martes, 27 de septiembre de 2022

San Vicente de Paúl: un hombre universal. Canonización



Los esclavos de Berbería (1646)

De todas las obras llevadas a cabo en el extranjero, quizá ninguna le interesó tanto como la de los pobres esclavos de Berbería, cuya suerte compartió una vez. Había entre 25 mil y 30 mil de estos desgraciados repartidos sobre todo entre Túnez, Argel y Bizerta. Cristianos en su mayor parte, habían sido apartados de sus familias por los corsarios turcos. Eran tratados como bestias de carga, condenados a terribles trabajos, sin ningún cuidado físico o espiritual.

Vicente no dejó nada por hacer para enviarles ayuda. En 1645 les envió un sacerdote y un fraile, que fueron seguidos por otros. Vicente había hecho que uno de ellos fuera investido con la dignidad de cónsul para que pudiera trabajar más eficazmente para los esclavos. Les envió frecuentes misiones y les aseguró los servicios de la religión.

Al mismo tiempo actuaron como agentes con sus familias y fueron capaces de liberar a algunos de ellos. A la muerte de San Vicente, estos misioneros habían rescatado a 1.200 esclavos, habiendo gastado 1.200.000 libras en los esclavos de Berbería, por no mencionar las ofensas y persecuciones de todo tipo que ellos mismos padecieron por parte de los turcos.

Pacificador en una época de convulsión política (1649)

Cuando París se levantó contra la regente Ana de Austria, que fue obligada a retirarse a St.-Germain-en-Laye (1649), Vicente afrontó grandes riesgos implorando clemencia para ella en nombre del pueblo de París. También reconvino al mismo Mazarino. Su consejo no fue escuchado. Vicente redobló entonces sus esfuerzos para aliviar los males de la guerra en París.

Su beneficencia socorría diariamente a 15 mil ó 16 mil refugiados; sólo en la parroquia de San Pablo las Hermanas de la Caridad ofrecían sopa diariamente a 500 pobres, aparte de cuidar a 60 u 80 enfermos. 

En aquel tiempo, Vicente, sin preocuparse por los peligros que corría, multiplicó cartas y visitas a la Corte de St. Denis para conseguir paz y clemencia; incluso escribió una carta al Papa pidiéndole que interviniera e interpusiera su mediación para acelerar la paz entre las dos partes.

Condena del Jansenismo (1655-1656)

Cuando Duvergier de Hauranne, más tarde abad de St. Cyran, llegó a París (aproximadamente en 1621), Vicente de Paúl mostró algún interés en él por percibir en él sabiduría y piedad. Pero, cuando se informó mejor acerca de los fundamentos de sus ideas sobre la gracia, lejos de ser engañado por ellas, se esforzó por apartarlo del camino del error.

Cuando el “Augustinus” de Jansenio y “Comunión Frecuente” de Arnauld revelaron las auténticas ideas y opiniones de la secta, Vicente se dispuso a combatir y persuadió al obispo de Lavaur, Abra de Raconis, para que escribiera contra ellas.

En el Consejo de Conciencia se opuso a la admisión a beneficios de cualquiera que compartiera las ideas jansenistas y se unió al canciller y al nuncio en la busca de medios para resistir su progreso. A iniciativa suya algunos obispos de St. Lazare decidieron informar al Papa de estos errores.

Vicente persuadió a ochenta y cinco obispos para que solicitaran la condena de las proposiciones jansenistas y convenció a Ana de Austria para que escribiera al Papa para acelerar su decisión. Cuando las cinco proposiciones fueron condenadas por Inocencio X (1655) y Alejandro VII (1656), Vicente procuró que todos aceptaran esta sentencia.

Su celo por la Fe, empero, no le hizo olvidar su caridad, lo cual demostró con el abad de St. Cyran, a quien Richelieu había encarcelado (1638). Cuando Inocencio X anunció su decisión, Vicente visitó a los solitarios de Port-Royal para felicitarlos por su intención, previamente manifestada, de someterse por completo a la decisión del Papa. Además, rogó a los predicadores conocidos por su celo antijansenista que evitaran en sus sermones todo aquello que pudiera amargar a sus adversarios.

Pérfil del religioso

Su vida tan fructífera en obras tenía su origen en un profundo espíritu religioso y en una intensa vida interior. Era fiel a las obligaciones de su estado, obedeciendo con atención las sugerencias de fe y piedad y consagrándose con devoción a la oración, la meditación y los ejercicios religiosos y ascéticos.

De mente práctica y prudente, no dejaba nada al azar. Su desconfianza en sí mismo sólo era igualada por su confianza en la Providencia. Cuando fundó la Sociedad de la Misión y las Hermanas de la Caridad se abstuvo de darles instrucciones fijas por adelantado. Sólo tras varios intentos y una larga experiencia decidió en los últimos años de su vida darles reglas definitivas.

Su celo por las almas no conocía límite; todas las ocasiones eran para él oportunidades para ponerlo en práctica. Cuando murió, los pobres de París perdieron a su mejor amigo y la humanidad, un benefactor sin par en tiempos modernos.

Canonización

Cuarenta años después (1705), el Superior General de los lazaristas solicitó la iniciación del proceso de canonización. Muchos obispos, entre ellos Bossuet, Fénelon, Fléchier y el Cardenal de Noailles, apoyaron la petición.

El 13 de agosto de 1729 fue beatificado por Benedicto XIII, y canonizado por Clemente XII el 16 de junio de 1737. En 1885 León XIII lo nombró patrón de las Hermanas de la Caridad.

En el curso de su larga y ajetreada vida, Vicente de Paúl escribió un gran número de cartas, estimadas en no menos de 30 mil. Tras su muerte se comenzó la tarea de recopilarlas, y en el siglo XVIII se habían reunido 7 mil; muchas se han perdido desde entonces. Las que se han conservado se publicaron con errores bajo el título de “Lettres et conférences de St. Vincent de Paul” (supplément, Paris, 1888); “Lettres inédites de saint Vincent de Paul” (coste in “Revue de Gascogne”, 1909, 1911); “Lettres choisies de saint Vincent de Paul" (Paris, 1911); el total de cartas publicadas es de unas 3.200. También se han recogido y publicado sus “Conférences aux missionaires" (Paris, 1882) y “Conférences aux Filles de la Charité” (Paris, 1882).

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