Comentario por Julio González, S.F.
La palabra de Dios que escuchamos este domingo nos llama a ser humildes. Vivimos en una cultura en la que la humildad no parece que sea importante. A muchos de nosotros nos gusta el aplauso, el reconocimiento, la admiración de los demás. Eso nos hace sentir muy bien. Y esto se debe a que hemos crecido en la cultura del halago, del como yo no hay nadie.
Hay un orgullo sano que es necesario para desarrollar nuestros talentos. Pero hay también un orgullo malo que nos hace creernos mejores que los demás y que cada uno tiene lo que se merece. Esta manera de ser no nos acerca a Dios sino que nos aleja de Él.
Algunos hermanos han dividido el mundo en buenos y malos. Sabios y necios. Fuertes y débiles. Ricos y pobres. Estos hermanos no entienden a Jesús. Porque Él, siendo Dios, se ha hecho hombre, siendo libre se ha hecho esclavo, siendo santo come con los pecadores, siendo el primero escoge los últimos lugares y siendo inocente acepta morir como un criminal: crucificado.
La Iglesia es humilde o no es de Cristo. La fe comienza por darnos cuenta de lo bueno que es Dios al perdonar nuestros errores, debilidades, pecados, en la cruz de su Hijo Jesucristo. Todo lo bueno que hagamos que no sea para que otros vean lo bueno que somos sino para que quienes todavía no conocen al Señor puedan a través de nuestra bondad acercarse a él.
Miren, al Señor no lo encontramos en la posada de Belén sino en un establo. No lo encontramos en el palacio de los reyes o del Sumo Sacerdote, sino en el hogar de Marta, María y Lázaro. Jesús no escogió la vida de los "señores" sino la del que está de paso: la vida del peregrino, del exiliado, del emigrante.
Por eso, nosotros no debemos buscar privilegios o primeros puestos sino la humildad de nuestro Señor entre los menos afortunados. Dios quiere que pongamos sus talentos al servicio de los demás, en primer lugar, de los enfermos, de los que se han perdido por el camino, de esos a los que algunos han puesto la etiqueta de pecadores sin aplicársela a ellos mismos.
Que así sea.
Algunos hermanos han dividido el mundo en buenos y malos. Sabios y necios. Fuertes y débiles. Ricos y pobres. Estos hermanos no entienden a Jesús. Porque Él, siendo Dios, se ha hecho hombre, siendo libre se ha hecho esclavo, siendo santo come con los pecadores, siendo el primero escoge los últimos lugares y siendo inocente acepta morir como un criminal: crucificado.
La Iglesia es humilde o no es de Cristo. La fe comienza por darnos cuenta de lo bueno que es Dios al perdonar nuestros errores, debilidades, pecados, en la cruz de su Hijo Jesucristo. Todo lo bueno que hagamos que no sea para que otros vean lo bueno que somos sino para que quienes todavía no conocen al Señor puedan a través de nuestra bondad acercarse a él.
Miren, al Señor no lo encontramos en la posada de Belén sino en un establo. No lo encontramos en el palacio de los reyes o del Sumo Sacerdote, sino en el hogar de Marta, María y Lázaro. Jesús no escogió la vida de los "señores" sino la del que está de paso: la vida del peregrino, del exiliado, del emigrante.
Por eso, nosotros no debemos buscar privilegios o primeros puestos sino la humildad de nuestro Señor entre los menos afortunados. Dios quiere que pongamos sus talentos al servicio de los demás, en primer lugar, de los enfermos, de los que se han perdido por el camino, de esos a los que algunos han puesto la etiqueta de pecadores sin aplicársela a ellos mismos.
Que así sea.
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