En la renovación misionera, un papel fundamental es el de los párrocos, sostiene el cardenal Odilo Scherer, arzobispo de São Paolo (Brasil).
En las parroquias, los párrocos “son los primeros formadores, animadores y guías del pueblo en la vida cristiana y eclesial”. Cada sacerdote “es un misionero por la naturaleza misma del ministerio que han recibido. La distinción entre los carismas de pastor y de misionero es muy sutil, y en la práctica los dos carismas son inseparables”.
“Jesucristo ha llamado a discípulos y a apóstoles, asociándoles a la misma misión y nombrándoles colaboradores, confiándoles la evangelización a su responsabilidad. Por esto la vida y la misión de la Iglesia dependen también de nosotros y de nuestro compromiso humano para su correcta realización”.
El cardenal explicó que “la diferencia entre sacerdote misionero y sacerdote 'pastor de almas' es posible, pero sería impropio separar estas dos dimensiones del único sacerdote de Cristo”. El carisma misionero del presbítero “deriva de su configuración con Jesucristo, Sumo Sacerdote y Pastor de la Iglesia; Él fue totalmente misionero del Padre y totalmente sacerdote y pastor de la humanidad”.
“En ningún momento estas tres dimensiones de la identidad mesiánica se separan en la persona y en la acción de Jesús, constituyendo en su conjunto la expresión del su amor por la humanidad”.
Monseñor Scherer añadió que la preocupación por la misión “ad gentes” “no tiene que ver sólo con los pueblos lejanos y distintos del nuestro, a los que presumiblemente no ha llegado el Evangelio”. Estos pueblos existen y deben estar en el centro de nuestra preocupación misionera -reconoció-. Las 'gentes' que hay que evangelizar, sin embargo, viven hoy muy cerca de nosotros y entre nosotros”.
“Son inmigrantes de condiciones religiosas distintas, que no tienen todavía relación alguna con la fe cristiana, pero también son muchos los bautizados y nunca evangelizados o hijos de familias católicas que no han sido nunca bautizados y a quienes se les ha privado de la fe y del patrimonio de la vida eclesial”.
“¡Sería hermoso que las parroquias fueran invadidas de un intenso ardor misionero que contagiasen a cuantos ya participan de la vida de la Iglesia, con el deseo de llevar a muchos hermanos a Cristo!", confesó monseñor Scherer.
Mas informacion: http://www.zenit.org/
En las parroquias, los párrocos “son los primeros formadores, animadores y guías del pueblo en la vida cristiana y eclesial”. Cada sacerdote “es un misionero por la naturaleza misma del ministerio que han recibido. La distinción entre los carismas de pastor y de misionero es muy sutil, y en la práctica los dos carismas son inseparables”.
“Jesucristo ha llamado a discípulos y a apóstoles, asociándoles a la misma misión y nombrándoles colaboradores, confiándoles la evangelización a su responsabilidad. Por esto la vida y la misión de la Iglesia dependen también de nosotros y de nuestro compromiso humano para su correcta realización”.
El cardenal explicó que “la diferencia entre sacerdote misionero y sacerdote 'pastor de almas' es posible, pero sería impropio separar estas dos dimensiones del único sacerdote de Cristo”. El carisma misionero del presbítero “deriva de su configuración con Jesucristo, Sumo Sacerdote y Pastor de la Iglesia; Él fue totalmente misionero del Padre y totalmente sacerdote y pastor de la humanidad”.
“En ningún momento estas tres dimensiones de la identidad mesiánica se separan en la persona y en la acción de Jesús, constituyendo en su conjunto la expresión del su amor por la humanidad”.
Monseñor Scherer añadió que la preocupación por la misión “ad gentes” “no tiene que ver sólo con los pueblos lejanos y distintos del nuestro, a los que presumiblemente no ha llegado el Evangelio”. Estos pueblos existen y deben estar en el centro de nuestra preocupación misionera -reconoció-. Las 'gentes' que hay que evangelizar, sin embargo, viven hoy muy cerca de nosotros y entre nosotros”.
“Son inmigrantes de condiciones religiosas distintas, que no tienen todavía relación alguna con la fe cristiana, pero también son muchos los bautizados y nunca evangelizados o hijos de familias católicas que no han sido nunca bautizados y a quienes se les ha privado de la fe y del patrimonio de la vida eclesial”.
“¡Sería hermoso que las parroquias fueran invadidas de un intenso ardor misionero que contagiasen a cuantos ya participan de la vida de la Iglesia, con el deseo de llevar a muchos hermanos a Cristo!", confesó monseñor Scherer.
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