viernes, 8 de julio de 2011

Domingo 15 del Tiempo Ordinario, año A: "Nuestra mision es la de ser sembradores", por Mons. Francisco González, S.F.

Isaias 55,10-11
Salmo 64
Romanos 8,18-23
Mateo 13,1-23

En el capítulo anterior y que no entra en la Liturgia Dominical de la Palabra se habla de las críticas que el Señor Jesús recibía. Le critican porque sus discípulos arrancan espigas en un sábado. Nos relata también que los fariseos planeaban el modo de acabar con él. Los mismos fariseos le vuelven a acusar de que sus obras extraordinarias las hace por el poder de Belcebú.

¿Por qué ese odio? Yo diría que pura envidia. Los discípulos recogen la espiga porque tienen hambre. Los fariseos quieren matarlo porque ha curado a un enfermo en sábado. Le acusan de obrar por el poder de Belcebú porque ha sanado a un endemoniado. ¡Qué tremenda es alguna gente!

En este capítulo Jesús continúa su discurso en parábolas. No es difícil imaginar que tanto Jesús, pero especialmente los que le seguían tal vez empezaran a tener sus dudas acerca de la misión del Maestro. Esta haciendo mucho bien, pero los líderes políticos y religiosos están en su contra. La gente puede llegar a estar confundida. Jesús sale de casa y se sienta a la orilla del lago. Mucha gente lo ve y se acerca a él, que tiene que subirse a una barca para poderles hablar. Les explica un cuento, una historieta, una parábola que la gente que le rodea podrá entender fácilmente.

Esta parábola es conocida como “El Sembrador”. La gente está muy familiarizada con este tema, ellos en gran número son labradores, gente que trabaja la tierra.

Les dice: Un sembrador salió a sembrar. Al ir tirando la semilla a bolea, algo cayó al lado del camino, otras semillas fueron a parar entre piedras, y algunas semillas también fueron a caer entre las zarzas que había en la finca. Total que en esas áreas de la finca no hubo cosecha, en parte porque algunas semillas se las comieron los pájaros, otras porque no había tierra suficiente y las demás por falta de agua. Total, no hubo cosecha... aunque eso no fue todo, pues había algo de semilla que cayó en tierra buena y ésa sí que produjo, incluso el cien por cien en algunos casos y un treinta en lo menos.

Jesús está explicando el Reino, y cuando se está proclamándolo (sembrándolo) siempre habrá enemigos que trabajen en contra del mismo, y se pierda parte de lo sembrado, pero al final triunfará con cantidades que nos dejan asombrados.

Estamos viviendo momentos críticos. Hay movimientos, actitudes y filosofías en el mundo de hoy que impiden el crecimiento de Reino. La Iglesia nos habla de relativismo, hedonismo, narcisismo, individualismo, pelagianismo y unos cuantos más “ismos”, que nos pueden asustar, incluso desanimar, o como se suele decir, que nos empujan a “tirar la toalla”.

Todo lo cual no debe hundir a los evangelizadores si recordamos que, como nos señala Jesús, el Reino siempre va a estar bajo ataque de un lado y de otro. Lo que sí debemos darnos cuenta, que como se ha dicho infinidad de veces, no somos responsables por la cosecha, como no lo es el sembrador que no puede controlar el sol ni el agua para que la tierra produzca su fruto. Nuestra misión es la de ser sembradores: preparamos el campo, sembramos la semilla y oramos para que de su fruto, algo que está en las manos de Dios.

Esa Palabra de Dios, la semilla, dará su fruto. Dios, como leímos en el evangelio de la semana pasada, es Señor de cielo y tierra, con lo cual tenemos puesta en él toda nuestra confianza para la cosecha, pues el mismo profeta Isaías nos recuerda en la primera lectura, el mensaje del Señor que nos dice: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para dar semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo”.

...Preparamos el campo, sembramos la semilla y oramos para que de su fruto, algo que está en las manos de Dios.

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