viernes, 25 de febrero de 2011

Domingo 8 del tiempo ordinario, año A, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

Isaias 49,14-15
Salmo 61
1 Corintios 4,1-5
Mateo 6,24-34

En las grandes ciudades donde la vida social (cenas, banquetes, bailes) es el pan nuestro de cada día, hay quienes sufren tremendamente pues se pasan los días esperando la invitación, que en algunas ocasiones llega y en otras no. Algo parecido sucede en la política, especialmente después de unas elecciones cuando se espera la llamada del elegido para ofrecernos un puesto en su nueva administración. La llamada que hemos estado esperando nos hace sonreír, lo contrario nos causa pena: “se han olvidado de mí”.

Para el pueblo de Israel el exilio ha sido algo devastador, y todas aquellas hazañas de Dios a favor de su pueblo, no son suficientes para contentarlo: “Me ha abandonado Dios, el Señor se ha olvidado de mí”.

La experiencia de ser olvidado puede enriquecer nuestra vida con esa gran lección de humildad que nos ayuda a entrar en nosotros mismos. También nos puede hundir, y por eso el Señor responde inmediatamente: “¿Acaso olvida una madre a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas?"

Dios toma enseguida sus sentimientos maternales, el amor más fuerte que existe, y recuerda a su pueblo que aunque una madre se olvidara de su hijo (algo casi imposible) él nunca lo hará. Dios nunca se olvida de nosotros, aunque haya momentos que nos lo parezca, pues es imposible para el amor de Dios olvidarse del fruto de sus entrañas.

Confiar en Dios es nuestro llamado, es nuestro destino, lo cual nos lleva a esa estrecha relación con él, que es verdadera comunión.

Continuamos con el Sermón de Monte en la lectura evangélica. Un pasaje más que podemos dejarlo de lado pues nos parece una exageración, o puede también hacer que hagamos un alto en el camino de nuestra vida y entremos en la narración que nos ofrece Mateo. Todo el Sermón de la Montaña nos ofrece un cambio radical de forma de pensar y actuar, pues no es simplemente hacer una decisión entre el bien y el mal, sino entre lo bueno y lo mejor.

Es muy difícil, imposible, servir con fidelidad a dos amos que no se entienden, pues llegará el momento que uno debe decidir por uno o por el otro, y llegará fácilmente a odiar a uno y amar o servir al otro.

El Señor ha venido a establecer el Reino de Dios, lo anunció, lo explicó, lo presentó. Muchos seguimos todavía trabajando para el reino nuestro, el de aquí, el de las satisfacciones inmediatas, el que nos proporciona, creemos nosotros, gozo inminente.

Estamos preocupados por el comer, vestir, divertirse, avanzar en nuestra carrera, el adquirir prestigio, en conseguir honores todo lo cual se quedará por aquí, sin embargo al preocuparnos por el reino de Dios actuamos, primero y ante todo, para que él sea glorificado, y después para que haya justicia, para que los líderes mundiales trabajen por una justa distribución de los bienes y todos puedan comer, para que las ciencias y tecnologías contribuyan no sólo a añadir años a la vida, sino principalmente calidad a la misma.

Al trabajar por el Reino, o sea por crear un mundo justo, dedicado a la verdad, viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios, donde se busca la paz y reina el amor, es confiar en el Dios que como madre “no nos va a olvidar”. Y así como él no nos olvida, nosotros tampoco nos olvidamos en él proclamando nuestra confianza en el que nos salva.

La lectura y reflexión de este pasaje evangélico de San Mateo podría servirnos a todos a cuidar y usar las cosas de este mundo de acuerdo con nuestras verdaderas necesidades y no basados en el capricho que conduce al desperdicio y destrozo de gran parte de nuestro planeta y de sus recursos, todo lo cual fue creado por el Dios que nos ama.

jueves, 24 de febrero de 2011

Fragilidad afectiva y direccion espiritual de los candidatos al sacerdocio. Entrevista a Mons. Jose M. Yanguas, Obispo de Cuenca.

La formación en los seminarios con sus desafíos y características actuales, la importancia del acompañamiento espiritual y temas como las fragilidades física y afectiva fueron algunos temas que se trataron en el curso La formacion espiritual en nuestros seminarios que se realizó en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma del 7 al 11 de febrero pasados.

El obispo de Cuenca (España) José María Yanguas, intervino en este evento académico sobre el tema de la fragilidad afectiva.

¿Cuáles deben ser los pilares de la formación espiritual que deben primar actualmente en los seminarios?
Este período tiene como fin preparar a los candidatos para continuar en la Iglesia la misión de Jesucristo, Buen Pastor, siendo colaboradores de los Obispos. Los sacerdotes son, radicalmente, cristianos, llamados a realizar una misión que precisa de una previa “capacitación”, la ordenación sacerdotal, particular configuración con Cristo sacerdote y Pastor. La primera tarea, pues, en la educación de los seminarios es formar buenos cristianos, es decir educar en las virtudes, humanas y cristianas, comunes a todo discípulo de Jesús.

¿Y cuáles son esas virtudes?
Un candidato al sacerdocio debe procurar adquirir virtudes como la sinceridad y la sencillez, con un rechazo instintivo a la doble vida, de todo lo que es falso, inauténtico, postizo; el espíritu de trabajo; el sentido de la amistad, sincera y abierta, sacrificada y generosa, fundamental para vivir el sacerdocio dentro de un presbiterio y en el seno de una comunidad; el espíritu de servicio, necesario para quien ha de darse incansablemente a todos; la reciedumbre de ánimo y la capacidad de sufrimiento, el “aguante”, podríamos decir, para no doblarse ante las dificultades y los obstáculos, para saber trabajar a largo plazo sin esperar fáciles éxitos inmediatos y no desanimarme ante posibles fracasos.

