Mateo 8,1-4
En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme." Extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero, queda limpio." Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés."
— Comentario por Reflexiones Católicas
El capítulo 8 de Mateo abre la serie de los milagros de curación de Jesús, milagros que muestran su autoridad, superior a la de los maestros de la Ley y dotada de un carácter sacerdotal.
La primera intervención de Jesús es la purificación de un leproso, es decir, de una persona que, en cuanto afectada por la máxima modalidad de impureza, era considerada como excomulgada. Por consiguiente, se le impedía no sólo la convivencia con los hombres, sino también la comunión con Dios.
Los evangelios, a propósito de los leprosos, hablan siempre de «purificar», de «limpiar», no de «curar».
Jesús deja que el leproso —que, a causa de su enfermedad, debería mantenerse a distancia de todos y gritar: «Impuro, impuro!»— se le acerque. Jesús es sacerdote y médico: no teme el contacto con la impureza y sana al leproso. Ahora bien, para que éste sea reintegrado en la asamblea de Israel, es preciso que el sacerdote lo declare limpio y lleve a cabo el rito de la purificación (Lv 14). Jesús le envía, por tanto, a presentar la ofrenda en el templo, mostrando con ello que ha venido no a abrogar la ley, sino a llevarla a su plenitud.
Curar la lepra es una acción exclusiva de Dios, señor de la vida y de la muerte. ¡Jesús es el Señor! El leproso curado, que manifiesta su fe en Jesús, Señor y Salvador, es figura de todo hombre que acude a Jesús para recibir el don de la vida, libre por fin de la muerte. Cristo ha venido precisamente a decirnos a cada uno de nosotros: « Quiero, queda limpio».
Nosotros no somos capaces de caminar con integridad ante Dios si Jesús no interviene con su voluntad de bien y de salvación para hacernos santos, para hacernos participar de su misma filial pureza y belleza. Para eso ha venido, para eso ha muerto. Ahora bien, ¿queremos de verdad que nos sane?
En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme." Extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero, queda limpio." Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés."
— Comentario por Reflexiones Católicas
El capítulo 8 de Mateo abre la serie de los milagros de curación de Jesús, milagros que muestran su autoridad, superior a la de los maestros de la Ley y dotada de un carácter sacerdotal.
La primera intervención de Jesús es la purificación de un leproso, es decir, de una persona que, en cuanto afectada por la máxima modalidad de impureza, era considerada como excomulgada. Por consiguiente, se le impedía no sólo la convivencia con los hombres, sino también la comunión con Dios.
Los evangelios, a propósito de los leprosos, hablan siempre de «purificar», de «limpiar», no de «curar».
Jesús deja que el leproso —que, a causa de su enfermedad, debería mantenerse a distancia de todos y gritar: «Impuro, impuro!»— se le acerque. Jesús es sacerdote y médico: no teme el contacto con la impureza y sana al leproso. Ahora bien, para que éste sea reintegrado en la asamblea de Israel, es preciso que el sacerdote lo declare limpio y lleve a cabo el rito de la purificación (Lv 14). Jesús le envía, por tanto, a presentar la ofrenda en el templo, mostrando con ello que ha venido no a abrogar la ley, sino a llevarla a su plenitud.
Curar la lepra es una acción exclusiva de Dios, señor de la vida y de la muerte. ¡Jesús es el Señor! El leproso curado, que manifiesta su fe en Jesús, Señor y Salvador, es figura de todo hombre que acude a Jesús para recibir el don de la vida, libre por fin de la muerte. Cristo ha venido precisamente a decirnos a cada uno de nosotros: « Quiero, queda limpio».
Nosotros no somos capaces de caminar con integridad ante Dios si Jesús no interviene con su voluntad de bien y de salvación para hacernos santos, para hacernos participar de su misma filial pureza y belleza. Para eso ha venido, para eso ha muerto. Ahora bien, ¿queremos de verdad que nos sane?
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