Comentario por Mons. Francisco González, SF.
Acabamos de comenzar la Cuaresma y hemos visto muchas formas de hacerlo, desde carnavales hasta individuos y/o grupos que le han dado un carácter profundamente religioso. Ellos y ellas han mirado hacia arriba y también horizontalmente hacia sus hermanos y hermanas, con el firme propósito de profundizar sus relaciones con el Señor y con los hermanos.
Al llegar a la iglesia este domingo nos habremos dado cuenta de ciertos cambios tanto en la celebración litúrgica como en el ambiente. Se nota una cierta sobriedad, no como señal de tristeza, algo que hay bastantes que la asocian con la Cuaresma, sino para recordar esos cuarenta días de Jesús en el desierto que prescindiendo de todo lo humano, intensifica su diálogo con el Padre.
La santa Cuaresma la asociamos, en muchos casos, con privarnos de la cantidad de comida o clase de la misma, con abandonar ciertos entretenimientos y diversiones, con llevar una vida de aburrimiento como si eso fuera una virtud. La Cuaresma vista de esta forma es aburrida, y la verdad es que me cae mal, de hecho no me gusta nada.
La Cuaresma es, se podría decir, un tiempo de gran oportunidad.
Oportunidad para expresar nuestros mejores sentimientos y deseos, como sería intensificar nuestra oración y entablar o recuperar nuestro diálogo con Dios;
oportunidad para quitarnos esa mochila llena de egoísmo que llevamos en nuestros hombros;
oportunidad de dejar que Dios use su misericordia con nosotros;
oportunidad de acelerar un tanto nuestra conversión;
oportunidad de manifestar con nuestra vida el amor de Dios;
oportunidad de insertarnos en la comunidad que sufre para hacer más llevadero el sufrimiento de nuestros hermanos;
oportunidad de proclamar nuestra alegría por ser hijos de Dios;
oportunidad para retarnos a nosotros y a nuestra Iglesia para que sea verdadero evangelio, buena noticia, para el mundo en que vivimos; para que como Cristo se adentró en el desierto sólo con lo puesto, también nosotros y nuestra Iglesia nos vayamos desprendiendo de lo que no es testimonio de la presencia de Jesús en nuestra vida.
Jesús que ha estado en el desierto cuarenta días, nos dice el evangelio que sintió hambre. El diablo usa ese momento para tentarle. Le invita a dejar de ser pobre, le invita a ser famoso, y por último a ser poderoso. Veinte siglos después seguimos soñando y deseando completa solución a nuestras necesidades. Nos encantan la fama y el poder, este último que usamos no para el beneficio de nuestros hermanos, sino para conseguir nuestra propia fama, para que nuestra foto salga en primera plana, para que se nos dediquen edificios y monumentos, para que se anuncie nuestra presencia con bombos y platillos. Posiblemente algunos habremos soñado con ser coronados con ricas coronas, olvidándonos que la corona del Rey del Universo fue de espinas.
Hemos empezado la Cuaresma tiempo oportuno para echar una mirada a nuestra vida para darle sentido a la misma, para que vayamos quitando de la misma todo aquello que no venga de Dios así resplandezca la figura del mismo Señor en cuya imagen fuimos creados. Este es un tiempo propicio para un examen de nuestra misión, de la misión a la que hemos sido llamados. Este es el tiempo para invitar a los que nos rodean a tener una vivencia de la grandeza del Dios en quien creemos. Este es el tiempo de unir nuestras fuerzas para humanizar a nuestra sociedad, para que juntos abramos la mente y el corazón de todos, especialmente de los poderosos para que como el Dios creador podamos decir al contemplar nuestro trabajo, esto es bueno.
¡Feliz y próspera Cuaresma!
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