Ezequiel 2, 8-3, 4
Salmo 118: ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
Mateo 18,1-5.10.12-14
Ezequiel 2, 8-3, 4
Salmo 118: ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
Mi alegría es el camino de tus preceptos,
más que todas las riquezas.
R. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
Tus preceptos son mi delicia,
tus decretos son mis consejeros.
R. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata.
R. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
¡Qué dulce al paladar tu promesa:
más que miel en la boca!
R. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón.
R. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
Abro la boca y respiro,
ansiando tus mandamientos.
R. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!
En aquel momento, se acercaron los discípulos de Jesús y le preguntaron: ¿Quien es el más importante en el reino de los cielos? Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños."
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