En su primer encuentro con los fieles en la plaza de San Pedro, abarrotada de gente a pesar del frío, el Papa dejó de lado los papeles de su discurso y lanzó preguntas fortísimas sobre las tragedias provocadas por la violencia entre seres humanos.
Desde el balcón de su apartamento comentó que «ayer recibí la carta de un señor, quizá uno de vosotros, que me contaba una tragedia familiar y mencionaba las numerosas tragedias que suceden hoy en el mundo. Me decía, ¿Qué sucede en el corazón del hombre? ¡Es hora de parar!».
El Papa aseguró que «también yo creo que nos hará bien parar este camino de violencia», y añadió en tono extraordinariamente fuerte: «¿Qué sucede en el corazón del hombre? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es hora de parar!».
Volviendo al texto preparado para el Ángelus, el Papa recordó que «el fundamento y el camino de la paz» es «la convicción de que todos somos hijos del único Padre celestial, que formamos parte de la misma familia humana, y que compartimos un destino común».
— Violencia e injusticias
Al margen de lo que hagan los líderes políticos, cada cristiano es responsable de «trabajar para que el mundo se convierta en una comunidad de hermanos que se respetan, que aceptan su diversidad y que cuidan unos de otros». El Santo Padre invitó a «ser conscientes de la violencia y de las injusticias en tantos lugares del mundo, que no pueden dejarnos inmóviles e indiferentes».
Además de pedir oraciones por «el don de la paz y la capacidad de llevarla a todos los ambientes», el Papa recordó que hay que saber hacerlo del modo adecuado pues «la paz requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor».
En su línea práctica, el Papa añadió al margen del texto que «la paz comienza en casa. ¡Entre nosotros! Después se extiende a toda la humanidad… ¡pero debe comenzar en casa!». Todos tenemos que ser «constructores de paz”, y “allí donde hay un hombre o una mujer constructores de paz, allí está el Espíritu Santo que les ayuda”.
— Fiesta de María
En la fiesta de María, Madre de Dios, y «madre de todos los hombres», el Papa animó a trasladarle «el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la guerra y la violencia, para que el coraje del diálogo y la reconciliación prevalgan sobre la tentación de venganza, de prepotencia y de corrupción».
Después de pedir ayuda a la Virgen para extender el «Evangelio de la Fraternidad», Francisco invitó a los fieles a participar en una breve oración vocal centrada en la fiesta del día: «Repitamos juntos tres veces: Santa Madre de Dios».
Poco antes, durante la misa celebrada en la basílica de San Pedro, el Papa había comenzado su homilía leyendo la bendición que Dios mismo enseñó a Moisés y que tanto le gusta repetir: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz».
El Santo Padre afirmó que «el título de Madre de Dios es el primero y esencial de la Virgen María, como lo ha percibido siempre la fe del pueblo cristiano en su tierna y auténtica devoción por la mamá celestial».
Yendo hacia atrás en la historia, recordó que durante el concilio de Éfeso, que declararía la maternidad divina de María, “los fieles se agolpaban a los lados de la puerta de la basílica donde se reunían los obispos y gritaban «¡Madre de Dios!», pidiendo que definiesen oficialmente este título de la Virgen.
María acumuló, a lo largo de su vida, muchas alegrías pero también sufrimientos, por eso, según el Papa, “su corazón herido se agranda para acoger a todos los hombres, buenos y malos, y los ama como los amaba Jesús”.
— Sensibilidad ante los abusos
Era una homilía entrañable, pero no era dulzona ni bonachona. El Papa, que se caracteriza por una gran sensibilidad ante los abusos, la concluyó invitando a confiar a la Virgen «nuestros deseos y las necesidades del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz».
El primer día de enero es siempre una gran fiesta, y al asomarse al balcón para rezar el Ángelus, el saludo sonriente del Papa fue: «Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días y Feliz Año!». Al final, en el mismo tono familiar se despidió con un: «! Feliz domingo! ¡Feliz comienzo de Año! Buen almuerzo… ¡y hasta pronto!».
Fuente: Juan Vicente Boo, abc.es
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