En realidad no es una huida. Es un “echar palante”. José y María estaban comprometidos de los pies a la cabeza con la voluntad de Dios y la voluntad de Dios pasaba por Egipto. En el fondo fueron a llevar la luz a la tierra de los faraones que también estaba en tinieblas y en sombras de muerte.
La leyenda dice que la Sagrada Familia viajó a Egipto, huyendo del rey Herodes, a lomos de un burrito sabanero y acompañada por una garza blanca que iba borrando las huellas dejadas en la arena del desierto para que nadie les descubriera.
Bonita historia pero leyenda al fin y al cabo, la realidad es que la Sagrada Familia anduvo siempre por la senda blanca del bien y por eso tuvo que huir del camino oscuro del mal, representado por Herodes, para volver sobre sus pasos más tarde porque su destino no era Egipto, ni Belén, ni Jerusalén. Su destino son los hogares de las familias del mundo entero, nuestros hogares. Y vienen para iluminarnos y llevarnos a todos al Nazareth del Cielo a través del desierto de este mundo.
La fiesta de hoy nos hace presente, pues, que ser cristiano es estar siempre caminando tras las huellas de Cristo que nos invita a seguirle. Santiago nos lo recuerda “la fe sin obras es una fe muerta” o lo que es lo mismo, si no caminamos con Jesús, José y María, repartiendo alegría, paz, justicia… amor, estamos en la olla.
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