Además, es claro que el candidato al sacerdocio debe tener la necesaria formación teológica y moral, canónica, litúrgica y pastoral; poseer experiencia viva del Dios que se nos revela en Cristo y que se cultiva en el diálogo vital de la oración personal, pública o privada; sentido sobrenatural que lleve a enjuiciarlo todo a la luz de Dios; afabilidad y sentido de paternidad que moverá a tratar a todos con sincera y madura cordialidad; optimismo sobrenatural que infunda en los fieles alegría y confianza.

También, sentido de responsabilidad, creatividad y espíritu de leadership de quien se empeña, de mil maneras, en servir la Palabra de Dios a sus hermanos, en acercarles a las fuentes de la gracia que son los sacramento, en guiarlos por los caminos de una vida auténticamente cristiana. No son las únicas “virtudes” de la formación sacerdotal por la que usted me pregunta, pero estas no deberían faltar.

¿Cuál debe ser el papel del director espiritual durante la formación de los seminaristas?
Se trata ciertamente de un papel fundamental. De una parte se ocupa de la vida y de la formación espiritual en el seminario, que tiene lugar mediante charlas, retiros, meditaciones, lectura de libros, entre otras. De otra, el director espiritual es guía espiritual de los candidatos. Estos le abren su alma, haciéndole partícipe de su vida interior, con el fin de que pueda orientar, iluminar, corregir, abrir horizontes, aclarar dudas, proponer metas, animar a veces, moderar otras.

Se trata, pues, de una labor que toca lo más íntimo y personal de cada uno. Es tarea que requiere, pues, una delicadeza extrema, de manera que los candidatos se sientan acogidos, comprendidos, apreciados; precisa de humildad y sentido de Iglesia para no formarlos a la propia imagen y semejanza; pide respeto por las peculiaridades de cada uno en la seguridad de que no hay dos almas iguales y de que no existen recetas de indiscriminada aplicación universal; fortaleza para saber corregir cuando sea necesario; ciencia moral y conocimiento de la vida espiritual; atención a lo que Dios puede pedir a los distintos candidatos, esmero para facilitar su sinceridad, prudencia para llevarlos por un plano inclinado, paciencia para acompañar los ritmos de crecimiento, a veces tan distintos, de cada uno…

¿Y en lo que se refiere a la fragilidad afectiva, de la que usted habló en el evento académico en la Universidad de la Santa Cruz?
Este asunto no es algo específico de la formación sacerdotal. La fragilidad, la inmadurez, la inconsistencia de ánimo es algo presente en muchos de nuestros jóvenes y adolescentes. Se manifiesta como falta de armonía entre las esferas intelectual, volitiva y afectiva de la persona, creando inestabilidad, cambios frecuentes de estado de ánimo, conductas guiadas por las “ganas”, incumplimiento de los compromisos adquiridos, desilusiones tras repentinos entusiasmos, estados depresivos sin más razón que los pequeños e inevitables fracasos, incapacidad para mantenerse o resistir ante los obstáculos, dificultad para tomar verdaderas decisiones. Las personas afectivamente frágiles necesitan estar en el centro de la atención, ser reconocidas y estimadas y confunden fácilmente sentimiento y amor verdadero.

¿Se trata sólo de una cuestión de sentimientos?
Desde luego que no. Esta es la inadecuada integración del mundo afectivo en la totalidad de la persona, mientras que la madurez personal, en cambio, es fruto del armónico desarrollo de las capacidades propiamente humanas. La inmadurez afectiva no es cuestión sólo de la esfera de los sentimientos, supone seguramente inmadurez intelectual y volitiva.

Si el variado mundo de los sentimientos y afectos, frecuentemente confuso, prevalece sobre la inteligencia y la voluntad, se cae necesariamente en el sentimentalismo, permitiendo que sean los sentimientos quienes decidan sobre la verdad o el error y que sean ellos el único motor de nuestros actos. La razón pierde capacidad de discernimiento, y la voluntad se debilita. La vida de la persona queda así en poder de los sentimientos, variables, cambiantes, a menudo superficiales, siendo así que necesitan más bien ser dirigidos por la inteligencia, y gobernados por la voluntad.

Si el sentimentalismo invade la vida de piedad, ésta correrá un gravísimo riesgo apenas falten los sentimientos, experiencias o afectos que las sostienen. Se confunde equivocadamente con ellos y corre su misma suerte.

El director espiritual debe procurar encaminar al candidato hacia una vida afectiva madura, ¿qué características presenta ésta?
Una vida afectiva madura exige una visión del hombre que responda a su verdad sin reduccionismos, dualismos o visiones parciales. Requiere el conocimiento del verdadero ordo amoris, de la escala de bienes que merecen ser amados. Pero pide también fuerza, voluntad, capacidad para poder seguir y vivir ese ordo.

¿Qué características del tiempo actual pueden propiciar que se de la fragilidad afectiva que tanto toca al hombre de nuestro tiempo?
Esta se ve favorecida por un ambiente en el que se reniega de las verdades absolutas, de los valores fuertes, de los modelos de conducta; una cultura ambiente en la que la distinción entre el bien y el mal es incierta, donde lo verdadero se confunde con lo útil o práctico; en la que “todo es del color del cristal con que se mira”. Eso hace que resulte imposible una auténtica educación o formación: no existen modelos, falta una idea precisa de lo que significa ser hombre.

La dificultad se agrava si el esfuerzo, el empeño y el sacrificio que exige toda educación no gozan de buena prensa porque el placer se ha convertido en norte y fin de la existencia. La búsqueda espasmódica de placer nos pone en presencia del hombre animal de que habla san Pablo, incapaz de comprender las cosas de Dios, débil, esclavo de sus pasiones.

Resulta un desafío este factor para la formación de los actuales seminaristas…
Así es… Por ello necesario proponer a los candidatos al sacerdocio con renovado vigor el modelo de Cristo sacerdote, Buen Pastor; motivarlos con esa imagen, de manera que a su luz adquiera sentido toda la tarea de formación, de forja de la propia personalidad.

Habrá que mostrar con claridad el ordo amoris, el orden de los bienes que hay que amar y realizar. Será imprescindible fortalecer, enreciar la voluntad de los candidatos, ejercitarlos en la “paciencia”, en la capacidad de sufrir por lo que se ama, por lo que merece nuestro esfuerzo, empeño y sacrificio. Convendrá poner en contacto a los candidatos con figuras verdaderamente sacerdotales que hayan encarnado y encarne el ideal sacerdotal de amor y entrega total a Dios, de esperanza y optimismo, de alegre pasión por las almas, de positiva visión de fe…

Fuente: http://www.zenit.org/

miércoles, 23 de febrero de 2011

LA CUARESMA, REDESCUBRIR NUESTRO BAUTISMO

La Cuaresma es una ocasión para redescubrir el sentido y el valor del Bautismo, recordó el papa Benedicto XVI en su mensaje para la Curesma de 2011.

Con el tema “Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado” (Col 2,12), el Papa nos invita a hacer de la cuaresma un “camino de purificación para vivir mas plenamente la nueva vida que hemos recibido del Señor”.

Benedicto XVI destaca que el hecho de que en la mayoría de los casos este sacramento sea recibido por los niños, “pone de relieve que es un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas”. “Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela de fe y vida cristiana”.

“Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la 'tierra', que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo”.

A través de la práctica del ayuno, de la limosna y de la oración, “expresiones del compromiso de conversión”, la Cuaresma nos enseña “a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo”.

El ayuno

El ayuno tiene para el cristiano “un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro 'yo', para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos”.

“Para el cristiano el ayuno abre a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo”. De este modo, se aprende a resistir “ante la tentación del tener, de la avidez de dinero”.

La limosna

“El afán de poseer provoca violencia y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir”.

“¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro?”.

La práctica de la limosna “nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia”.

La Palabra y la oración

“Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor, ¿qué puede haber más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios?”, dice el Papa en su Mensaje. Por esto, en los evangelios de los domingos de Cuaresma la Iglesia “nos guía a un encuentro con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él”.

Interiorizando la Palabra de Dios para vivirla se aprende “una forma de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo”. La oración permite también adquirir “una nueva concepción del tiempo”.

El tiempo, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia “simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro”, mientras que en la oración se encuentra “tiempo para Dios”, “para entrar en la íntima comunión con El y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna”.

Conclusión

El itinerario cuaresmal consiste en el “hacerme semejante a él en su muerte”, “para llevar a cabo una conversión de nuestra vida”: “dejarnos transformar como Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo”.

“El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo”.

Conferencia de Arcadi Oliveres, presidente de Justicia y Paz sobre la riqueza

sábado, 19 de febrero de 2011

La Sagrada Familia en el Santuario de Chimayo


















La pintura reproduce a Jesus, Maria y Jose en una pose muy familiar. Jesus esta jugando con Maria a las puertas del Santuario. Jose ha recogido unas flores para ofrecerselas al nino y a su madre. Los tres "han sido pillados" a la sombra de un arbol muy frondoso, como los que abundan en el Santuario de Chimayo. Y es que al Santuario no solo llegan personas buscando un milagro para sus problemas sino tambien muchas familias que vienen a pasar el dia en un lugar que parece estar mas cerca del cielo.

El cuadro fue donado ayer, viernes 18 de febrero (2011), por Nidia y Gilbert Martinez, los duenos de la galeria Terra Bella. Nidia me dijo: "Pero este cuadro es para usted, es un regalo que queremos hacerle". Nidia me conoce desde hace tiempo, asi que no le sorprendio mi respuesta: "Gracias, te lo acepto en nombre de mis hermanos de la Sagrada Familia; lo vamos a mostrar en el Museo del Santo Nino de Atocha y la Sagrada Familia, que es un lugar publico y mucha gente podra disfrutarlo. Nidia, que es algo mandona, volvio a decir: "Bueno, usted haga lo que quiero pero este cuadro Gilbert y yo se lo regalamos a usted".

viernes, 18 de febrero de 2011

Las Dos Trinidades, Bartolome Esteban Murillo (1617-1682)


Bartolome Esteban Murillo Perez
1680-1?
National Gallery de Londres
293 x 207 cm.
Oleo sobre lienzo
Barroco Español

El tema de las Dos Trinidades no goza de un numero extenso de obras en el arte si lo comparamos con otros temas religiosos, pero en la Holanda y Espana del siglo XVII se puede encontrar ocasionalmente. El episodio que inspira a Muriilo a pintar las Dos Trinidades se halla en el evangelio, concretamente en el returno de Jesus a Nazaret junto a Maria y Jose. Estas tres figuras representan la Trinidad terrenal, mientras que el Padre, la paloma, y el mismo Jesus forman la Trinidad celestial.

