sábado, 18 de diciembre de 2010

Cuarto Domingo de Adviento, por Mons. Francisco Gonzalez

Algunos dicen que ya llega la Navidad. Unos días más y nos despertaremos con el 25 de diciembre. Otros lo expresan tal vez con un tanto de desesperación, pues no están preparados como ellos se lo habían imaginado y así les oímos decir: "Se nos echó la Navidad encima".

La primera lectura de este cuarto domingo nos habla de fe. El rey Acaz se ve rodeado de enemigos que quieren destrozar su reino. El Señor le da ánimos, le promete protección. En un momento dado le sugiere que pida una señal y así se dará cuenta de que está protegido. Él rehúsa dicho consejo con una frase que aún siendo bonita y piadosa, es pronunciada con voz y corazón vacío de fe: "No la pido, pues no quiero tentar al Señor".

El rey tiene miedo creer en un signo que le obligaría a confiar en Dios al cien por cien, y él no tiene suficiente fe.

Un ejemplo de fe lo encontramos en la segunda lectura. Pablo está convencido de que ha sido llamado a proclamar el evangelio de Dios, evangelio que se refiere a Jesús, que habiendo nacido de mujer sigue siendo Dios, y por la fe en ese Cristo que es Hijo de Dios, está convencido de ser su apóstol para llevar a todos los pueblos a la fe.

Este es un ejemplo extraordinario, pues Pablo ha perseguido a los seguidores de Cristo, pero ahora está convencido de que en este Cristo, del que es discípulo y apóstol, se cumplen los anuncios y profecías del Antiguo Testamento, por lo cual todo ello es gracias no solamente para él personalmente, sino para todo aquel que escucha el Evangelio y lo acepta.

Y si continuamos hablando de fe por la que uno acepta la Palabra de Dios y entra de lleno en ese plan, nos encontramos con la narración de Mateo del nacimiento de Jesús, que nace de María, prometida de José y que antes de vivir juntos había concebido por obra del Espíritu Santo.

Las lecciones que José nos da son innumerables. El varón justo que sin comprender del todo la situación acepta la explicación que ha recibido de parte del ángel del Señor y cumple con la misión que le ha sido asignada: será padre legal de esta criatura y ejercerá dicha prerrogativa comenzando por ponerle un nombre: Jesús, que significa "Dios salva", y que concuerda con la profecía de Isaías quien anuncia que la Virgen dará a luz un niño, a quien pondrán por nombre: Enmanuel, que quiere decir "Dios con nosotros".

Qué lejos parece que estemos de aquellos momentos del "Dios con nosotros". Parece como si la humanidad está más cerca de la forma de pensar del rey Acaz, que de la forma de ser y pensar del Apóstol y de José. Estos últimos arriesgaron bastante con aceptar el llamado de los Alto y sin embargo respondieron con extraordinaria generosidad. Los "acaces" de nuestros días siguen viviendo una vida sin vida, en medio de zarzas y cardos.

El Enmanuel (Dios con nosotros), el Jesús (Dios salva) no puede ser menos que la gran esperanza para la humanidad. Dios no tiene otra intención que darnos la salvación por medio de su Hijo Jesucristo, que habiendo entrado visiblemente en la historia de la humanidad como un bebé necesitado de cuidados, se convierte en el dador de vida, de vida en abundancia. Un Dios como él, no puede ser menos que salvación para todo ser humano, pues como los romanos de aquellos tiempos "hemos sido elegidos amorosamente por Dios para construir su pueblo".

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