Exodo 17,3-7
Salmo 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Romanos 5, 1-2.5-8
Juan 4,5-42
Exodo 17,3-7
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: "¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?" Clamó Moisés al Señor y dijo: "¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen." Respondió el Señor a Moisés: "Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo." Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"
Salmo 94:
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Venid, aclaremos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras."
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Romanos 5, 1-2.5-8
Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Juan 4,5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
— Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
— ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó:
— Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
— Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
— El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
— Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
Él le dice:
— Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
— No tengo marido.
Jesús le dice:
— Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
— Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
— Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
— Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
— Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo:
— ¿Qué le preguntas o de qué le hablas?
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
— Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que ha hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:
— Maestro, come.
Él les dijo:
— Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
— ¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dice:
— Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho." Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
— Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.
— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
La constitución Sacrosanctum Concilium (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.
Además de una penitencia no solo individual sino también social: “La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencia de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles…”
La primera lectura está tomada del libro del Éxodo. En los capítulos anteriores vemos cómo Dios libera a su pueblo de la opresión egipcia. Ahora, en el viaje de camino por el desierto hacia la Tierra Prometida, y comienzan a cuestionar la acción de Dios: “¿Está o no está Dios en medio de nosotros?”
El elemento central en la sagrada escritura es el agua. El agua, además de su realidad física, es un elemento o signo polivalente. Tiene muchos significados, entre otros, es señal de vida.
Aquí en medio del desierto, los israelitas piden agua, de lo contrario morirán, tienen sed y hay que satisfacer dicha necesidad. Pero también podríamos pensar que su sed, no es solamente agua, sino de vida, de encontrar significado en lo que en esos momentos están viviendo. Se quejan de haber salido de Egipto y ahora cuestionan si está o no está Dios en medio de ellos. Muchas veces, cuando las cosas no van del todo bien, siempre hemos de encontrar alguien a quien echarle la culpa.
En el santo evangelio leemos el relato de “Jesús y la Samaritana”. Desde la conquista de Samaria por los asirios y la mezcla que aceptaron en sus matrimonios y religión, los judíos no ven con buenos ojos a los samaritanos. Estos son los que han abandonado la Tradición y por eso no fraternizan entre ellos, tienen criterios muy distintos acerca de su fe, de su culto, teniendo lugares distintos para su celebración.
Todo empieza en torno al mediodía y mientras Jesús va de camino con sus discípulos, como siempre. Aquí se encuentra con una mujer. Hay entre ambos un diálogo muy interesante que nos puede hacer reflexionar, también hay que contemplarlo, porque cada una de sus palabras tiene un profundo significado para cada uno de nosotros.
Jesús comienza pidiendo agua, para a renglón seguido, ser Él quien ofrezca “agua viva”; la mujer comienza llamándole judío, después le dice señor, más tarde le trata de profeta y, finalmente, Mesías. Según habla con Jesús, se va acercando más a Él, va intimando, hace un viaje de fe, está viviendo una conversión.
La mención de los cinco maridos, podría también referirse, a las cinco ermitas de los samaritanos donde adoraban a dioses falsos, como si fueran sus amantes con quienes ella había estado buscando su felicidad. Ahora el Señor le ofrece un “agua viva”, un sentido de vida, que le permitirá no desear nada más, y no tendrá que regresar a la fuente, sino que ese manantial de “agua viva” estará dentro de sí misma, lo tendrá siempre con ella.
Esa renovación interior de la samaritana, y la nuestra personal se manifiesta en nuestro compromiso con la misión: “La mujer dejó el cántaro, se fue a la aldea y dijo a los vecinos…” Y así vemos cómo en un descanso que el Señor se tomó, cerca de un pozo de agua, a la hora de más calor, es una oportunidad para proclamar la grandeza del Reino de Dios: “Si conocieras el don de Dios”.
San Pablo en la segunda lectura (romanos) nos habla de la paz con Dios que disfrutamos y que nos ha sido concedida gracias a Cristo, por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Es así como Dios nos demuestra su amor. Tal vez, en esta peregrinación cuaresmal que estamos viviendo al avanzar hacia la Pascua, debemos preguntarnos: “¿Dónde buscamos respuesta al sentido de la vida? ¿En qué pozos tratamos de satisfacer, de ser, de tener, de disfrutar?”
