En este episodio del evangelio de Lucas, Simón tan solo puede ver a una mujer pecadora que entra en su casa vuelve a pecar al acercarse y tocar a su invitado, Jesús. Sin embargo, la mirada de Jesús abarca mucho más: el pecado de la mujer, el amor de la mujer, la fe de la mujer, la valentía de la mujer.
El lector piadoso puede pensar que la mujer entra en la casa de Simón porque quiere reconciliarse con el Señor, sin embargo, al entrar en la casa del fariseo la pecadora se salta las reglas otra vez, es decir, en realidad ella peca de nuevo. A los ojos de Simón esta mujer es una "sinverguenza" que les contamina con su verguenza a no ser que la expulse rápidamente antes de que alguien puede pensar que la pecadora es bienvienida en su casa.
Simón observa a la mujer pecadora condicionado por su conocimiento del pecado y de la ley; por eso, solo puede ver a una mujer pecadora y a un profeta que parece ignorar qué clase de mujer ha entrado en su casa. Pero la mirada de Jesús no está condicionada por el pecado y la ley, y ve mucho más que Simón.
Esta es la ceguera de muchos fariseos cuando hablan de Dios, de la verdad, de la justicia, del amor, de la misericordia..., excluyendo todo aquello que no se ajusta a su examen, a su modo de entender y practicar la ley, como hace el fariseo Simón. Por eso, Simón no puede entender la pasividad de Jesús y piensa: "Si este hombre fuera profeta sabría quién es la que lo está tocando y que clase de mujer es: una pecadora."
Algunos pensarán que Jesús estaba un poco desorientado aquel día. Si Jesús conoce la ley y viene a darle plenitud, entonces, ¿por qué no la cumple como hace el buen fariseo? ¿Interpreta Jesús la ley "a su manera", con un subjetivismo total?
La verdad y el amor de Jesús no es relativista, sino compasiva y amorosa, pero para un persona, cuya mirada esta coagulada de prejuicios, esto es imposible de ver.
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