sábado, 10 de agosto de 2013

DOMINGO 19 DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.


Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

"No temas pequeño rebaño"


El libro de la Sabiduría nos recuerda la historia de la salvación y, ese pasaje que hoy se nos ofrece, se centra en esa noche feliz y terrible de la salida de Egipto, algo que se recuerda en la noche de la Pascua: el paso de la esclavitud a la liberación. Noche feliz para los inocentes, para el Pueblo de Dios, pero terrible para los egipcios que ven morir a sus primogénitos por no haber permitido salir al pueblo elegido como Dios se lo había pedido al faraón. Esto nos puede hacer pensar en el final de los finales, cuando el mismo evento, o sea el final, verá a unos entrar en la felicidad, en la salvación eterna, mientras otros, por haber rechazado la alianza con el Señor, sufrirán el dolor y rechazo eterno.

La lectura evangélica de este domingo nos presenta enseñanzas para los cercanos a Jesús y contiene tres parábolas que nos hablan de una forma muy particular sobre la vigilancia y el dinero.

Comienza recordando al pequeño rebaño, a los simples, a los inocentes, a todo el que quiera escuchar que no deben temer, sino más bien confiar en Dios, en el Dios de la promesa. Debemos tener fe, debemos tener confianza que Dios cumplirá con lo prometido. Él es el pastor que cuida el rebaño, Él es el que conoce por nombre a sus ovejas, él es quien está dispuesto a dar su vida por ellas.

Por eso, aconseja atesorar lo que no puede ser destruido, vender lo que uno tiene y compartirlo con los demás, pues eso sí que aumenta nuestro tesoro verdadero, pues como alguien ha dicho, solamente nos llevaremos de este mundo aquello que hayamos dado.

El mundo sigue viviendo una crisis económica extraordinaria, y todo el mundo busca ese "poderoso caballero que es don dinero", pues en él creen encontrar seguridad, y parece ser que cuanto más se acumula esa materia, más nos vamos alejando de Dios pues nos estamos centrando en nosotros mismos, y así vamos reduciendo el mundo a una cosa tan minúscula como soy yo, olvidándome del hermano, del vecino, del extranjero y entrando en una pasividad mortal, pues ya no damos vida, ya no participamos en la vida, y entramos en un letargo que nos impide ser lo que debemos ser.

No sé dónde llegaremos siguiendo los consejos de nuestro querido papa Francisco, de salir a la calle, de ir por los barrios pobres, de estar en medio de las ovejas hasta oler como ellas, pero de lo que sí debemos estar seguros es que de esa forma daremos señales de vida, dejaremos de lado esa religión, esa espiritualidad, esa iglesia dormida, y ya que hablamos de nueva evangelización hablemos también de nueva vida, y no solamente nos centremos en hablar y hablar de renovar la Curia Romana, sino también las Curias diocesanas y las parroquias con sus rectorías, para lo cual debemos estar vigilantes y evitar caer en la tentación de pensar que todo se ha de renovar, y yo me quedo fuera, como si no lo necesitara.

¿Cómo nos encontrará el Señor cuando venga? Y debemos tener presente que la pregunta no se refiere simplemente a ese momento cuando la muerte nos venga a visitar. El Señor está viniendo a nosotros constantemente, Él está llamando a la puerta día y noche. ¿Oímos su llamada? ¿Nos atrevemos a abrir la puerta? Si la abrimos: ¿con qué se va a encontrar?

San Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos hace pocos días, tiene algo muy particular para ayudarnos en nuestra calidad de vida: el examen de conciencia, que se puede practicar a mediodía y al acabar la jornada: ¿qué clase de vida llevo? ¿se le puede llamar vida? ¿tiene sentido esa vida? Y todas esas cosas más que nos ayuden a salir del sueño en que hemos podido caer. Ojalá nos convirtamos en fuego que ilumine y purifique y escuchando la Palabra nos demos cuenta del verdadero mensaje, del consuelo que nos proporciona, y también, cómo no, del reto que nos ofrece y así aceptar su presencia en nuestras vidas.

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