Eclesiástico 15,16-21
Salmo 118: Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
1 Corintios 2,6-10
Mateo 5,17-37
Eclesiástico 15,16-21
Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.
Salmo 118: Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Tú promulgas tus decretos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus consignas.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Haz bien a tu siervo: viviré
y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu voluntad.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
1 Corintios 2,6-10
Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman." Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Mateo 5,17-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ["No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.] Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. [Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.] Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. [Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.] Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir "si" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno."
— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
Estamos en el sexto domingo del Tiempo Ordinario y continuamos leyendo del evangelio de San Mateo el “Sermón o Discurso del Monte”. Tal vez podamos encontrar la llave para abrir el mensaje de Cristo, en las palabras con que comienza la primera lectura: si quieres…
Jesús no impone, simplemente invita, al mismo tiempo que nos recuerda que hay que hacer una decisión y que de acuerdo con la decisión uno vive o malvive.
Las opciones son claras: “agua o fuego”, “vida o muerte”. Algunos decidimos salirnos por la tangente y optamos por la tibieza o la simple sobrevivencia, nos quedamos en el medio para poder así darnos la vuelta según vayan los vientos, según exija la moda. Evitamos los extremos, decimos, porque somos gente prudente: ni todo a Dios, ni todo al diablo; ni bien vivos, ni bien muertos, así un poquito de cada cosa, en otras palabras, nos vamos resbalando por la vida, sin nunca asentarnos profundamente en nada.
Muy lejos de esa clase de vida o comportamiento está el deseo del salmista (Sal 118): “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón”.
Y hablando de la Ley de Dios, tan querida por el salmista, entramos en el evangelio de hoy. Jesús no puede ser más claro acerca de la misma: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Esta plenitud no se refiere que va a añadir unos cuantos mandamientos más a la lista de los ya dados en el monte del Sinaí, sino que se refiere a la calidad, diría yo, a un profundizamiento en los ya dados. Claro que la nueva exigencia es tan radical que casi podríamos decir que son nuevos mandamientos, dados por un nuevo legislador, desde un nuevo monte.
Estamos ante seis antítesis, así presenta Jesús el cambio radical del antes y del ahora, antes se os dijo… yo ahora os digo. En la Liturgia de la Palabra para hoy, tenemos cuatro de esas leyes o temas: homicidio, adulterio, divorcio y perjurio.
Antes se os dijo: “no cometerás adulterio”, “no matarás”, “el que se divorcie de su mujer, que le den acta de repudio”, y por último, “no jurarás en falso”. Ahora, Jesús, el nuevo Moisés, desde el nuevo Sinaí, dá la nueva ley, que es la antigua pero llevada a la plenitud.
En el ahora de Jesús, él va a la raíz, al interior de la persona, no es el formalismo lo que busca, sino la interioridad, el corazón y por eso a la prohibición del homicidio, se le añade la prohibición de la cólera, del odio, etc.
A la prohibición del adulterio, se le añade el no rotundo a los deseos del mismo, a la concupiscencia. Como escribe un autor moderno: “también los deseos ensucian”.
El divorcio se permitía al marido, ahora se exige completa fidelidad.
La ley antigua era dura y prohibía a rajatablas el juramento en falso. Jesús pide ahora que no se haga juramento alguno, pues la plenitud, la perfección de la ley exige que se diga siempre la verdad.
No podemos contentarnos con el mero formalismo. Jesús les advirtió: “Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”.
Algo para pensar: “Ni ojo vió, ni oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. (2º lectura).
Salmo 118: Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
1 Corintios 2,6-10
Mateo 5,17-37
Eclesiástico 15,16-21
Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.
Salmo 118: Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Tú promulgas tus decretos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus consignas.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Haz bien a tu siervo: viviré
y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu voluntad.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón.
R. Dichoso el que camina
en la voluntad del Señor
1 Corintios 2,6-10
Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman." Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Mateo 5,17-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ["No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.] Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. [Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.] Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. [Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.] Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir "si" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno."
— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
Estamos en el sexto domingo del Tiempo Ordinario y continuamos leyendo del evangelio de San Mateo el “Sermón o Discurso del Monte”. Tal vez podamos encontrar la llave para abrir el mensaje de Cristo, en las palabras con que comienza la primera lectura: si quieres…
Jesús no impone, simplemente invita, al mismo tiempo que nos recuerda que hay que hacer una decisión y que de acuerdo con la decisión uno vive o malvive.
Las opciones son claras: “agua o fuego”, “vida o muerte”. Algunos decidimos salirnos por la tangente y optamos por la tibieza o la simple sobrevivencia, nos quedamos en el medio para poder así darnos la vuelta según vayan los vientos, según exija la moda. Evitamos los extremos, decimos, porque somos gente prudente: ni todo a Dios, ni todo al diablo; ni bien vivos, ni bien muertos, así un poquito de cada cosa, en otras palabras, nos vamos resbalando por la vida, sin nunca asentarnos profundamente en nada.
Muy lejos de esa clase de vida o comportamiento está el deseo del salmista (Sal 118): “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón”.
Y hablando de la Ley de Dios, tan querida por el salmista, entramos en el evangelio de hoy. Jesús no puede ser más claro acerca de la misma: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Esta plenitud no se refiere que va a añadir unos cuantos mandamientos más a la lista de los ya dados en el monte del Sinaí, sino que se refiere a la calidad, diría yo, a un profundizamiento en los ya dados. Claro que la nueva exigencia es tan radical que casi podríamos decir que son nuevos mandamientos, dados por un nuevo legislador, desde un nuevo monte.
Estamos ante seis antítesis, así presenta Jesús el cambio radical del antes y del ahora, antes se os dijo… yo ahora os digo. En la Liturgia de la Palabra para hoy, tenemos cuatro de esas leyes o temas: homicidio, adulterio, divorcio y perjurio.
Antes se os dijo: “no cometerás adulterio”, “no matarás”, “el que se divorcie de su mujer, que le den acta de repudio”, y por último, “no jurarás en falso”. Ahora, Jesús, el nuevo Moisés, desde el nuevo Sinaí, dá la nueva ley, que es la antigua pero llevada a la plenitud.
En el ahora de Jesús, él va a la raíz, al interior de la persona, no es el formalismo lo que busca, sino la interioridad, el corazón y por eso a la prohibición del homicidio, se le añade la prohibición de la cólera, del odio, etc.
A la prohibición del adulterio, se le añade el no rotundo a los deseos del mismo, a la concupiscencia. Como escribe un autor moderno: “también los deseos ensucian”.
El divorcio se permitía al marido, ahora se exige completa fidelidad.
La ley antigua era dura y prohibía a rajatablas el juramento en falso. Jesús pide ahora que no se haga juramento alguno, pues la plenitud, la perfección de la ley exige que se diga siempre la verdad.
No podemos contentarnos con el mero formalismo. Jesús les advirtió: “Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”.
Algo para pensar: “Ni ojo vió, ni oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. (2º lectura).
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