sábado, 1 de octubre de 2022

La fe crece arriesgando. No hay fe si no hay riesgo.


Comentario por Julio González, S.F.

Santa Teresa de Ávila le decía a Jesús: "Señor, no me extraña que tengas tan pocos amigos si les tratas como a mí." En la primera lectura escuchamos la súplica de un creyente que lucha con su fe y, a fin de cuentas, con Dios:

"Hasta cuando, Señor, 
he de pedirte ayuda sin que tu me escuches? 
Hasta cuando he de quejarme de la violencia 
sin que tu nos salves? 
¿Por qué me haces presenciar calamidades? 
¿Por qué debo contemplar el sufrimiento?"

Algunas veces oramos diciendo "Señor, aumenta mi fe", cuando lo que queremos decir es "Señor, aumenta mi felicidad, mi comodidad, mi salud, mis seguridades...", pues esto lo que en realidad queremos. Pero la fe es otra cosa.

El cristiano que dice "Señor, aumenta mi fe" no le pide a Dios un cambio de planes, sino "esperanza, fortaleza, sabiduría, para enfrentarse a sus inseguridades y debilidades, a sus desafíos y conflictos".

La fe nos sostiene cuando nuestra paz, comodidad y seguridades, están en peligro. Por eso, oramos diciendo "aumenta mi fe". La fe no nos da la seguridad de que tendremos éxito, pero el miedo al fracaso no nos paraliza porque la misión del cristiano no consiste en asegurar la salud, la vida, las propiedades, sino en compartirlas, perderlas por algo o, mejor, por Alguien mas importante y querido que uno mismo.

Por eso, la fe es un don. No podemos inventarnos esa llamada, esa misión que da sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. Esto es algo que se nos propone poco a poco, crece desde lo pequeño, sin prisas, sin embargo, una vez que se hace presente en la oración y vida del creyente, entonces, ya sólo tenemos dos opciones: o lo damos todo o abandonamos.

Cuando un amigo de Martin Luther King, Jr., le dijo: "Si continuas luchando por los derechos de nuestros hermanos, te van a matar", King respondió: "Si abandono ahora, mi vida sería mucho más tranquila y mi familia dejaría de preocuparse por mí, pero entonces viviría sin un propósito, sin un motivo, sin una causa por la que dar mi vida".

¿Qué es mejor: una vida llena de sentido, con entrega y sacrificio, o una vida sin entrega y sacrificio, pero sin sentido? Algunos aspiran a vivir una vida llena de sentido sin preocuparse y sin sacrificarse. ¿Es esto posible? No será que la entrega y el sacrificio son también necesarios en nuestra realización y crecimiento personal?

La entrega y el sacrificio no son malos, algo que hay que debemos evitar a toda costa. A veces este es el único camino para no vivir instalado en la mediocridad, pero para eso hace falta tener fe.

No hay comentarios: