Juan María estaba dispuesto a ser cura, pero no le quedó nada fácil. En primer lugar, su padre, prefería tenerlo trabajando en sus campos; en segundo lugar Napoleón se lo llevó reclutado a su ejército, aunque, en realidad nunca fue militar, debido a las enfermedades y otras contingencias que hubo de pasar; y, finalmente, nuestro joven era más corto que el rabo un conejo, no le entraban ni los latines, ni las matemáticas, ni la filosofía, ni la teología. Mejor dicho, no le entraba absolutamente nada y lo echaron del seminario.
No se desanimó y después de muchas peripecias y con la ayuda del Padre Bailey alcanzó el sacerdocio. El obispo estaba encartado porque no sabía dónde mandarlo. Finalmente lo envió a Ars, un pueblito perdido donde había poca gente y la que había no creía en nada.
Juan María era corto de mollera pero largo en santidad así es que se dedicó a la oración, el sacrificio, la penitencia y la predicación. Buscaba a sus feligreses en las discotecas, boliches y donde hiciera falta y poco a poco, aquello fue cambiando, se le llenó la iglesia y el confesionario con sus fieles y fieles llegados de todas partes; a sus pies se arrodillaron, pidiendo perdón a Dios, campesinos, grandes señores, obispos y cardenales. Nuestro curita no tenía tiempo ni para descansar, ni para alimentarse ni para nada.
El 4 de Agosto de 1859 le dieron una nueva parroquia en el cielo. Desde entonces San Juan María Vianney, el que llegó al sacerdocio por tozudo, el cura de Ars, es el patrono de todos los párrocos del mundo y en Argentina de todos los sacerdotes.
Felicidades a todos ellos, especialmente a los Hijos de la Sagrada Familia.
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