En la última etapa de su vida Murillo hace una de sus mejores imágenes de la Sagrada Familia, también llamada Las Dos Trinidades ya que la figura del Niño Jesús se ubica en el centro de la composición, formando la Trinidad celestial con el Padre Eterno y la paloma del Espíritu Santo que están sobre El mientras que al mismo tiempo establece la Trinidad terrena con Maria y José. Estos personajes aparecen arrodillados en actitud de mostrar a su hijo que se sitúa sobre un pedestal. El Padre Eterno abre sus brazos para acoger al Niño y la paloma desciende a la Tierra para posarse sobre Él. Una corte de ángeles rodea a la Trinidad celestial.

La composición se organiza con una aspa típicamente barroca constituida por dos diagonales que forman a su vez dos triángulos invertidos. La luz y los colores empleados por el maestro configuran una espectacular sensación atmosférica que envuelve a los diferentes personajes, alejándose definitivamente de las experiencias tenebristas de los primeros de Murillo años para dar paso a un estilo luminista y colorista que se inspira en la escuela flamenca con Rubens y Van Dyck a la cabeza.

Segun Palomino, biografo de Murillo, el cuadro se pinto en Cadiz y pertenecio al Marques de Pedroso. El modelo de la la Virgen Maria aparece en otras obras del artista.

Los artistas que trataron la imagen de Cristo se tuvieron que enfrentar a un desafío considerable que se centra en la naturaleza dual de Cristo: humana y divina. Esta difícil tarea fue resuelta de forma extraordinaria por Murillo en el cuadro Las dos Trinidades, una obra en la que Cristo aparece en el centro de la Trinidad Celeste, con Dios Padre y el Espíritu Santo, y en el de la Terrenal, con la Sagrada Familia.

Domingo de la 7 Semana del Tiempo Ordinario A, por Mons. Francisco Gonzalez

Comentario por Mons. Francisco González


Seguimos con el capítulo 5 del evangelio de San Mateo. Estamos reflexionando sobre el Sermón de la Montaña que creo es una de las mejores páginas al hablar del respeto que debemos a toda persona. Todos aquellos que los grandes de este mundo, los de la sociedad más afluente consideraban de poca importancia y tenía como “los pobrecitos”, llega el Señor y en su discurso programático dirigido a todo el que quisiera escuchar llama Benditos, bendecidos, bienaventurados a los que la sociedad consideraba como lo contrario.

Este cambio de actitud se tiene que reflejar en el estilo de vida y así continuamos en esas antítesis que el Señor presenta: se os dijo y ahora yo os digo. Esta nueva enseñanza es cumplir con lo que ya se había empezado, y ahora sí caminamos hacia delante.

Todo este cambio de valores puede desestabilizar nuestra forma de pensar, de actuar, de vivir. Podemos preguntarnos: ¿Quiere Dios que cuando me golpeen una mejilla ponga la otra? Y si me quieren robar la chaqueta, ¿debo darle el abrigo también? ¿de veras debo amar a mi enemigo?

Para comprender todo esto, nos dicen los estudiosos que debemos también entrarnos en el modo de vida de aquellos tiempos y ver las diferentes actitudes y modo de vida. Todo lo cual parece muy razonable. Sin embargo también podríamos echar una mirada atenta a Jesús, y mirarlo no sólo con los ojos del cuerpo, sino también con el corazón. ¿Qué nos dice Jesús y no solamente con sus palabras, sino también con sus obras?

Tal vez podamos acercarnos más a esta lectura y desgranar con más precisión clavando la mirada en el Maestro a quien prenden rudamente en el huerto de Getsemaní, que le juzgan y condenan usando falsos testigos, que se mofan de él, le dan azotes, empujones y bofetadas, le ponen una corona de espinas y le cargan una cruz con la que va al patíbulo, lo desnudan, crucifican y continúan riéndose de él y su reacción es dar un hijo a su madre, una madre a su amigo y un gran perdón a todos, especialmente los que le han puesto en el madero.

Podemos volvernos a preguntar si todo lo dicho por Jesús que hemos mencionado es lo que él quería decir. Lo que no podemos preguntarnos es acerca de lo que hizo. Sus sufrimientos son bien claros, y camina con ellos por la sencilla razón de que su amor es infinito, es un amor hacia la humanidad sin medida, sin condiciones. Todo lo que es él y tiene nos lo da, incluso su cuerpo y sangre en la Eucaristía.

Este es el ejemplo a seguir, esto es lo que significa santidad, es amor sin límites a Dios y al prójimo, y este prójimo no es simplemente el compatriota como lo catalogaba el pueblo judío. El prójimo es todo aquel con quien me encuentro y me necesita.

La lectura evangélica que nos puede parecer tan radical, tan poco práctica, tan absurda cuando la leemos mirando nuestro mundo actual, parece que nos da la clave para la solución de todos esos retos y problemas que encontramos en nuestros días como pueden ser la violencia, la opresión, el abuso, el hambre, la pobreza, las guerras, el terrorismo y todos esos males que nos vienen del egoísmo, el odio, la indiferencia hacia los demás.

