sábado, 11 de enero de 2014

BAUTISMO DEL SEÑOR, Año A, por Mons. Francisco González, S.F.

BAUTISMO DE JESUS
por John Nava
Catedral de los Angeles, USA

Isaías 42:1-4
Salmo 29: El Señor bendice a su pueblo con la paz
Hechos 10:34-38
Mateo 3,13-17

Isaías 42,1-4.6-7

Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagara. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»

Sal 29, la y 2. 3ac-4. 3b y 9b-l0
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz 

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz

La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz

El Dios de la gloria ha tronado.
En su templo un grito unánime: «¡ Gloria!»
El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno.
R. El Señor bendice a su pueblo con la paz

Hechos de los Apóstoles 10, 34-38

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
— «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predica¬ba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»

Mateo 3,13-17

Entonces se presenta Jesús, que viene de Galilea al Jordán, a donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» Jesús le respondió: «Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó. Una vez bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»

— Comentario por Mons. Francisco González, SF.

En este domingo, primero después del 6 de enero, se celebra cada año la fiesta del Bautismo del Señor. El Bautismo del Señor nos parece algo extraño, pues si por el Bautismo se nos perdonan los pecados, se nos da la filiación divina y nos hacemos miembros de la comunidad de fe, nada de eso necesitaba Jesús.

Había una cierta creencia por aquellos tiempos, principalmente desde la muerte de los últimos profetas, de que la relación entre el Pueblo Elegido y Dios estaba muy deteriorada, hasta el punto que no había comunicación: los cielos se habían cerrado.

En el evangelio de hoy leemos que “de repente se abrió el cielo”, en otras palabras, la comunicación entre Dios y su pueblo se abre de nuevo y esta vez es Cristo quien estará encargado de que dicha comunicación no vuelva a interrumpirse.

El evangelio de este domingo (Mt. 3, 13-17) nos presenta a Jesús pidiendo ser bautizado por Juan, y a éste teniendo problemas con dicha petición. Juan no se considera digno de hacerlo. Así lo expresa, sorprendido ante el hecho de que Jesús se acerca para ser bautizado.

A las objeciones de Juan, Jesús insiste: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. -¿Por qué? Podríamos pensar que Jesús, más que entrar en el agua del Jordán para limpiarse de sus pecados, bajó a las aguas para recoger los pecados de los hombres y así cargando con ellos llegar hasta el Calvario para ofrecerse a Dios Padre, llevando sobre sus hombros todas nuestras ofensas, nuestras injusticias, nuestro pecado: “Él no cometió pecado, pero Dios quiso que cargara con nuestro pecado para que nosotros, en Él, participáramos en la santidad de Dios”. (2Cor. 5,21). También es ésta una oportunidad muy singular para que todos los bautizados hagamos un pequeño examen de conciencia acerca de cómo vivimos nuestro bautismo.

Este Jesús es del que nos hablan las profecías de Isaías (10 lectura) en los conocidos “Cantos del Siervo de Yavé”, ungido, preferido, sufriente, etcétera. Jesús, predilecto del Padre, ha sido encargado de traer el derecho a las naciones, de proclamar la justicia, de abrir los ojos a los ciegos.

En este pasaje evangélico de San Mateo también encontramos expresiones simbólicas con un profundo sentido teológico: El cielo abierto, que Dios se revela, que abre las puertas para que le conozcamos; la paloma, símbolo de paz y de la renovación del mundo, del nuevo pueblo; la voz celestial, la forma como Dios habla cuando han terminado las profecías, según los judíos; mi Hijo, una confesión de la divinidad de Jesús.

Estas últimas semanas hemos estado reflexionando acerca del Mesías, las profecías que le anunciaron y su llegada entre nosotros hace dos mil años. Vino para establecer un nuevo orden de cosas, un orden basado en el bien y la justicia.

Ese orden establecido por Cristo, ¿es la regla de nuestras vidas? Creo que deberíamos dar un repaso a nuestras vidas y ver si estamos tratando de conocer a Dios más y mejor, pues las puertas del cielo están abiertas; ¿somos mensajeros de la paz, como la paloma simboliza?

Esta fiesta del Bautismo del Señor nos puede recordar que nosotros también fuimos bautizados y eso hizo que nosotros recibiéramos una nueva vida, una vida de unión con Jesucristo, lo cual quiere decir que debemos aceptar la escala de valores que Él nos mostró y que debemos vivir de acuerdo con esta nueva forma de entender la vida, o sea vivir nuestra vida en Cristo haciendo el bien y colaborando con Él en su misión, aunque nos cueste imitarle en esa misión que el Padre le confió.

Así nos lo explica Pedro en la segunda lectura, que hoy tomamos de los Hechos de los Apóstoles (10, 34-38). El acababa de bautizar a un pagano y eso no gustó a todos.

Pedro les recuerda que Dios no hace distinciones, no se guía por esas cosas como apellidos famosos, cuentas de banco, posición social, título universitario o color de la piel, sino que acepta “al que lo teme (ama, respeta) y practica la justicia, sea de la nación que sea”.

“El Señor bendice a su pueblo con la paz”. (Salmo 28)

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