jueves, 3 de noviembre de 2011

Domingo 32 del Tiempo Ordinario, A, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

Sabiduria 6:12-16
Salmo 63: "Mi alma esta sedienta de ti, Senor"
1 Tesalonicenses 4:13-18
Mateo 25:1-13


Hoy nos encontramos en la primera lectura con un pasaje del libro de la Sabiduría (Sab. 6,13-17). El autor, posiblemente un judío helenista, escribe sobre la verdadera sabiduría, algo que sus compatriotas podrían perder al encontrarse viviendo en una ciudad, Alejandría, centro comercial, ciudad cosmopolita que se va convirtiendo en un gran centro cultural, donde se encuentran una gran variedad de religiones, y se está desarrollando una mentalidad individualista, el escepticismo y otras corrientes filosóficas que podían atraer a sus hermanos a perder la fe heredada de sus antepasados.

¿Qué es la sabiduría? ¿Dónde la buscamos? ¿Cómo la encontramos? Yo he tenido, gracias a Dios, el privilegio de conocer a grandes sabios. Entre ellos estaban Saturnina y Victorina, dos amas de casa; también estaba Miguel, un electricista de oficio; Eusebio, el policía del pueblo y Honorio, bueno, Don Honorio, él era el párroco. Ninguno de ellos llegó a ser famoso, no escribieron libros, ni hablaron por la radio o televisión, pero fueron verdaderos sabios, pues tenían la sabiduría que trae la vida, una vida con altos y bajos; poseían la sabiduría que no se adquiere con los libros, era una sabiduría muy especial, la sabiduría que traen los años: "Sabían estar donde estaban". Sabían "que sólo Dios basta", sabían de Dios, no por los libros, sino por su vivencia, conocían a Dios porque vivían con él.

La verdadera sabiduría es Dios, y la "encuentra el que la busca" y "se deja ver por el que la ama", como dice muy bien el padre Javier Garrido.

El evangelio (Mt. 25,1-13) nos presenta una parábola acerca del Reino de los cielos, cuyo símbolo es, una vez más, la fiesta nupcial. El Reino es el gran regalo que Dios nos hace, pero que para disfrutar de él se nos piden ciertas cosas: el estar alerta y el estar preparados, pues no sabemos cuando se nos abrirá la puerta invitándonos a entrar.

La parábola también nos recuerda que somos responsables por nuestras acciones. Nuestras acciones tienen sus consecuencias. La negativa de las cinco vírgenes a compartir el aceite con las que ya no tenían, nos puede parecer extraño, incluso hasta muy poco caritativo, pero es que la parábola tiene su enseñanza en todos los detalles, y aquí el aceite, puede muy bien representar la vida del individuo que no se puede transferir. Cuando llegue el novio, el Señor, cada uno tendrá que dar cuenta de su propia vida, y mi comportamiento, bueno o malo, no se podrá compartir con los demás. Cada uno es responsable de su propio aceite.

"Velad, dice el evangelio, porque no sabéis el día ni la hora". Durante el mes de noviembre recordamos a nuestros difuntos. Pensemos en los que nosotros conocimos y aquéllos de los que hemos oído hablar. Para algunos el novio, el Señor, llegó después de una larga enfermedad; hay quienes murieron de corta edad y otros después de muchos años de vida; unos estaban preparados y otros fueron sorprendidos; hubo accidentes laborales, accidentes aéreos, guerras, hambre, terremotos y huracanes, junto a muertes tranquilas en la propia casa rodeados de los seres queridos: Velad porque no sabéis el día ni la hora.

"En el lecho me acuerdo de tí y velando medito en tí, porque fuiste mí auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo: mi alma está sedienta de tí, Señor, Dios mío" (Sal. 62)

SOBRE EL DOMINGO 32  

No hay comentarios: