martes, 16 de agosto de 2022

Sobre los lapsi


“Lapsi” es el nombre que se da en el siglo III a los cristianos que recaían en el paganismo, especialmente durante las persecuciones, negando la fe y ofreciendo sacrificio a los dioses paganos, o mediante otros actos. 

Muchos de los lapsi no regresaron al paganismo por convicción. Simplemente no tenían la fortaleza para confesar la fe al ser amenazados con la pérdida de sus bienes y castigos severos (destierro, trabajos forzados, muerte). Su deseo era librarse de la persecución por un acto externo de apostasía, y salvar su propiedad, libertad y vida. 

Obligación de los cristianos a confesar la fe cristiana

La obligación de confesar la fe cristiana y evitar cualquier acto de negación se estableció en la Iglesia desde tiempos apostólicos. La Primera Epístola de San Pedro exhorta a los creyentes a permanecer firmes al ser visitados por la aflicción (1,6-7; 4,16-17). 

En su carta a Trajano, Plinio escribe que aquellos que son verdaderamente cristianos no ofrecerán sacrificios ni pronunciarán ningún ultraje contra Cristo. Sin embargo, tanto en El Pastor de Hermas, como en los relatos de las persecuciones y martirios, los cristianos mostraron debilidad después del siglo II, apostatando de la fe. 

El objetivo de los procesos civiles contra los cristianos era que apostataran, es decir, que renegaran de su fe cristiana. Eran absueltos aquellos cristianos que declaraban que ya no querían serlo y realizaban actos de culto paganos. Los que no apostataban eran castigados. 

En el Martirio de San Policarpo, leemos sobre un frigio, Quinto, quien inicialmente confesó la fe cristiana pero luego mostró debilidad al ver las bestias en el anfiteatro, siendo persuadido por el procónsul para ofrecer el sacrificio pagano. La Carta de los cristianos de Lyon durante la persecución en el 177, informa que diez cristianos mostraron debilidad y apostataron; sin embargo, una vez confinados y estimulados por el ejemplo y el trato fraternal de los cristianos que habían permanecido firmes en la fe, muchos de ellos se arrepintieron de su apostasía y en un segundo juicio, en el cual iban a ser absueltos, confesaron a Jesucristo y se ganaron la corona del martirio. (Eusebio, Historia de la Iglesia, V.2).

En general, la Iglesia del siglo II y comienzos del siglo III estableció que un apóstata, aún si hacia penitencia, no debía ser admitido de nuevo a la comunidad cristiana, o no se le permitía recibir la Santa Eucaristía. La idolatría era uno de los tres pecados capitales que conllevaban la exclusión de la Iglesia. 
Después de la mitad del siglo III, el asunto del lapsi ocasionó serias disputas en las comunidades cristianas, lo cual motivaría el desarrollo de la disciplina penitencial en la Iglesia. 

La persecución de Decio las diferentes maneras de apostatar

Durante la persecución de Decio (250-251), por primera vez, la debilidad de los lapsi ocasionó una gran controversia en la Iglesia y provocó un cisma. Un edicto imperial que buscaba exterminar el cristianismo, ordenó que todos los cristianos debía realizar un acto de idolatría. Quienes se negaran serían castigados. Los oficiales romanos fueron instruidos para buscar a los cristianos y obligarlos a sacrificar, procediendo contra los que se negaban con la mayor severidad. 

Las consecuencias de este primer edicto general fueron muy negativas para la Iglesia. Durante el largo período de paz que habían tenido, muchos cristianos habían relajado su estilo de vida en conformidad con valores mundanos: propiedades y riquezas, carrerismo y buena fama, comodidades... Una gran parte del laicado, y algunos miembros del clero, acudieron a los altares paganos para ofrecer sacrificios. Estamos bien informados de estos sucesos en África y en Roma por la correspondencia de san Cipriano, Obispo de Cartago, y por sus tratados, De catholicae ecclesiae unitate y De lapsis

Había varias clases de lapsi, según el acto por el cual negaban su fe en Jesucristo: 

(a) los sacrificati, que habían ofrecido sacrificio a los ídolos
(b) los thuruficati, que habían quemado incienso en el altar ante la estatua de los dioses 
(c) los libellatici, que habían redactado una certificación (libellus), o, sobornado a las autoridades 
      para conseguir que se la redactaran, haciendo ver que habían sacrificado, sin haberlo realizado.

Los sacrificati y los thurificati recibían un certificado por haber sacrificado a los ídolos. Los libellatici se hacían con un certificado (libellum) sin haber ofrecido el sacrificio.

Los nombres de los apostatas eran anotados en los registros de la corte. A partir de entonces, podían sentirse a salvo de futuras inquisiciones y persecuciones. 

La mayoría de los lapsi sucumbieron al edicto de Decio por debilidad. En su corazón deseaban seguir siendo cristianos. Sintiéndose a salvo de futuras persecuciones, querían asistir al culto cristiano otra vez y ser readmitidos a la comunión de la Iglesia. Este deseo era contrario a la disciplina penitencial existente. 

