sábado, 17 de agosto de 2013

Domingo de la 20 Semana del Tiempo Ordinario, Año C, por Julio González, S.F.




Comentario de Julio González, S.F.

Las lecturas de este domingo nos previenen contra ciertos modos de entender y vivir la amistad, el amor a Dios y al prójimo. Y, al mismo tiempo, nos anuncian las rupturas y el sufrimiento que acompañan al discípulo de Cristo a lo largo de toda su vida.

¿Cómo vivimos la fe? Los santos han dicho: “No es posible que te pongas del lado de Cristo, y que tu vida siga igual; que no pase nada”. Santa Teresa de Ávila llegó a decir: “Señor, no me extraña que tengas tan pocos amigos si nos tratas así”.

La vida de quienes nos decimos cristianos se caracteriza por la oración y la conversión del corazón. De nuestra conversión, de nuestra renuncia al mal o a la indiferencia ante el mal que observamos a nuestro alrededor surge la compasión y el compromiso de denuncia y anuncio (profecía).

Participar en la Eucaristía nos ha de ayudar a crecer y madurar emocional y espiritualmente. Por eso, no nos debe extrañar la ruptura que el Señor anuncia en el evangelio, ni que un hombre de Dios como el profeta Jeremías sea condenado a morir en la oscuridad de un pozo. Al contrario, saber de antemano el examen al que vamos a ser sometidos debe hacernos ver la exigencia de ahondar en nuestra relación con el Señor y con los hermanos.

Si la oración es solamente un modo de relajarnos, de sentirnos mejor con nosotros mismos, entonces, nuestra oración no es la oración de Cristo. Si las obras de misericordia (dar limosna, visitar a los enfermos, perdonar a los que nos han ofendido), las hacemos para ganarnos el cielo, entonces, nunca haremos méritos suficientes para entrar en la vida eterna. El cielo no se gana, se recibe con los brazos abiertos.

Hago un paréntesis ahora. Al principio de la catequesis de confirmación un joven me hizo este comentario: “Padre, yo no es que rece mal o haga obras de misericordia para ganar el cielo. Yo rezo de vez en cuando, nunca he ido a visitar enfermos y no doy limosna. Además, los adultos dicen que perdonar y querer bien a alguien que te hace daño, es de tontos. Sin embargo, a mí me gustaría hacer todo esto”. “Pues vamos a empezar”, le dije. Porque un bautizado que apenas reza, que nunca visita a los enfermos o a los ancianos, que no puede ahorrarse una cerveza o un viaje de placer para ayudar con ese dinero a personas muy necesitadas... esta persona no puede llamarse “cristiano“. Y tú -le dije-, vienes a la catequesis a confirmarte en la fe cristiana.

Jesús nos dice que “el discípulo no es más que el maestro y si a mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán”. Llegados a este punto, no nos debe extrañar que el conflicto, la división, entre también en nuestros hogares.

Porque..., ¿qué padres no se han opuesto nunca a los ideales y las ilusiones del hijo o de la hija si piensan que esos ideales no son compatibles con la realidad del mundo en qué vivimos?

Sed buenos, pero no queráis ser buenos para que la gente comente lo buenos que sois porque estaréis actuando como los fariseos que persiguieron a Jesús. Sed buenos y no temáis las consecuencias, porque quien lucha por su propia vida la pierde y el que pierde su propia vida por amor a Dios y al prójimo es como el grano de trigo que al morir produce fruto.

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