Salmo 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Romanos 5, 1-2.5-8
Juan 4,5-42
Exodo 17,3-7
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: "¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?" Clamó Moisés al Señor y dijo: "¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen." Respondió el Señor a Moisés: "Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo." Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"
Salmo 94:
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Venid, aclaremos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras."
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
No endurezcáis vuestro corazón
Romanos 5, 1-2.5-8
Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Juan 4,5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
— Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
— ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó:
— Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
— Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
— El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
— Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
Él le dice:
— Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
— No tengo marido.
Jesús le dice:
— Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
— Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
— Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
— Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
— Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo:
— ¿Qué le preguntas o de qué le hablas?
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
— Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que ha hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:
— Maestro, come.
Él les dijo:
— Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
— ¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dice:
— Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho." Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
— Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.
— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.
La constitución Sacrosanctum Concilium (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.
Además de una penitencia no solo individual sino también social: “La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencia de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles…”
La primera lectura está tomada del libro del Éxodo. En los capítulos anteriores vemos cómo Dios libera a su pueblo de la opresión egipcia. Ahora, en el viaje de camino por el desierto hacia la Tierra Prometida, y comienzan a cuestionar la acción de Dios: “¿Está o no está Dios en medio de nosotros?”
El elemento central en la sagrada escritura es el agua. El agua, además de su realidad física, es un elemento o signo polivalente. Tiene muchos significados, entre otros, es señal de vida.
Aquí en medio del desierto, los israelitas piden agua, de lo contrario morirán, tienen sed y hay que satisfacer dicha necesidad. Pero también podríamos pensar que su sed, no es solamente agua, sino de vida, de encontrar significado en lo que en esos momentos están viviendo. Se quejan de haber salido de Egipto y ahora cuestionan si está o no está Dios en medio de ellos. Muchas veces, cuando las cosas no van del todo bien, siempre hemos de encontrar alguien a quien echarle la culpa.
En el santo evangelio leemos el relato de “Jesús y la Samaritana”. Desde la conquista de Samaria por los asirios y la mezcla que aceptaron en sus matrimonios y religión, los judíos no ven con buenos ojos a los samaritanos. Estos son los que han abandonado la Tradición y por eso no fraternizan entre ellos, tienen criterios muy distintos acerca de su fe, de su culto, teniendo lugares distintos para su celebración.
Todo empieza en torno al mediodía y mientras Jesús va de camino con sus discípulos, como siempre. Aquí se encuentra con una mujer. Hay entre ambos un diálogo muy interesante que nos puede hacer reflexionar, también hay que contemplarlo, porque cada una de sus palabras tiene un profundo significado para cada uno de nosotros.
Jesús comienza pidiendo agua, para a renglón seguido, ser Él quien ofrezca “agua viva”; la mujer comienza llamándole judío, después le dice señor, más tarde le trata de profeta y, finalmente, Mesías. Según habla con Jesús, se va acercando más a Él, va intimando, hace un viaje de fe, está viviendo una conversión.
La mención de los cinco maridos, podría también referirse, a las cinco ermitas de los samaritanos donde adoraban a dioses falsos, como si fueran sus amantes con quienes ella había estado buscando su felicidad. Ahora el Señor le ofrece un “agua viva”, un sentido de vida, que le permitirá no desear nada más, y no tendrá que regresar a la fuente, sino que ese manantial de “agua viva” estará dentro de sí misma, lo tendrá siempre con ella.
Esa renovación interior de la samaritana, y la nuestra personal se manifiesta en nuestro compromiso con la misión: “La mujer dejó el cántaro, se fue a la aldea y dijo a los vecinos…” Y así vemos cómo en un descanso que el Señor se tomó, cerca de un pozo de agua, a la hora de más calor, es una oportunidad para proclamar la grandeza del Reino de Dios: “Si conocieras el don de Dios”.
San Pablo en la segunda lectura (romanos) nos habla de la paz con Dios que disfrutamos y que nos ha sido concedida gracias a Cristo, por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Es así como Dios nos demuestra su amor. Tal vez, en esta peregrinación cuaresmal que estamos viviendo al avanzar hacia la Pascua, debemos preguntarnos: “¿Dónde buscamos respuesta al sentido de la vida? ¿En qué pozos tratamos de satisfacer, de ser, de tener, de disfrutar?”
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