Eclesiastico 15, 16-21
Salmo 118,1-2.4-5.17-18.33-34
1 Corintios 2, 6-10
Mateo 5, 17-37
Estamos en el sexto domingo del Tiempo Ordinario y continuamos leyendo del evangelio de san Mateo el “Sermón o Discurso del Monte”. Tal vez podamos encontrar la llave para abrir el mensaje de Cristo, en las palabras con que comienza la primera lectura: Si quieres…
Jesús no impone, simplemente invita, al mismo tiempo que nos recuerda que hay que hacer una decisión y que de acuerdo con la decisión uno vive o malvive.
Las opciones son claras: “agua o fuego”, “vida o muerte”. Algunos decidimos salirnos por la tangente y optamos por la tibieza o la simple sobrevivencia, nos quedamos en el medio para poder así darnos la vuelta según vayan los vientos, según exija la moda. Evitamos los extremos, decimos, porque somos gente prudente: ni todo a Dios, ni todo al diablo; ni bien vivos, ni bien muertos, así un poquito de cada cosa, en otras palabras, nos vamos resbalando por la vida, sin nunca asentarnos profundamente en nada.
Muy lejos de esa clase de vida o comportamiento está el deseo del salmista (Sal 118): “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón”.
Y hablando de la Ley de Dios, tan querida por el salmista, entramos en el evangelio de hoy. Jesús no puede ser más claro acerca de la misma: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Esta plenitud no se refiere que va a añadir unos cuantos mandamientos más a la lista de los ya dados en el monte del Sinaí, sino que se refiere a la calidad, diría yo, a un profundizar en los ya dados. Claro que la nueva exigencia es tan radical que casi podríamos decir que son nuevos mandamientos, dados por un nuevo legislador, desde un nuevo monte.
Estamos ante seis antitesis, así presenta Jesús el cambio radical del antes y del ahora, antes se os dijo… yo ahora os digo. En la Liturgia de la Palabra para hoy, tenemos cuatro de esas leyes o temas: homicidio, adulterio, divorcio y perjurio.
Antes se os dijo: “no cometerás adulterio”, “no matarás”, “el que se divorcie de su mujer, que le den acta de repudio”, y por último, “no jurarás en falso”. Ahora, Jesús, el nuevo Moisés, desde el nuevo Sinaí, dá la nueva ley, que es la antigua pero llevada a la plenitud.
En el ahora de Jesús, él va a la raíz, al interior de la persona, no es el formalismo lo que busca, sino la interioridad, el corazón y por eso a la prohibición del homicidio, se le añade la prohibición de la cólera, del odio, etc. A la prohibición del adulterio, se le añade el no rotundo a los deseos del mismo, a la concupiscencia. Como escribe un autor moderno: “también los deseos ensucian”. El divorcio se permitía al marido, ahora se exige completa fidelidad. La ley antigua era dura y prohibía a rajatabla el juramento en falso. Jesús pide ahora que no se haga juramento alguno, pues la plenitud, la perfección de la ley exige que se diga siempre la verdad.
No podemos contentarnos con el mero formalismo. Jesús les advirtió: “si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”.
Algo para pensar: “Ni ojo vio, no oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. (2a lectura).
Salmo 118,1-2.4-5.17-18.33-34
1 Corintios 2, 6-10
Mateo 5, 17-37
Estamos en el sexto domingo del Tiempo Ordinario y continuamos leyendo del evangelio de san Mateo el “Sermón o Discurso del Monte”. Tal vez podamos encontrar la llave para abrir el mensaje de Cristo, en las palabras con que comienza la primera lectura: Si quieres…
Jesús no impone, simplemente invita, al mismo tiempo que nos recuerda que hay que hacer una decisión y que de acuerdo con la decisión uno vive o malvive.
Las opciones son claras: “agua o fuego”, “vida o muerte”. Algunos decidimos salirnos por la tangente y optamos por la tibieza o la simple sobrevivencia, nos quedamos en el medio para poder así darnos la vuelta según vayan los vientos, según exija la moda. Evitamos los extremos, decimos, porque somos gente prudente: ni todo a Dios, ni todo al diablo; ni bien vivos, ni bien muertos, así un poquito de cada cosa, en otras palabras, nos vamos resbalando por la vida, sin nunca asentarnos profundamente en nada.
Muy lejos de esa clase de vida o comportamiento está el deseo del salmista (Sal 118): “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón”.
Y hablando de la Ley de Dios, tan querida por el salmista, entramos en el evangelio de hoy. Jesús no puede ser más claro acerca de la misma: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Esta plenitud no se refiere que va a añadir unos cuantos mandamientos más a la lista de los ya dados en el monte del Sinaí, sino que se refiere a la calidad, diría yo, a un profundizar en los ya dados. Claro que la nueva exigencia es tan radical que casi podríamos decir que son nuevos mandamientos, dados por un nuevo legislador, desde un nuevo monte.
Estamos ante seis antitesis, así presenta Jesús el cambio radical del antes y del ahora, antes se os dijo… yo ahora os digo. En la Liturgia de la Palabra para hoy, tenemos cuatro de esas leyes o temas: homicidio, adulterio, divorcio y perjurio.
Antes se os dijo: “no cometerás adulterio”, “no matarás”, “el que se divorcie de su mujer, que le den acta de repudio”, y por último, “no jurarás en falso”. Ahora, Jesús, el nuevo Moisés, desde el nuevo Sinaí, dá la nueva ley, que es la antigua pero llevada a la plenitud.
En el ahora de Jesús, él va a la raíz, al interior de la persona, no es el formalismo lo que busca, sino la interioridad, el corazón y por eso a la prohibición del homicidio, se le añade la prohibición de la cólera, del odio, etc. A la prohibición del adulterio, se le añade el no rotundo a los deseos del mismo, a la concupiscencia. Como escribe un autor moderno: “también los deseos ensucian”. El divorcio se permitía al marido, ahora se exige completa fidelidad. La ley antigua era dura y prohibía a rajatabla el juramento en falso. Jesús pide ahora que no se haga juramento alguno, pues la plenitud, la perfección de la ley exige que se diga siempre la verdad.
No podemos contentarnos con el mero formalismo. Jesús les advirtió: “si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”.
Algo para pensar: “Ni ojo vio, no oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. (2a lectura).
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