Intercesión de los confesores a favor de los lapsi

Los lapsi de Cartago lograron ganar para su causa a algunos cristianos que, sufriendo tortura y prisión, habían permanecido fieles. Estos confesores enviaron cartas de recomendación  (libella pacis) a nombre de los mártires muertos al obispo Cipriano. Presentando estas “cartas de paz”, los lapsi deseaban la admisión inmediata a la comunión con la Iglesia. Algunos clérigos hostiles al obispo san Cipriano los admitían sin ningún contratiempo. 

Desavenencias similares surgieron en Roma. Los oponentes cartagineses de san Cipriano buscaron apoyo en la capital. Cipriano, que había estado comunicándose con el clero romano durante la vacante de la Santa Sede después del martirio del papa Fabián, decidió que nada se podía hacer sobre el asunto de la reconciliación de los lapsi hasta que terminase la persecución y él pudiese regresar a Cartago. Sólo los apóstatas que habían demostrado ser penitentes y tenían una nota personal (libellus pacis) de un confesor o un mártir, podían obtener la absolución y admisión a la comunión con la Iglesia y a la Santa Eucaristía, en el caso de estar muy enfermos o próximos a morir. 

En Roma, se estableció la norma de que los apóstatas no debían ser rechazados sino que debían hacer penitencia, para que, en caso de ser citados nuevamente ante las autoridades, pudieran reparar su apostasía y confesar su fe. La comunión no se podía negar a aquéllos que estuviesen muy enfermos y desearan reparar su apostasía haciendo la penitencia.

Cuando, después de la elección de Cornelio a la silla de Pedro, el sacerdote romano Novaciano se postuló en Roma como el antipapa, reclamó ser el defensor de la disciplina estricta tradicional. Novaciano se negaba a readmitir a la comunión con la Iglesia a cualquiera que hubiese caído en apostasía.

Sínodos de Roma y África

Poco después que Cipriano regresó en la primavera del 251 a Cartago, su sede episcopal, se celebraron sínodos en Roma y África, llegándose a un acuerdo en la controversia de los lapsi. Se adoptó como principio que debían hacer penitencia pública (exomologesis) para ser, finalmente, readmitidos a la comunión. 

Al fijar la duración de la penitencia, los obispos debían considerar las circunstancias en las que se había producido la apostasía: por ejemplo, si el penitente había ofrecido sacrificio una vez o sólo después de la tortura; si había dejado a su familia en la apostasía o los había salvado de ella, después de haber obtenido para sí mismo un certificado de haber sacrificado. 

Quienes por su propia voluntad habían sacrificado (los sacrificati o thurificati), solamente serían reconciliados con la Iglesia a la hora de la muerte. Los libellatici podrían, después de hacer penitencia, ser readmitidos. 

En vistas de una nueva persecución, entonces inminente, se decidió que en un sínodo cartaginense posterior todos los lapsi que habían hecho penitencia pública debían ser readmitidos a la comunión con la Iglesia. El obispo Dionisio de Alejandría adoptó la misma actitud hacia el lapsi que el papa Cornelio, los obispos italianos, y Cipriano y los obispos africanos. 

El cisma de Novaciano

En Oriente, el rigorismo Novaciano al principio encontró una recepción favorable pero los esfuerzos de los que apoyaban al papa Cornelio hicieron que la mayoría de los obispos orientales reconocieran a Cornelio como el Pontífice romano legítimo. Sin embargo, el novacionismo arraigó en un pequeño grupo de cristianos decepcionados por la deriva de lo que consideraban nuevas disposiciones en la tradición de la Iglesia.

Durante la persecución de Diocleciano, la controversia de los lapsi volvió a repetirse. Muchos mostraron debilidad y realizaron actos de culto pagano, o trataron de evadir la persecución mediante artificios. Algunos sobornaban a  los oficiales y enviaban a sus esclavos a los sacrificios paganos en vez de ir ellos mismos. Otros sobornaban a los paganos para que asumieran sus nombres y realizaran los sacrificios requeridos (Petrus Alexandrinus, Liber de poenitentia en Routh, "Reliquiae Sacr.", IV, 2nd ed., 22 sqq). 

Traditores

Durante la persecución de Diocleciano apareció una nueva categoría de lapsi: los traditores, cristianos (en su mayoría clérigos) que, obedeciendo a un edicto, entregaban los libros sagrados a las autoridades romanas. El término traditores fue dado tanto a los que entregaban los libros sagrados, como a aquellos que entregaban obras seculares en su lugar. 

Los traditores intentaron obtener la readmisión a la comunión con la Iglesia sin hacer penitencia, pero los papas Marcelo y Eusebio se adhirieron a la disciplina penitencial tradicional. Las disputas entre los cristianos romanos sobre el trato que debía darse a los traditores hizo que Marco Aurelio Maxentio desterrase a Marcelo, luego a Eusebio y a Heraclio. En África, el cisma donatista surgió de las disputas sobre los lapsi, sobre todo debido a los traditores. 

Varios sínodos del siglo IV redactaron cánones sobre el tratamiento de los lapsi, por ejemplo el Sínodo de Elvira en 306 (can. I-IV, XLVI), o Arles en 314 (can. XIII), de Ancira en 314 (can. I-IX), y el Concilio General de Niza (can. XIII). Muchas de las decisiones de estos sínodos concernían sólo a miembros del clero que habían cometido actos de apostasía en tiempo de persecución.

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