miércoles, 1 de enero de 2020

¿Cómo llegó María a ser reconocida en la Iglesia como la Madre de Dios?

por Zurbarán

La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera fiesta mariana que apareció en la Iglesia Occidental. Se comenzó a celebrar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1 de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.

La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.

Más adelante, el rito romano celebraba el 1 de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús.

Reformas litúrgicas

Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la fiesta mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios. De esta manera, encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor y, al mismo tiempo, los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.

El Concilio de Éfeso (431)

En el año de 431, Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega que les atribuye una madre a los dioses”.

Ante ello, se reunieron los 200 obispos en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años–. Su declaración fue: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”.

Acompañados por el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas hicieron una procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".

San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.

Madre del Niño Dios

“He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Es desde ese fiat, “hágase”, que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.

La doncella de Nazaret, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.

Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.

Madre de Dios Hijo, por Cándido Pozo, SJ

La relación fundamental de María con respecto a su Hijo Jesús es la de su Maternidad. Encontramos la fórmula del Concilio de Éfeso, definida en el año 431: María es Madre de Dios (Theotokos), como no dudaron los Santos Padres en llamarla. Así la invocaban los fieles ya antes de ese Concilio, en el sigo IV y quizás en el III.

En un papiro han llegado hasta nosotros las palabras de la más antigua oración mariana que se rezó en la Iglesia y que contiene el título de Madre de Dios aplicado a María:

Bajo tu misericordia nos refugiamos, 
¡oh Madre de Dios!; 
no desprecies nuestras súplicas en la necesidad, 
sino líbranos del peligro, sola pura, sola bendita. 

La oración es muy significativa. Por la relación de Madre que María tiene con Jesús, se comprende la singular eficacia de su intercesión. A esto se debe que los fieles, ya en los primeros siglos, acudieran a Ella confiadamente en su necesidad e indigencia.

Pero, incluso antes de fijar la atención en la importancia intercesora que se deriva de que María es Madre de Dios, convendría subrayar el relieve teológico de primer plano que el título encierra.

Frente a Nestorio, san Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso comprendieron que lo que estaba en juego era el dogma fundamental del cristianismo: que Jesús es Persona divina; que no hay en Él sino un único sujeto último de responsabilidad, que es la Persona del Logos. Ello permite decir con verdad que Dios (y no sólo un hombre) por nosotros ha padecido, ha sido crucificado e incluso ha sufrido la muerte. Es impresionante que para garantizar esta verdad se recurriera a un título mariano: la Santísima Virgen es la Madre de Dios.

Finalmente, conviene no olvidar que la Maternidad de María con respecto al Hijo de Dios asocia su existencia a la de su Hijo. Ella es la Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo. Ella es la Nueva Eva asociada a Cristo, el Nuevo Adán, según una temática que comenzó a desarrollarse en la Iglesia a partir del siglo II. Si la primera Eva dialogó con el demonio, desobedeció a Dios y trajo sobre el mundo muerte y ruina, María, la Nueva Eva, dialoga con el Ángel, obedece a Dios y trae al mundo al Salvador y, con Él, la salvación.

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