Francisco de Asís, el santo de todos, lo había entendido muy bien y por eso pide al Señor ser su instrumento y así donde hay odio, ofensa, discordia, duda, error, desesperación y tinieblas poder llevar, dar y ser amor, perdón, unión, fe, verdad, alegría y luz.

Sólo cuando aceptemos en nuestras vidas la radicalidad del evangelio renovador de Jesús se establecerá en este mundo la paz verdadera, que genera esperanza porque están basadas en el amor a Dios y al prójimo.

Los origenes del cristianismo, por Rafael Aguirre

Un tema apasionante como el origen del cristianismo generó tanta expectación que el Paraninfo de la Universidad registró un lleno para escuchar la conferencia de Rafael Aguirre (teologo vasco, catedratico emerito de la Facultad de Teologia de Deusto).

"Es un tema muy de actualidad por muchas razones, sobre todo porque, en momentos de crisis, la gente mira hacia el pasado para buscar orientación y luz. Yo creo que hay una crisis tanto cultural, como en la Iglesia, y por ambas razones este tema tiene una gran acogida".

Rafael Aguirre asume que el origen del cristianismo ya suscita polémica de entrada "porque se han dado interpretaciones muy dispares. Hay desde quienes consideran que el cristianismo es la tergiversación total del proyecto de Jesús, hasta los que creen que responde a decretos fundacionales. Yo creo que son dos extremos insostenibles; más bien el cristianismo surgió como un proceso complejo y conflictivo que duró siglo y medio y esto es precisamente lo que se trata de desentrañar".

Sobre las interpretaciones que a lo largo de los siglos se han venid haciendo, Rafael Aguirre matiza que "originariamente, fue un movimiento muy plural y muy complejo. El impacto de Jesús fue muy fuerte, pero se tradujo en líneas y tradiciones profundamente diferentes entre ellas. Poco a poco, fue evolucionando y hubo una línea, con gran capacidad de acogida, plural, que se fue imponiendo y prevaleció. Es lo que hoy nosotros llamamos el cristianismo ortodoxo".

http://www.nortedecastilla.es/

viernes, 11 de febrero de 2011

Nazaret, vino de salvacion, por M. Dolors Gaja

















A lo largo de todo el Antiguo Testamento encontramos textos preciosos en los que se nos dice que Israel es la Viña del Señor. Los profetas se sirven de la imagen para echar en cara al pueblo de Dios haber defraudado a su Señor. Isaias entona un terrible lamento:

“Mi amigo tenía una viña en una fértil colina. La cavó, la despedregó, plantó cepas selectas, levantó en medio una torre y excavó también un lagar. Esperaba que diera uvas pero dio agrazones” (Is 5,1-2)

La antigua viña, el viñedo amado y cuidado por Yavhé ha resultado su gran decepción. El vino que le ofrecían los israelitas en sus libaciones cultuales (Gn 35,14) ha resultado vino aguado cuando estaba llamado a ser vino selecto ( Is 1,22).

Por eso Dios buscó odres nuevos que contuvieran el vino nuevo que estaba por llegar. Porque Dios es aquel que nunca se rinde y que en su segundo intento siempre logra el nuevo y definitivo fruto.

María será el viñedo, la parra fecunda que, plantada en la tierra de José, tierra de Dios, dará al mundo el vino que éste necesita.

La Sagrada Familia es la Nueva Viña, la cepa selecta que responde a los cuidados amorosos del Padre, el amo de la Viña. José y María serán torre y lagar de un nuevo cántico, de una nueva historia que forja la personalidad humana de Jesús, Vino de Salvación y Redención.

Dice un místico sufí que “las religiones son la copa donde se escancia el vino de la divinidad”. Dios se escanció, se derramó en libación en Nazaret. Es Él quien se ofrece para que la humanidad sea un banquete de fiesta. María y José son copa preciosa que recibe la mejor cosecha del Padre.

Ciertamente, cuando uno bebe un buen vino pocas veces repara en la copa que lo contiene. Del mismo modo, a lo largo de los siglos, poco hemos reparado en José y María como familia que contiene al mismo Dios. Siguiendo el símil de la copa María sería la parte superior de ésta: ella recibe y da forma – gesta- al Vino de Dios, ella lo retiene y permite así que la humanidad beba.

José, en cambio, es el pie de la copa pues él da a María la estabilidad necesaria para formar el hogar que el Vino de la Nueva Alianza precisa. Por otra parte, solemos coger la copa por su pie y José, con su larga genealogía, enraiza a Jesús en la humanidad, una humanidad que sostiene la copa y, aunque sus ojos vayan directamente al vino e incluso a la parte superior de la copa, sabe que Jesús es uno de los nuestros, nacido de mujer en una familia con antepasados ilustres y antepasados ignominiosos.

Desde que Dios vino al mundo en la viña de Nazaret, la fiesta se celebra y estamos a ella invitados. No nos cansaremos de decir que la espiritualidad de Nazaret no es una “devoción” más sino algo consustancial a nuestra fe. Podemos saberlo o no, sentirlo o no pero lo cierto es que en medio de tanto dolor y tanta injusticia ya está puesta la mesa del banquete y la copa rebosa. Sólo en la medida en que bebamos el Vino de Salvación el mundo será reparado.

