domingo, 10 de noviembre de 2024

DOMINGO DE LA 32 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B por Francisco González, S.F.

1 Reyes 17,10-16
Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor
Hebreos 9,24-28
Marcos 12,38-44

1 Reyes 17,10-16

En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.» Mientras iba a buscarla, le gritó: «Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.» Respondió ella: «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.» Respondió Elías: «No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra."» Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor

Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. 
R. Alaba, alma mía, al Señor

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. 
R. Alaba, alma mía, al Señor

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. 
R. Alaba, alma mía, al Señor

Hebreos 9,24-28

Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecia sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos. 


En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.» Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»


Comentario de Mons. Francisco González, S.F.

Hoy la liturgia de la Palabra nos enfrenta a unos pasajes que nos debe hacer pensar, y pensar mucho. Estamos viviendo, según nos dicen los expertos, una época en la historia de la humanidad de un profundo individualismo, de un secularismo seco y estéril, de una gran avaricia y deseo de prosperidad, pase lo que pase.

Ante situación semejante se nos ofrece el regalo de las lecturas de hoy. En la primera encontramos parte de los relatos sobre Elías. A la entrada de la ciudad de Sarepta se encuentra con una viuda recogiendo leña para hacer un pequeño fuego para hacer con lo que le queda de aceita y harina un poco de pan, y así tener una última comida con su hijo y morir, pues no les quedaba nada más.

A insistencia del profeta, la mujer prepara pan para este hombre de Dios, y su acción generosa, se ve recompensada por el Dios que hace que “la orza de harina no se vacíe y la alcuza de aceite no se agote”.

Damos un paso adelante en esta parte de la liturgia dominical. La Palabra continúa y pasamos al santo evangelio, que como venimos hacienda por casi todo el año es el de San Marcos. El pasaje de hoy es la conclusión del capítulo 12 donde hemos visto a Jesús hablar de cosas muy importantes, entre otras el tributo al César, el precepto más importante, etc.

Jesús está enseñando a la multitud y les habla de los letrados, aconsejándoles que deben ir con mucho cuidado con ellos, pues son gente, como pavos reales por su forma de vestir y querer lucir delante de los demás y les encanta cuando les hacen reverencias. Cuando van a la sinagoga, la casa de oración, buscan siempre los asientos de honor, y cuando asisten a los banquetes, buscan los primeros puestos. Según Jesús, estos letrados no se contentan con todo lo anterior, sino “que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de grandes rezos”.

Recordemos que las viudas están señaladas en la Biblia, como las personas con más necesidades y menos protegidas. Por eso los letrados abusan de ellas.

El evangelista pasa de la lección que Jesús imparte a la multitud a ponerlo al frente de uno de los cepillos del templo y estando allí observa cómo una pobre viuda se acerca a la caja de las donaciones y pone dos moneditas de cobre, que en realidad no va a afectar al templo de ninguna manera, pero sí a ella, que las necesitaba para conseguir un bocado de comida y ahora se ha desprendido de ellas.

Nadie se ha dado cuenta ni de la viuda, ni de la cantidad que ha depositado, y mucho menos de la necesidad de esa pobre mujer. Nadie ha visto nada, excepto Jesús, quien llamando a sus discípulos les hace notar la grandeza de esa pobre mujer, al mismo tiempo que señala la pequeñez de esos grandes señores, dando cantidades enormes al templo, pero solo de lo que les sobra.

¡Cuándo aprenderemos! Estamos siendo llamados a una gran renovación, a esa llamada nueva evangelización, y que como yo he hecho comenzamos criticando al mundo por todos sus pecados, y sin embargo, nos cuesta entrar en nosotros mismos, en nuestra querida Iglesia y comenzar con nuestra propia renovación.

¿Qué nos dice aquella viuda de Sarepta, que pone de lado las necesidades de su hijo y de sí misma para ayudar al profeta? ¿Que nos dice esa viuda del evangelio de hoy? ¿Qué enseñanza nos ofrece Cristo hablando de los letrados?

Podemos escribir grandes documentos, y hacer extraordinarias prédicas, pero mientras sigamos concediendo los puestos de honor de acuerdo con la cantidad del cheque que nos ofrecen, todo eso de “la opción preferencial por los pobres” se convierte en un simple dicho que resultará bonito en un afiche, pero poco más.

Algo querría decirnos el Señor cuando eligió nacer pobre, vivir pobre, no tener donde reclinar su cabeza y morir sin tener nada por haber entregado todo, incluso su vida. ¡Gracias Señor por quien eres, gracias por lo que has hecho y haces por nosotros, gracias por el amor que nos tienes, todo lo cual es la razón de nuestra felicidad!

domingo, 3 de noviembre de 2024

Domingo de la 31 Semana del Tiempo Ordinario, Año B

Deuteronomio 6,2-6
Salmo 17: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza
Hebreos 7,23-28:
Marcos 12,28b-34

Deuteronomio 6,2-6

En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: «Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres: "Es una tierra que mana leche y miel." Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria.»

Salmo 17: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido.
R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Hebreos 7,23-28

Ha habido multitud de sacerdotes del antiguo Testamento, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día «como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo,» porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la Ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la Ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.

Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
¿Qué mandamiento es el primero de todos?
Respondió Jesús:
El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.
El escriba replicó:
Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


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