martes, 11 de marzo de 2014

El ayuno como signo y oración que transforma. San Afraates, por Néstor Mora Núñez

SAN AFRAATES, Anacoreta

La Cuaresma es un tiempo litúrgico lleno de signos que nos hablan de forma figurada, de misterios de los que sólo podemos conocer hasta determinado límite. Uno de los signos menos entendido es el del ayuno. El ayuno es signo y es penitencia. Como signo nos habla desde nuestro interior y como penitencia nos transforma:

Porque, amigo mío, cuando se ayuna, la abstinencia de la maldad es siempre la mejor. Es mejor que la abstinencia de pan y de vino, “humillarse a sí mismo, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza” como dice Isaías (58,5). En efecto, cuando el hombre se abstiene de pan, de agua o de cualquier alimento, cuando se cubre de saco y ceniza y se aflige, eso es agradable a los ojos de Dios. Pero lo que a Dios más le place es: “...desatar los lazos de la maldad, y arrancar todo yugo de esclavitud”. Entonces para este hombre “brotará tu luz como la aurora, te precederá tu justicia, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan”. No se parece en nada a los hipócritas “que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan” (Mt 6,16). (San Afraates, Las Disertaciones, nº 3, Del ayuno; SC 349)

San Afraates es el más antiguo de los Padres de la Iglesia Siria, llamado "el Sabio persa”. Se sabe de vivió en pleno siglo IV, falleciendo en torno al año 345. Es un Padre un tanto especial ya que, siguiendo las huellas de los Magos de oriente se convirtió en Belén y se retiró a Edessa, viviendo en una pequeña casa fuera de las murallas.

La pregunta que muchos se hacen en ¿Qué razón tenemos para ayunar? Pasar hambre no nos aporta nada más que una desagradable sensación de debilidad y malestar. En este breve párrafo, San Afraates nos habla del ayuno desde su sentido más profundo: abstenernos de pecar.

Es curioso que nadie discuta los beneficios de ponerse a dieta por motivos estéticos o de salud. Hacer dieta es evidentemente bueno, pero al mismo tiempo, ayunar resulta incomprensible para muchas personas. La publicidad presente en los medios tiene parte de la “culpa” de ello. Nos ofrece imágenes de personas bellas y sanas, asociando esta apariencia al “poder” de la dieta. ¿Cuántas veces hemos visto publicidad que asocie al ayuno a una mayor sabiduría y profundidad espiritual? ¿Por qué no existe esta publicidad?

El ayuno no vende productos de belleza ni tratamientos dietéticos. Tampoco sirve para vender películas, modas o artículos de lujo. Todo esto hace al ayuno, irrelevante para los medios de comunicación. Además hablar de ayuno cristiano, despierta los prejuicios y rechazos que todos conocemos. Si fuera un ayuno budista o taoista, seguro que no habría tanto rechazo.

Entonces ¿Por qué ayunar? La razón que más frecuentemente de lee y se oye, es la obediencia. Si la Iglesia nos pide que ayunemos, tenemos que hacerlo con agrado. Pero ¿Qué significa ayunar para un católico? ¿Simplemente obedecer? No deja de ser una razón válida, pero se puede quedar corta en más de una ocasión.

Ayunar es un signo que realizamos para comunicarnos, a nosotros mismos, un mensaje: deseo “desatar los lazos de la maldad” que hay en mí “y arrancar todo yugo de esclavitud” ligado al pecado. Con el ayuno realizamos una oración volitiva práctica y real. Una oración que dice mucho más que las palabras que podamos pronunciar, ya que el acto de privarse de alimento conlleva una clara determinación y compromiso.

Ayunar es similar a marcar nuestra frente con el signo de la humildad mientras pedimos al Señor misericordia. Por ello es necesario que el signo quede en nosotros y no se convierta en una “publicidad” añadida que potencia nuestro ego. Tenemos parecernos en “nada a los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan”. El signo sólo debe ser leído por nosotros, de forma que a cada paso, nos reafirmemos en el compromiso que hemos tomado.

La penitencia tiene como objetivo propiciar nuestra conversión, nuestra transformación según la Voluntad de Dios. Ahora, para que la conversión se inicie hemos de abrir nuestro corazón al Señor, mientras le rogamos que nos ayude. ¿Qué mejor forma de realizar esto que ayunando?

¿Qué podemos esperar? “Entonces para este hombre brotará tu luz como la aurora, te precederá tu justicia, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan” No es poco lo que promete el Señor, ya que la conversión transforma nuestra naturaleza y nos permite acercarnos a la santidad que Dios quiere. Santidad que busca abstenerse de pecar y llenarse de humildad: “Es mejor que la abstinencia de pan y de vino, humillarse a sí mismo, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza”.

Fuente: religionenlibertad.com

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