Porque el vino se usa también para sanar heridas. Así nos lo narra la parábola del buen samaritano (Lc10,34). Los santos Padres han visto en ese hombre que baja de Jerusalén y es malherido a la humanidad, representada en Adán, que baja del Paraíso y es profundamente dañada. Jesús, cual buen samaritano se acerca a nosotros para sanar nuestras heridas con vino, con Él mismo. Y nos lleva a la posada, que es la Iglesia, donde le aguardamos hasta que vuelva. Los denarios administrados para nuestra sanación son los sacramentos que la Iglesia administra.

Jesús habló con frecuencia del vino. Tiene numerosas parábolas sobre viñas y viñadores e incluso recrea el texto de Isaias. De hecho su primer signo fue convertr el agua en vino bajo la solícita presencia de María. Muchas veces he oído comentar este milagro como signo de la gratuidad de Dios porque, para algunos, es un milagro casi “innecesario”. Parece que no tiene el mismo rango que curar a un ciego o a un paralítico. Dios es así, dicen algunos, sencillamente no quería que una pareja quedara mal en la fiesta de su boda. Es pues, un “detalle” de Jesús.

Creo que no. Me parece uno de los milagros clave o, quizá, el milagro clave. Por algo Juan, el Águila, lo pone en el frontispicio de la vida de Jesús. La presencia de Jesús convierte el agua de la humanidad en vino de divinidad. Ese es el milagro. La Alianza, la boda entre un agua que al entrar en contacto con el Vino no consigue aguarlo sino que, al contrario, se diviniza, es convertida en vino.

Cuando Jesús se sentó a la mesa en la última cena tomó una copa de vino. Y la convirtió en emblema de la Nueva Alianza. Como nuevo Melquisedec (Gn 14,18) ofreció pan y vino y creó un nuevo pueblo, una nueva familia que bebe el cáliz de Salvación cada domingo. Jesús moriría fuera de la Viña (Mt 21,39) después de probar vino y hiel y rechazarlo (Mt 27,34) porque ya el Antiguo Testamento había caducado. Y según sus palabras el Reino del Padre será un banquete en el que beberemos todos un vino nuevo que Él también espera beber.

Mientras llega ese día, acerquémonos a Nazaret para permanecer en Él, que es la Vid verdadera. Porque sin Él nada podemos. (Jn 15, 1-8)

6 domingo del tiempo ordinario, año A: "Si no sois mejores que los letrados y fariseos no entrareis en el Reino de los Cielos", Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

Eclesiastico 15, 16-21
Salmo 118,1-2.4-5.17-18.33-34
1 Corintios 2, 6-10
Mateo 5, 17-37

Estamos en el sexto domingo del Tiempo Ordinario y continuamos leyendo del evangelio de san Mateo el “Sermón o Discurso del Monte”. Tal vez podamos encontrar la llave para abrir el mensaje de Cristo, en las palabras con que comienza la primera lectura: Si quieres…

Jesús no impone, simplemente invita, al mismo tiempo que nos recuerda que hay que hacer una decisión y que de acuerdo con la decisión uno vive o malvive.

Las opciones son claras: “agua o fuego”, “vida o muerte”. Algunos decidimos salirnos por la tangente y optamos por la tibieza o la simple sobrevivencia, nos quedamos en el medio para poder así darnos la vuelta según vayan los vientos, según exija la moda. Evitamos los extremos, decimos, porque somos gente prudente: ni todo a Dios, ni todo al diablo; ni bien vivos, ni bien muertos, así un poquito de cada cosa, en otras palabras, nos vamos resbalando por la vida, sin nunca asentarnos profundamente en nada.

Muy lejos de esa clase de vida o comportamiento está el deseo del salmista (Sal 118): “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón”.

Y hablando de la Ley de Dios, tan querida por el salmista, entramos en el evangelio de hoy. Jesús no puede ser más claro acerca de la misma: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Esta plenitud no se refiere que va a añadir unos cuantos mandamientos más a la lista de los ya dados en el monte del Sinaí, sino que se refiere a la calidad, diría yo, a un profundizar en los ya dados. Claro que la nueva exigencia es tan radical que casi podríamos decir que son nuevos mandamientos, dados por un nuevo legislador, desde un nuevo monte.

Estamos ante seis antitesis, así presenta Jesús el cambio radical del antes y del ahora, antes se os dijo… yo ahora os digo. En la Liturgia de la Palabra para hoy, tenemos cuatro de esas leyes o temas: homicidio, adulterio, divorcio y perjurio.

Antes se os dijo: “no cometerás adulterio”, “no matarás”, “el que se divorcie de su mujer, que le den acta de repudio”, y por último, “no jurarás en falso”. Ahora, Jesús, el nuevo Moisés, desde el nuevo Sinaí, dá la nueva ley, que es la antigua pero llevada a la plenitud.

En el ahora de Jesús, él va a la raíz, al interior de la persona, no es el formalismo lo que busca, sino la interioridad, el corazón y por eso a la prohibición del homicidio, se le añade la prohibición de la cólera, del odio, etc. A la prohibición del adulterio, se le añade el no rotundo a los deseos del mismo, a la concupiscencia. Como escribe un autor moderno: “también los deseos ensucian”. El divorcio se permitía al marido, ahora se exige completa fidelidad. La ley antigua era dura y prohibía a rajatabla el juramento en falso. Jesús pide ahora que no se haga juramento alguno, pues la plenitud, la perfección de la ley exige que se diga siempre la verdad.

No podemos contentarnos con el mero formalismo. Jesús les advirtió: “si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”.

