posición en la sociedad, por tu poder de influenciar razón por la que, también, otros se acercan para conseguir algo que a ellos les interesa y una vez que lo consiguen, si te he visto no me acuerdo.
En este pasaje evangélico, San Mateo nos presenta a Jesús muy consciente de esa posible situación y por eso recuerda a sus oyentes que toda esa palabrería, si no está acompañada de una vida digna y verdadera, no les va a proporcionar nada. Parece como si les estuviera, nos estuviera diciendo: ya podéis echarme piropos, ya podéis acercaros cantando mis glorias, contando mis triunfos, ofreciéndome incienso, dándome títulos honoríficos que si no hacéis la voluntad del Padre que está en los cielos, de nada os va a servir para entrar en el Reino.
La enseñanza que el Señor ofrece no termina en lo que son meras palabras, incluso pasa a la acción y menciona que algunos aducirán el haber predicado, practicado exorcismos y hecho milagros todo lo cual no es suficiente, pues no basta el actuar, hay que hacerlo por las razones verdaderas, y cuando así no sucede el mismo Señor les responderá con palabras que hacen temblar: "Nunca os he conocido. ¡Lejos de mí, los que practicáis la maldad"!
Y por si acaso no nos hemos enterado de lo que quiere decir, añade: "Todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se salvará. El que las escucha, pero no hace caso se condenará".
Y para aquéllos que todavía no lo hayan entendido les propone el ejemplo de las casas construidas, una sobre roca y la otra sobre arena. Vino la lluvia, la riada, soplaron los vientos y la primera quedó en pie y la segunda se derribó, una estaba anclada en la roca, la otra descansaba sobre la arena movediza.
Ante nosotros tenemos el bien y el mal, la alianza con Dios o el rechazo de la misma, la obediencia a la Ley y la desobediencia, la armonía de vida y la anarquía, la libertad o el libertinaje, la gracia o el pecado. Nosotros decidimos. Nosotros tendremos que aceptar las consecuencias.
Ojalá que la Iglesia, que nuestra comunidad de fe sea testigo de obediencia al Padre, imitando al Hijo y bajo la guía del Espíritu, para poder llevarle todos aquellos que le buscan con sincero corazón, y despierte en los demás el deseo de encontrarse con el que es nuestra vida y nuestra salvación.
El Señor, como nos dice Moisés, ha puesto delante de nosotros esos dos caminos, podemos seguir uno u otro, pero nos advierte que no nos llevan al mismo término, uno trae bendición, el otro maldición.
Hay quienes en ocasiones piensan que la ley de Dios es para hacernos la vida difícil o quitarnos libertad o controlar nuestras vidas. Sin embargo cuando la vemos con serenidad y pensando en un sentido comunitario y de complementariedad podemos darnos cuenta de la sabiduría de la misma, que es para nuestro bienestar, entendimiento, convivencia, paz y armonía. Los semáforos, algo tan común en nuestro diario vivir, nos pueden resultar pesados y a veces cuando tenemos prisa, desesperantes, y sin embargo gracias a que la inmensa mayoría los obedece, se salvan infinidad de vidas y se evita el caos.
Con la lectura evangélica de este domingo se da por terminado ese famoso discurso del monte donde el Señor nos ha enseñado una forma distinta de pensar y de actuar. Distinta en el sentido de mejor o más perfecta de lo que se pensaba con anterioridad, en otras palabras, nos ha ido guiando por el camino del Reino.
En la vida diaria y en muchos lugares hay la buena costumbre de que uno no se presenta con las manos vacías en la casa del que nos invitó. Y en la mayoría de los casos, la gente lo hace con todo cariño y respeto. Hay también que tener cuidado de esos que se te acercan con grandes aspavientos y adulaciones, de lo que uno puede muy bien deducir que lo que quieren es pedirte algo.
La verdadera amistad no existe, simplemente, por tu posición en la sociedad, por tu poder de influenciar razón por la que, también, otros se acercan para conseguir algo que a ellos les interesa y una vez que lo consiguen, si te he visto no me acuerdo.
En este pasaje evangélico, San Mateo nos presenta a Jesús muy consciente de esa posible situación y por eso recuerda a sus oyentes que toda esa palabrería, si no está acompañada de una vida digna y verdadera, no les va a proporcionar nada. Parece como si les estuviera, nos estuviera diciendo: ya podéis echarme piropos, ya podéis acercaros cantando mis glorias, contando mis triunfos, ofreciéndome incienso, dándome títulos honoríficos que si no hacéis la voluntad del Padre que está en los cielos, de nada os va a servir para entrar en el Reino.
La enseñanza que el Señor ofrece no termina en lo que son meras palabras, incluso pasa a la acción y menciona que algunos aducirán el haber predicado, practicado exorcismos y hecho milagros todo lo cual no es suficiente, pues no basta el actuar, hay que hacerlo por las razones verdaderas, y cuando así no sucede el mismo Señor les responderá con palabras que hacen temblar: "Nunca os he conocido. ¡Lejos de mí, los que practicáis la maldad"!
Y por si acaso no nos hemos enterado de lo que quiere decir, añade: "Todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se salvará. El que las escucha, pero no hace caso se condenará".
Y para aquéllos que todavía no lo hayan entendido les propone el ejemplo de las casas construidas, una sobre roca y la otra sobre arena. Vino la lluvia, la riada, soplaron los vientos y la primera quedó en pie y la segunda se derribó, una estaba anclada en la roca, la otra descansaba sobre la arena movediza.
Ante nosotros tenemos el bien y el mal, la alianza con Dios o el rechazo de la misma, la obediencia a la Ley y la desobediencia, la armonía de vida y la anarquía, la libertad o el libertinaje, la gracia o el pecado. Nosotros decidimos. Nosotros tendremos que aceptar las consecuencias.
Ojalá que la Iglesia, que nuestra comunidad de fe sea testigo de obediencia al Padre, imitando al Hijo y bajo la guía del Espíritu, para poder llevarle todos aquellos que le buscan con sincero corazón, y despierte en los demás el deseo de encontrarse con el que es nuestra vida y nuestra salvación.
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