viernes, 11 de febrero de 2011

Nazaret, vino de salvacion, por M. Dolors Gaja

















A lo largo de todo el Antiguo Testamento encontramos textos preciosos en los que se nos dice que Israel es la Viña del Señor. Los profetas se sirven de la imagen para echar en cara al pueblo de Dios haber defraudado a su Señor. Isaias entona un terrible lamento:

“Mi amigo tenía una viña en una fértil colina. La cavó, la despedregó, plantó cepas selectas, levantó en medio una torre y excavó también un lagar. Esperaba que diera uvas pero dio agrazones” (Is 5,1-2)

La antigua viña, el viñedo amado y cuidado por Yavhé ha resultado su gran decepción. El vino que le ofrecían los israelitas en sus libaciones cultuales (Gn 35,14) ha resultado vino aguado cuando estaba llamado a ser vino selecto ( Is 1,22).

Por eso Dios buscó odres nuevos que contuvieran el vino nuevo que estaba por llegar. Porque Dios es aquel que nunca se rinde y que en su segundo intento siempre logra el nuevo y definitivo fruto.

María será el viñedo, la parra fecunda que, plantada en la tierra de José, tierra de Dios, dará al mundo el vino que éste necesita.

La Sagrada Familia es la Nueva Viña, la cepa selecta que responde a los cuidados amorosos del Padre, el amo de la Viña. José y María serán torre y lagar de un nuevo cántico, de una nueva historia que forja la personalidad humana de Jesús, Vino de Salvación y Redención.

Dice un místico sufí que “las religiones son la copa donde se escancia el vino de la divinidad”. Dios se escanció, se derramó en libación en Nazaret. Es Él quien se ofrece para que la humanidad sea un banquete de fiesta. María y José son copa preciosa que recibe la mejor cosecha del Padre.

Ciertamente, cuando uno bebe un buen vino pocas veces repara en la copa que lo contiene. Del mismo modo, a lo largo de los siglos, poco hemos reparado en José y María como familia que contiene al mismo Dios. Siguiendo el símil de la copa María sería la parte superior de ésta: ella recibe y da forma – gesta- al Vino de Dios, ella lo retiene y permite así que la humanidad beba.

José, en cambio, es el pie de la copa pues él da a María la estabilidad necesaria para formar el hogar que el Vino de la Nueva Alianza precisa. Por otra parte, solemos coger la copa por su pie y José, con su larga genealogía, enraiza a Jesús en la humanidad, una humanidad que sostiene la copa y, aunque sus ojos vayan directamente al vino e incluso a la parte superior de la copa, sabe que Jesús es uno de los nuestros, nacido de mujer en una familia con antepasados ilustres y antepasados ignominiosos.

Desde que Dios vino al mundo en la viña de Nazaret, la fiesta se celebra y estamos a ella invitados. No nos cansaremos de decir que la espiritualidad de Nazaret no es una “devoción” más sino algo consustancial a nuestra fe. Podemos saberlo o no, sentirlo o no pero lo cierto es que en medio de tanto dolor y tanta injusticia ya está puesta la mesa del banquete y la copa rebosa. Sólo en la medida en que bebamos el Vino de Salvación el mundo será reparado.

Porque el vino se usa también para sanar heridas. Así nos lo narra la parábola del buen samaritano (Lc10,34). Los santos Padres han visto en ese hombre que baja de Jerusalén y es malherido a la humanidad, representada en Adán, que baja del Paraíso y es profundamente dañada. Jesús, cual buen samaritano se acerca a nosotros para sanar nuestras heridas con vino, con Él mismo. Y nos lleva a la posada, que es la Iglesia, donde le aguardamos hasta que vuelva. Los denarios administrados para nuestra sanación son los sacramentos que la Iglesia administra.

Jesús habló con frecuencia del vino. Tiene numerosas parábolas sobre viñas y viñadores e incluso recrea el texto de Isaias. De hecho su primer signo fue convertr el agua en vino bajo la solícita presencia de María. Muchas veces he oído comentar este milagro como signo de la gratuidad de Dios porque, para algunos, es un milagro casi “innecesario”. Parece que no tiene el mismo rango que curar a un ciego o a un paralítico. Dios es así, dicen algunos, sencillamente no quería que una pareja quedara mal en la fiesta de su boda. Es pues, un “detalle” de Jesús.

Creo que no. Me parece uno de los milagros clave o, quizá, el milagro clave. Por algo Juan, el Águila, lo pone en el frontispicio de la vida de Jesús. La presencia de Jesús convierte el agua de la humanidad en vino de divinidad. Ese es el milagro. La Alianza, la boda entre un agua que al entrar en contacto con el Vino no consigue aguarlo sino que, al contrario, se diviniza, es convertida en vino.

Cuando Jesús se sentó a la mesa en la última cena tomó una copa de vino. Y la convirtió en emblema de la Nueva Alianza. Como nuevo Melquisedec (Gn 14,18) ofreció pan y vino y creó un nuevo pueblo, una nueva familia que bebe el cáliz de Salvación cada domingo. Jesús moriría fuera de la Viña (Mt 21,39) después de probar vino y hiel y rechazarlo (Mt 27,34) porque ya el Antiguo Testamento había caducado. Y según sus palabras el Reino del Padre será un banquete en el que beberemos todos un vino nuevo que Él también espera beber.

Mientras llega ese día, acerquémonos a Nazaret para permanecer en Él, que es la Vid verdadera. Porque sin Él nada podemos. (Jn 15, 1-8)

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