Algo para pensar: “Ni ojo vio, no oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. (2a lectura).

lunes, 7 de febrero de 2011

Benedict XVI: on reason and faith

     Peter Seewald — One of your major themes is buiding a bridge between religion and rationality. Why do faith and reason belong together? Couldn’t we also simply “just believe”? Jesus says, “Blessed are they who do not see and yet believe."
     Benedict XVI — Not seeing is one thing, but even the faith of someone who does not see has to have its reasons. Jesus himself made faith thoroughly understandable by presenting it wih inner unity and in continuity with the Old Testament, with all of God’s commands: as faith in the God who is the Creator and the Lord of history, to whom history testifies and about whom creation speaks.
     It is interesting that this esential rationality is already in the Old Testament a fundamental component of the faith; that particularly in the time of the Babylonian exile it is said: ‘Our God is not one or another among many; he is the Creator; the God of heaven; the one God.” Thereby a claim is made, the universality of which was based precisely on its reasonableness. This core concept later became the meeting place between the Old Testament and Greek civilitation. For at approximately the same time as the Babylonian exile singled out in particular this feature of the Old Testament, Greek philosophy also developed, which now looked beyond the gods and inquired about the one God.
     Today it is still the major task of the Church to unite faith and reason with each other, to write looking beyond what is tangible and rational responsibility at the same time. For after all, reason was given to us by God. It is what distinguishes man.
 
Benedict XVI, Light of the World, A Conversation with Peter Seewald, 2010.
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Benedicto XVI: los dos temas de mi vida























"Dos temas me han acompanado toda mi vida: por una parte, el tema de Cristo como el Dios vivo y presente que nos ama y redime con su sufrimiento; y por otra parte, el tema del amor, el cual ocupa un lugar central en la teologia joanica—porque entiendo que el amor es la clave del Cristianismo y el angulo desde el cual debe ser abordado para que pueda ser entendido".
Benedict XVI, Luz del Mundo, 2010.

"La historia del mundo es una batalla entre dos formas distintas de amor: el amor hacia uno mismo hasta el punto de destruir lo demas, y el amor a los demas hasta el punto de renunciar a uno mismo", san Agustin de Hipona.
























San Agustin de Hipona (354-430)

sábado, 5 de febrero de 2011

5 Domingo del tiempo ordinario A, por Mons. Francisco Gonzalez, SF, Obispo Auxiliar de Washington D.C.

Isaías 58, 7-10
Salmo 111,4-9
1 Corintios 2, 1-5
Mateo 5, 13-16

Estamos en el 5 domingo del Tiempo Ordinario. La primera lectura, que es de Isaías (58,7-10), pertenece a la tercera parte del profeta y que se le conoce como el Tercer Isaías. Los Israelitas ya han vuelto del destierro, pero las cosas no van como ellos esperaban y que se quejan de que “ayunan y se humillan y Dios ni lo ve, no lo toma en cuenta”. El profeta les recuerda que todo eso sucede porque no lo hacen bien, pues tanto la oración como el ayuno deben ir acompañados de buenas obras, de lo contrario, de nada sirve. En otras palabras: amor a Dios y al prójimo van juntos.

Algo que también nosotros debemos tener presente: cuando haya justicia, cuando desaparezca el racismo, cuando se libere a toda clase de esclavos, cuando dejemos de volver la espalda al hermano, entonces dice el Señor, surgirá la luz y nuestras heridas sanarán rápidamente.

El domingo pasado leíamos las Bienaventuranzas y decíamos que eran como una foto de Jesús. El Maestro continúa su enseñanza desde el monte al que subió para dejarse ver y oír de la gente. El evangelio que hoy es continuación del que leíamos hace una semana, y aquí se nos dan dos consejos: el cristiano tiene que ser sal de la tierra y luz para el mundo.

Hoy la sal no tiene muy buena propaganda, sin embargo por muchísimo tiempo era el elemento con el que se daba sabor a la comida, al mismo tiempo que preservaba de la corrupción, y por eso los rabinos comparaban la ley con la sal, porque la ley de Dios da sabor a la vida, impide la corrupción. Dar sentido a la vida es el objetivo de todo ser humano. Por eso, el cristiano que verdaderamente es sal de la tierra, es una persona digna de alabanza pues está ayudando a tantos seres humanos a darse cuenta de que la vida que Dios nos ha dado, vale la pena vivirla.

La luz. No son necesarias grandes disertaciones sobre el extraordinario valor y simbolismo de la luz. Esta semana pasada semanas, tantísimas casas “se quedaron sin luz” por la nieve y parecía que no había vida. Una tremenda obscuridad en muchas casas, oficinas, negocios y en la misma calle. La luz es vida. Esas expresiones como dar a luz, ver la luz del día, proclaman vida. La luz permite ver el color de la vida y así el cristiano tiene que ser “luz para el mundo”.

Lo que el Señor nos enseña es que la vida tiene sentido cuando hay amor, no necesariamente ese amor que nos pintan o proyectan en los culebrones de la televisión, sino más bien esos pequeños detalles gratuitos que los profesionales pueden tener con sus clientes y que van más allá del puro y exclusivo profesionalismo: los cinco minutos extras que la enfermera dedica al paciente; la llamada del abogado para tranquilizar al cliente; la sonrisa sincera del clérigo al necesitado que viene a su puerta en horas intempestivas; el trato respetuoso del oficial de policía al indocumentado que acaba de cometer una pequeña infracción de tráfico; el dueño de los apartamentos que facilita a los inquilinos el pago de la renta; el que ayuda monetariamente al necesitado por amor al pobre más que para contentar a la propia conciencia.

