Jesús también tenía sus enchufados. Se llamaban Pedro, Santiago y Juan. Cada vez que el Señor va a realizar algo importante se marcha a un lugar apartado en compañía de estos tres.
Hoy les ha invitado a subir con Él al monte Tabor. Ya sabéis que, en la Biblia, la montaña es el trono de Dios, el lugar del encuentro con Él. Recordad a Moisés, todas las veces que sube a la montaña se encuentra con Dios y Dios le da algún encargo importante, como los Mandamientos, por ejemplo.
Y efectivamente, una vez arriba, los apóstoles se encuentran con Dios, lo que no esperaban de ninguna de las maneras es que Dios sea el mismísimo Jesús que ha subido con ellos. Se llevan una sorpresa mayúscula pero agradable. Tan agradable que ya no quieren volver a bajar. “Hagamos tres tiendas” dicen. Pero no.
La Transfiguración no es un espejismo, es la muestra de que Dios está con nosotros y cumple su Palabra, por eso antes de la gloria del cielo hay que bajar de la montaña y pasar la Pasión. Jesús así lo hace y nos invita a nosotros a no tener miedo y aceptar nuestra propia pasión, esa que viene con la vida y que debemos afrontar con alegría y entereza para poder llegar a la Resurrección.
Hoy celebramos la Transfiguración del Señor, la certeza de que en la montaña, más allá de la muerte, tenemos una choza que durará eternamente junto a Dios, nuestro Padre.
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