El papa Francisco nos tiene acostumbrados a lanzar frases como dardos, que dicen más que un largo discurso, no siempre fácil de asimilar por el pueblo fiel. A pesar de todo cada día nos sorprende con un “titular” ingenioso. Esta vez va dirigida a nosotros los sacerdotes.
El sábado, en la homilía de Santa Marta, arremetió con simpatía con una posible condición sacerdotal no acorde con nuestra vocación. Afirmó que no le gustan los sacerdotes “grasientos”. Y no se refería –menos mal- a la gordura que nos acompaña a más de uno. No hablaba de los “michelines”, del tejido adiposo, que no es fácil siempre de evitar, por mucha dieta que haga uno. Hablaba de otro tipo de grasa.
Hablando de la relación tan íntima que los sacerdotes debemos tener con Jesucristo, lanzó estas preguntas: “¿Qué lugar ocupa Jesús en mi vida sacerdotal?, ¡hay una relación viva o es una relación un poco artificial, que no viene del corazón?” Y entonces el Papa Francisco afirmó que cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo puede perder la unción. Recordó que estamos ungidos por el espíritu. Pero cuando se pierde esa relación íntima con el Señor, “en vez de ser ungido termina por ser grasiento”. No es lo mismo “unto” que significa ungido que “untuoso” que significa grasiento. “¡Cuanto mal hacen a la Iglesia los sacerdotes grasientos!” Afirmó el Papa.
Hay que huir de la idolatría, del narcisismo como una enfermedad grave del alma, que puede afectar a toda la persona. Y el Santo Padre dijo que para evitar el narcisismo hay que tener una relación íntima con Jesucristo. El pueblo fiel tiene un olfato especial para percibir de lejos el buen o mal olor de la condición de cualquier sacerdote. No hace falta recordar que somos pecadores, pero debemos ser pecadores que aman mucho a Cristo, y por eso luchan contra el pecado que nos aleja de nuestro amor preferido.
No son tiempo buenos para proteger nuestra vocación ante los envites del ambiente y de las ideologías, pero para ser santos cualquier tiempo es bueno. Y no podemos olvidar que la batalla contra el mal las ganan los santos. Así ha sido siempre. Es bueno recordar a los lectores laicos que no se olviden de rezar una oración cada día por nosotros. Lo necesitamos. Me alegraba el jueves pasado asistir a una vigilia de oración por los sacerdotes y seminaristas en la capilla del Seminario de mi Diócesis. Estaba repleta de laicos, religiosos y religiosas, de jóvenes, de sacerdotes y seminaristas. Todos rezando por lo mismo. Y es rara la parroquia que no dedica un tiempo litúrgico para orar por los sacerdotes y las vocaciones.
Pidamos que el Señor nos libre de las “grasas” que sofocan el alma y no nos dejan respirar. Que vivamos con gozo nuestra “unción sacerdotal”.
El sábado, en la homilía de Santa Marta, arremetió con simpatía con una posible condición sacerdotal no acorde con nuestra vocación. Afirmó que no le gustan los sacerdotes “grasientos”. Y no se refería –menos mal- a la gordura que nos acompaña a más de uno. No hablaba de los “michelines”, del tejido adiposo, que no es fácil siempre de evitar, por mucha dieta que haga uno. Hablaba de otro tipo de grasa.
Hablando de la relación tan íntima que los sacerdotes debemos tener con Jesucristo, lanzó estas preguntas: “¿Qué lugar ocupa Jesús en mi vida sacerdotal?, ¡hay una relación viva o es una relación un poco artificial, que no viene del corazón?” Y entonces el Papa Francisco afirmó que cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo puede perder la unción. Recordó que estamos ungidos por el espíritu. Pero cuando se pierde esa relación íntima con el Señor, “en vez de ser ungido termina por ser grasiento”. No es lo mismo “unto” que significa ungido que “untuoso” que significa grasiento. “¡Cuanto mal hacen a la Iglesia los sacerdotes grasientos!” Afirmó el Papa.
Hay que huir de la idolatría, del narcisismo como una enfermedad grave del alma, que puede afectar a toda la persona. Y el Santo Padre dijo que para evitar el narcisismo hay que tener una relación íntima con Jesucristo. El pueblo fiel tiene un olfato especial para percibir de lejos el buen o mal olor de la condición de cualquier sacerdote. No hace falta recordar que somos pecadores, pero debemos ser pecadores que aman mucho a Cristo, y por eso luchan contra el pecado que nos aleja de nuestro amor preferido.
No son tiempo buenos para proteger nuestra vocación ante los envites del ambiente y de las ideologías, pero para ser santos cualquier tiempo es bueno. Y no podemos olvidar que la batalla contra el mal las ganan los santos. Así ha sido siempre. Es bueno recordar a los lectores laicos que no se olviden de rezar una oración cada día por nosotros. Lo necesitamos. Me alegraba el jueves pasado asistir a una vigilia de oración por los sacerdotes y seminaristas en la capilla del Seminario de mi Diócesis. Estaba repleta de laicos, religiosos y religiosas, de jóvenes, de sacerdotes y seminaristas. Todos rezando por lo mismo. Y es rara la parroquia que no dedica un tiempo litúrgico para orar por los sacerdotes y las vocaciones.
Pidamos que el Señor nos libre de las “grasas” que sofocan el alma y no nos dejan respirar. Que vivamos con gozo nuestra “unción sacerdotal”.
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