El amor al prójimo, sin distinción de clases, y en especial el más necesitado, no se puede separar del amor a Dios, así nos lo recuerda el profeta, así lo enseña Jesús.

Y para concluir estas reflexiones, viene muy bien traer a colación la segunda lectura (1 Cor.2). Pablo ha pasado por Atenas y allí como gran filósofo, como un potente orador. El fracaso fue estrepitoso y por eso ahora hay un cambio profundo en su actitud y así se lo confiesa a los corintios: “vine débil, inquieto y angustiado y con palabras sin brillo”. Predica “únicamente a Cristo Jesús y a éste crucificado”. Y concluye con unas extraordinarias palabras que nos han de ir muy bien a todos los predicadores y evangelizadores: “…para que ustedes creyeran, no ya por la sabiduría de un hombre, sino por el poder de Dios”.

martes, 1 de febrero de 2011

La casa de la Sagrada Familia de Nazaret, por Pilarin Bayes

















Nazaret, espejo de lo invisible, por M. Dolors Gaja

De pequeña circulaban por mi casa unos tebeos llamados “Vidas ejemplares”. Podían ser de un inventor, un explorador o un santo y me hicieron un gran bien. Recuerdo perfectamente las viñetas de la vida de Thomas Edison y siempre me ha acompañado la escena en que, siendo él pequeño, su madre enfermó de gravedad y el médico decidió practicarle una intervención en el mismo hogar. Pero no se decidía porque no había luz suficiente. El pequeño Thomas, viendo que su madre corría peligro, salió de su casa y rompió los cristales de una sastrería cercana de la cual sustrajo dos grandes espejos que colocó al lado de la cama de su madre para luego buscar todos los quinqués posibles. La luz aumentó al reflejarse y el médico, deshaciéndose en alabanzas del niño, pudo sanar a la madre.
La Luz es el misterio inefable que todo lo envuelve y a todo da vida. Ella da identidad, hermosea y transfigura sin destruir nada. Jesús se definió a sí mismo como Luz del mundo (Jn 8,12). Pero esa Luz nació en un hogar que reflejaba “como en un espejo, la Gloria del Señor” (2 Co 3,18). Nos parezca o no posible, Jesús creció en Nazaret y al crecer, creció y se expandió la fuerza de su Luz. Y esa es nuestra vocación: ser espejo de la Luz.

Nazaret supone vivir en clave de Magnificat y al cantar el Magnificat, María afirma con rotundidad que su alma engrandece a Dios. ¿Podemos engrandecer a Dios que es el Creador de todo? ¿Puedo yo, criatura, hacer más grande a mi Creador? José y María así lo hicieron. Sus corazones fueron tan límpidos y transparentes que reflejaron la Luz de Dios y la multiplicaron ante nuestros ojos, poco avezados a ver al Invisible. Dios se proyectó sobre Nazaret, sobre esa pareja originaria de una Nueva Creación y recreó la faz de la tierra.

Tengo para mí que el dogma de la concepción inmaculada de María y de José ( el de José no es aún dogma pero sí verdad sencilla en la que muchos ya creemos. Porque si Dios se escogió una madre sin pecado, ¿iba a escoger un padre pecador? Sólo es posible responder afirmativamente a eso si creemos que la maternidad física de María es lo más importante. Algo que Jesús mismo desmiente cuando elogian a su madre y Él reconduce el elogio para incluir a José: Felices lo que escuchan y creen... tiene mucho que ver con ese reflejar y multiplicar la Luz.

El alma rota por el pecado es como un espejo que se hace añicos: refleja fragmentos de Luz, fragmentos de Dios. Cada vez que pecamos “empequeñecemos a Dios” porque nos rompemos y así rompemos la imagen del Dios Invisible que es Luz y Amor. Dios no se empequeñece, lo que se empequeñece es la imagen que de Él transmitimos. José y María no hacen “más grande a Dios” pero al vivir la unicidad de corazón, al ser un magnífico espejo sin fisura alguna, al ser grandes ellos, reflejaron como nadie la Luz de Dios que, desde Nazaret, sigue llegando a nosotros. Porque el Misterio de Nazaret es como el nacimiento de una nueva estrella cuya luz nos va llegando millones de años después de nacer.

No obstante, Nazaret es tan solo preludio del cielo. “Ahora vemos como en un espejo, después veremos cara a cara...y conoceremos todo tal como Dios nos conoce” (1Co 13,12) Si Jesús es Imagen del Dios invisible, ser de Nazaret significa ser Imagen del Cristo. Para ello es preciso “despojarse de las obras de las tinieblas y revestirnos de la armadura de la Luz” ( Rm13,12). Ser de Nazaret significa engendrar cada día a Dios y eso sólo es posible si vivimos en el Espíritu. Porque si el Espíritu hizo brotar la vida en un seno virginal y en las entrañas estériles de Isabel puede sin duda reunificarnos por dentro. Para Dios nada hay imposible, basta que dejemos nuestros fragmentos rotos en sus manos y le pidamos que sople su hálito divino, el único que nos devolverá la unidad que rompe el pecado.

Dios viene a nosotros por caminos distintos de los que nosotros frecuentamos para “alcanzarle”. La humildad y el abandono son sus senderos preferidos. Senderos propios de Nazaret desde que José y María los frecuentaron y desbrozaron para nosotros.

http://www.vivirennazaret.blogspot.com/