sábado, 9 de diciembre de 2017

9 de Diciembre: San Juan Diego, por el P. Celestino Hueso, SF


En la selva del Putumayo conocí a personas que cada domingo se recorrían entre cinco y diez kilómetros a patita para asistir a la Misa y la preparación para ser padrinos de bautismo; conocí también veredas (veinte o veinticinco familias) capaces de pasarse a vivir durante una semana enterica a la escuelita. Allí comían todos de la olla común, dormían todos en el duro suelo de madera, se ocupaban todos de los niños… Y todo, para participar en la misión que “estaban dando los padrecitos”.

Nuestro santo de hoy, Juan Diego, pertenece a esta estirpe de católicos. Recorría unos veinte kilómetros todos los fines de semana para profundizar en la fe y participar en la Santa Misa.
Fue un hombre sencillo, humilde, generoso para con todos. De los que le gustan a Dios.
También le gustan a la Madre de Dios. Por eso la Virgen María se fijó en él para hacerlo su confidente. Y le salió al encuentro por el camino.

“Juanito ve al obispo y le dices que quiero que se construya aquí un templo en mi honor” Y allá va Juan Diego. Y el obispo se hace el loco. Y Juan insiste una y otra vez, tantas como se lo pide la Virgen, sin desanimarse y sin esquivar el encuentro con la Señora del Tepeyac.

Bueno, lo esquivó una vez, pero lo hizo por buscar socorro para su tío enfermo. Y María le sale nuevamente al encuentro, lo tranquiliza con la noticia de que su tío ya está sano y le vuelve a marcar nuevamente el camino del obispado.

Esta vez será la definitiva porque la Virgen de Guadalupe ha quedado para siempre en la tilma del indiecito. En su corazón lo estaba desde hacía mucho tiempo.

¡Ah! El obispo le colocó el nombre de “Virgen de Guadalupe” porque le dio la impresión de que se parecía a la Guadalupana extremeña.

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