Estracto del Capitulo Segundo, punto 22:
Evangelizadores y educadores en cuanto testigos
El contexto de emergencia educativa en el cual nos encontramos confiere aún más fuerza a las palabras del Papa Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio.
Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad».
Cualquier proyecto de “nueva evangelización”, cualquier proyecto de anuncio y de transmisión de la fe no puede prescindir de esta necesidad: disponer de hombres y mujeres que con la propia conducta de vida sostengan el empeño evangelizador que viven.
Precisamente esta ejemplaridad es el valor agregado que confirma la verdad de la donación, del contenido de lo que enseñan y de lo que proponen como estilo de vida. La actual emergencia educativa acrecienta la demanda de educadores que sepan ser testigos creíbles de aquellas realidades y de aquellos valores sobre los cuales es posible fundar tanto la existencia personal de cada ser humano, como los proyectos compartidos de la vida social. A este respecto, tenemos excelentes ejemplos. Basta recordar a san Pablo, san Patricio, san Bonifacio, san Francisco Javier, los santos Cirilo y Metodio, santo Toribio de Mogrovejo, san Damian de Veuster, la beata Madre Teresa di Calcuta.
Esta exigencia se transforma para la Iglesia de hoy en una tarea de sostén y de formación de muchas personas, que desde hace tiempo están empeñadas en estas actividades de evangelización y de educación (obispos, sacerdotes, catequistas, educadores, docentes, padres) de las comunidades cristianas y están llamadas a dar mayor reconocimiento y a invertir mayores recursos en esta tarea esencial para el futuro de la Iglesia y de la humanidad.
Es necesario afirmar claramente la esencialidad de este ministerio de evangelización, de anuncio y de transmisión, dentro de nuestras Iglesias. Es igualmente necesario que cada comunidad considere nuevamente las prioridades en las propias acciones, para concentrar energías y fuerzas en este empeño común de la “nueva evangelización”.
Para que la fe sea sostenida y nutrida, ella tiene necesidad, inicialmente, de ese ámbito originario que es la familia, primer lugar de educación en la oración. En el espacio familiar puede tener lugar la educación en la fe esencialmente bajo la forma de educación del niño en la oración. Es útil para los padres rezar junto al niño para habituarlo a reconocer la presencia amante del Señor. Esto les permite ser testigos autorizados ante el mismo niño.
La formación y el cuidado con que se deberá no solo sostener a los evangelizadores ya en acción, sino llamar a nuevas fuerzas, no se reducirá a una mera preparación técnica, aunque ella sea necesaria. Será sobre todo una formación espiritual, una escuela de la fe a la luz del Evangelio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu, para vivir la experiencia de la paternidad de Dios. Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo. Puede transmitir la fe, como lo demuestra el apóstol Pablo: «creí, por eso hablé» (2 Co 4, 13).
Por lo tanto, la nueva evangelización es principalmente una tarea y un desafío espiritual. Es una tarea de cristianos que desean alcanzar la santidad. En este contexto y con este modo de entender la formación, será útil dedicar espacio y tiempo a una confrontación con respecto a las instituciones y a los instrumentos a disposición de las Iglesias locales para hacer que los bautizados sean conscientes del propio empeño misionero y evangelizador. Frente a los escenarios de la nueva evangelización, los testigos para ser creíbles deben saber hablar en los lenguajes de su tiempo, anunciando así, desde adentro, las razones de la esperanza que los anima (cf. 1 P 3, 15). Esta tarea no puede ser imaginada en modo espontáneo, exige atención, educación y cuidado.
Desideria es el nombre de uno de los personajes creados por San Jose Manyanet (1833-1901) para ilustrar su espiritualidad y su pensamiento. Desideria puede ser un hombre o una mujer, una persona joven o adulta. Pero Desideria es, ante todo, un espiritu ingenuo, inquieto e infantil, cuyo deseo de aprender y ser feliz parece no tener limites.
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