San Romualdo, obra del beato Angélico
Dicen que no hay mal que por bien no venga y, al menos en este caso, parece que fue así. Romualdo era hijo de los duques de Rávena y fue educado sin formación cristiana de ningún tipo por lo que vivió como un joven rico sin frenos de ninguna clase, dejándose llevar por sus caprichos y pasiones.
Un día su padre se batió en duelo con un pariente por un quítame allí esas tierras y mató a su rival en presencia de Romualdo que, horrorizado, se retiró a un monasterio donde pasó tres años haciendo penitencia, hasta que fue admitido como monje.
Ahí no acabaron los problemas porque nuestro santo era tan fiel y exigente consigo mismo que se convirtió en un reproche para los demás que se tomaban las cosas mucho más a la ligera, por lo que, con permiso de los superiores, hubo de retirarse a vivir como ermitaño.
Finalmente fundó la Camáldula, llamada así porque el monasterio está en los terrenos de un tal Maldolo que los cedió al santo. Los camaldulenses son una mezcla de ermitaños y monjes ya que viven en celdas solitarias dentro de un monasterio donde tienen en común la misa y el rezo. Desde que entran se echan la cremallera en la boca y ya no le dan más a la lengua, si exceptuamos las oraciones.
Nuestro santo consiguió que su padre se arrepintiera y viviera sus últimos años como monje, haciendo penitencia por sus pecados.
Vivió hasta edad muy avanzada, aunque los 120 años de que habla San Pedro Damián, son una exageración de las gordas; lo que sí parece cierto es que predijo el lugar y día de su muerte con un cuarto de siglo de antelación.
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