miércoles, 1 de enero de 2020

¿Cómo puede Dios ser hijo de una mujer?

La Maternidad divina es el don más grande de María; es también aquel al cual se ordenan y del cual nacen los demás dones marianos. La expresión “Madre de Dios” es fácilmente comprensible: es la relación que surge en la mujer que ha dado a luz a un hijo; sin embargo, no puede menos de suscitar asombro y maravilla: ¿cómo puede Dios ser hijo de una mujer?

El dogma católico afirma que la Virgen María es verdadera Madre de Dios por haber engendrado y dado a luz a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Este dogma, lo mismo que el dogma de la Encarnación, entra en la categoría del misterio; la teología católica, al intentar penetrarlo, no pretende que desaparezca el velo que lo encubre.

La Maternidad divina
en las Sagradas Escrituras


Si el Mesías, que anuncia el Antiguo Testamento., aparece con cualidades divinas, la mujer que le acompaña en muchos textos, como «madre», habría que reconocerla como madre de un Mesías que es Dios. La literatura veterotestamentaria, sin embargo, no explícita esa conclusión.

No es extraño que en los textos del Antiguo Testamento no se encuentre la declaración explícita sobre la maternidad divina. Ésta será posible con la plenitud de la Revelación, es decir, en el Nuevo Testamento. Aquí es necesario reconocer que la expresión “Madre de Dios” no es bíblica (luego veremos su origen), pero su contenido sí.

Más aún, hay expresiones que son equivalentes, “Mater Domini” (Lc 1,43), ya que aunque “Señor” indica sólo un título mesiánico, en el contexto lucano en que aparece, y, sobre todo, en el ambiente de las tradiciones neotestamentarias, significa y se aplica al Cristo precisamente como Dios. Esa expresión, en boca de Isabel —“Mater Domini”— es el modo hebreo de decir Madre de Dios.

Santo Tomás se planteaba la objeción de que en la Sagrada Escritura no se encuentra el título “Madre de Dios”; y sí sólo los de “Madre del Señor” y “Madre del niño”, y respondía:

«… ésa fue la objeción de Nestorio: que se resuelve porque, aunque no se encuentre expresamente en la Escritura que María sea Madre de Dios, sí que se encuentra expresamente que Jesucristo es verdadero Dios… y que María es madre de Jesucristo… De donde se sigue necesariamente, de las palabras de la Escritura, que sea Madre de Dios» (Sum. Th. 3, q35 a4).

La tradición patrística y el Magisterio
de los primeros Concilios ecuménicos


«Nuestro Dios, Jesucristo, fue llevado en el seno por María», dice san Ignacio de Antioquía a principio del s. II (Ad Ephesios, 18,2). Y una fórmula primitiva del Símbolo Apostólico ya contiene la siguiente declaración: «Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que nació de María Virgen por obra del Espíritu Santo» (Denz.Sch. 3).

Los textos y las declaraciones sobre la Maternidad divina, es decir, sobre Cristo Dios y hombre en cuanto hijo de María, son innumerables en la Patrística anterior al Concilio de Éfeso (431), por eso, más interesante es la aparición del vocablo griego “Theotokos” que ese Concilio definió. Nestorio rechazó ese término por haber sido utilizado por los herejes antitrinitarios: Apolinar, Arrio y Eunomio; y en su obra El libro de Heráclides de Damasco desafía a san Cirilo a presentar un solo lugar de los Padres o de los Concilios ortodoxos que lo utilizaran.

Nestorio no tiene razón ni siquiera desde el punto de vista historiográfico. La crítica ha establecido que el título “Theotokos” existía por lo menos un siglo antes de Éfeso. Así la oración “Sub tuum praesidium”, que hay que datar de finales del s. III, dice:

«Bajo tu amparo nos acogemos, Theotokos…». Teodoreto, en su Historia Eclesiástica, nos ha trasmitido un texto de Alejandro de Alejandría, del año 325, en que se dice: «Nuestro Señor Jesucristo llevó verdaderamente, y no en apariencia, un cuerpo tomado de la Theotokos» (I,3: PG 82,908A).

Utilizan también el título san Atanasio (m. 373), Dídimo el Ciego (m. 398), Eusebio de Cesarea (m. 340), san Cirilo de Jerusalén (m. 396), san Basilio (m. 379), san Gregorio Nacianceno (m. 389), san Gregorio de Nisa (m. 394), etc.

Entre los latinos, san Ambrosio (m. 397) es el primero que utiliza la correspondiente traducción latina Mater Dei: «Quid nobilius Mater Dei» (De Virg. 1,2,7: PL 16,22013). El uso de la expresión no estaba, sin embargo, aún consagrado a Occidente; san Jerónimo (m. 420) nunca emplea las expresiones Mater Dei, ni Deipara, y lo mismo sucede con san Agustín.

En las discusiones en torno al Concilio de Éfeso, que trapasarón las barreras arquitectónicas del templo donde tenían lugar las reuniones, se advierte en seguida que los títulos Christotokos, Anthropotokos, Theotokos, están vinculados a las más graves cuestiones de Cristología. El vocablo Theotokos (=Deipara, Deigenitrix) se convierte en una tessera lidei.

El Concilio de Éfeso concluye con una condenación de Nestorio como hereje y una aprobación de la Carta de san Cirilo a Nestorio, en la que se dice:

«… Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne… De esta manera (los Santos Padres) no tuvieron inconveniente en llamar Theotokos a la santa Virgen» (Acta Conciliorum oecumenicorum, 1,1,1,25 ss.).

Con ello el dogma de la Maternidad divina quedaba fijado y el mismo Concilio podía establecer que el título no tiene un sentido meramente figurado sino real y propio (Denz.Sch. 427). Más tarde el error adopcionista  renovará un nestorianismo suavizado; pero ya en nada afectará a un dogma, que, bien establecido en Éfeso, se ha conservado inalterable en toda la tradición católica y también en otras confesiones cristianas.

Implicaciones de la Maternidad divina de María

De la Maternidad divina surgen unas relaciones únicas entre María y las Personas de la Santísima Trinidad. En la gracia propia de la Maternidad divina, las tres divinas Personas llenan el ser de María: el Padre se dona, el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo por los dos. Pero no se produce ni una filiación natural que es exclusiva de Cristo; ni una filiación adoptiva, porque la misión del Espíritu Santo en María no es la de conformar a María con el Hijo. Lo que se realiza, en verdad, es una maternidad divina: el Hijo y, a través del Hijo, el Espíritu Santo, configuran a María con el Padre; donándose éste en su propia nocionalidad de tal.

Autor: Joaquín M. Alonso

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