domingo, 18 de octubre de 2015

DOMINGO DE LA 29 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B, por el papa Francisco

Isaías 53,10-11
Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, 
venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Hebreos 4,14-16
Marcos 10,35-46

Isaías 53,10-11

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, 
venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
R. Que tu misericordia, Señor, 
venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
R. Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
R. Que tu misericordia, Señor, 
venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Hebreos 4,14-16

Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un no sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Marcos 10,35-46

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
— Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
— ¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
— Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús replicó:
— No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
— Lo somos.
Jesús les dijo:
— El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: — Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

— Comentario por el papa Francisco

Reflexionando sobre las lecturas bíblicas del día, el Santo Padre ha explicado que nos hablan del servicio y nos llaman a seguir a Jesús a través de la vía de la humildad y de la cruz.

“Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio, son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios”, ha subrayado. Asimismo, el Pontífice ha mencionado que el planteamiento en el que se mueven Santiago y Juan reclamando puestos de honor a Jesús, “estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena”. Y es aquí donde Jesús --ha explicado-- produce una primera ‘convulsión’ en esas convicciones de los discípulos haciendo referencia a su camino en esta tierra: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis ... pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado”. Con la imagen del cáliz, “les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban”, ha recordado el Santo Padre. Su respuesta --ha observado-- es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás.

El Papa ha recordado que Jesús, dicendo “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” señala que “en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio”. De este modo, ha asegurado que “el que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia”. Jesús nos invita --ha proseguido-- a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad. “Y después de haber presentado un ejemplo de lo que hay que evitar, se ofrece a sí mismo como ideal de referencia”, ha añadido.                    

En su homilía, el Pontífice ha explicado que “Jesús da un nuevo sentido a esta imagen y señala que él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de la vida”. En efecto, con su pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia”.

Al respecto el Papa ha insistido en que “hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús”. Incompatibilidad --ha agregado-- entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado. En cambio, “sí que hay compatibilidad entre Jesús acostumbrado a sufrir y nuestro sufrimiento”.

El Obispo de Roma ha explicado que “Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de compasión”. Ha experimentado directamente --ha indicado-- nuestras dificultades, conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide entender a los pecadores. Por ello, ha recordado que “su gloria no está en la ambición o la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino”.

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