Hechos 4,32-35
Salmo 117,2-4.15-17.22-24
1 Juan 5,1-6
Juan 20,19-31
Hechos de los Apóstoles 4, 32-35
En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenían. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego, se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
SALMO 117:
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
La diestra del señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigo, me castigo el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
R. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Primera Carta del Apóstol San Juan 5, 1-6
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: que guardamos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No solo con agua, sino con agua y con sangre: y el Espíritu es quien da testimonio, porque el espíritu es la verdad.
Evangelio según San Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
– Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
– Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
– Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
– Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
– Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
– ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
– ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos que están escritos en este libro hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.
Hemos celebrado, y con gran alegría, la Fiesta de la Pascua. Muchos en nuestra Iglesia local entraron por la recepción de los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Hemos oído de nuevo el canto del aleluya, del Gloria, las flores han vuelto a adornar el santuario de nuestras templos, y la música gloriosa, solemne y triunfal ha sonado hasta con trompetas. ¡El Señor ha resucitado!
Pero la cosa no ha acabado ahí, todo eso sería muy poco para anunciar la Resurrección del Señor. Todo eso es algo que también lo teníamos antes de empezar la Cuaresma. La Resurrección del Señor nos llama, nos exige comenzar una nueva vida, para lo cual debemos mirarnos a nosotros mismos, de forma parecida como nos muestra la televisión anunciado productos de belleza o dietas milagrosas, o sea, un antes y un después. A veces, también es verdad, el resultado es más producto de la imaginación que la realidad.
¿Como nos miramos en el antes? Pues con ese antiguo método de la vida espiritual: examen de conciencia.
Hoy la sagrada liturgia de la Palabra nos ofrece una imagen del "antes" de la vida de los primeros cristianos. Es la segunda retrato que nos hace el libro de los Hechos acerca de como vivían los primeros cristianos. Si hemos de enfatizar algo es esa fraternidad que existía entre todos ellos: "Los creyentes pensaban y sentían lo mismo" y como consecuencia de esta fraternidad "nadie consideraba como propio nada de lo que poseía"…"No había entre ellos necesitados"… pues sus líderes (los apóstoles) "repartían (víveres, dinero, etc.) a cada uno según su necesidad".
Para la reflexión: buscando por el Internet podemos averiguar quiénes son los que viven en la abundancia o primer mundo (la gran mayoría cristianos) y los que malviven en la miseria, en ese llamado tercer mundo. Si, es verdad, que se practica la caridad, aunque quedamos un poco cortos sobre la justicia y la fraternidad, desde donde podríamos pensar en la necesidad de los hermanos.
La Resurrección nos invita, nos impele, nos exige una vida nueva.
Jesús el día de su Resurrección, ya por la tarde, se presenta en medio de los discípulos. Los encontró como estaba el día, ya casi sin luz. Ellos estaban con las puertas atrancadas, llenos de miedo, o sea casi sin respiración, como en una tumba paralizados por el temor a la autoridad judía.
Jesús es extraordinario. Hacia un poco más de cuarenta y ocho horas que uno le había vendido, el otro le había negado dos veces y a la tercera juro no conocerlo, los demás le habían abandonado por la vía rápida, o sea, habían salido corriendo y, sin embargo, Él no se lo menciona nada de ello, sino que con el saludo de paz los quiere tranquilizar. Con esa paz, que no es como hoy se entiende, o sea simple ausencia de guerra o violencia, sino más bien esa tranquilidad del alma, el sosiego que hace ver las cosas de muy distinta manera, de una forma que se traduce en fraternidad, en acercamiento, en reconciliación.
Jesús mismo, quien en esos signos del Reino, esos milagros que anunciaban su llegada, comenzaba limpiando a las personas de sus pecados, la mejor forma de reconciliación, ese salir de mi egoísmo para centrarme en la necesidad del otro y en la gloria de Dios. Esta es la nueva vida, este es el después de nuestro encuentro personal con el Resucitado, que de la misma manera que "soplo" sobre los discípulos dándoles el Espíritu Santo, así continua haciéndolo con nosotros, algo que nos recuerda otros pasajes de la Escritura, en particular cuando Dios dio el soplo de vida a la criatura suya que salía de sus manos.
Si queremos vivir la nueva vida en el Espíritu del Resucitado, no podemos quedarnos atrancados dentro de nuestro Corazón, como Jesús encontró a los discípulos.
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