sábado, 5 de octubre de 2013

Domingo de la 27 Semana del Tiempo Ordinario, Año C, por Mons. Francisco González, S.F.

Comentario de Mons. Francisco González, SF:
Necesitamos hombres profundos


Este domingo vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario, concluye la segunda etapa del viaje de Jesús a Jerusalén. Durante estos domingos (del 21 al 27 del tiempo ordinario) hemos ido reflexionando sobre esas advertencias que Jesús hace a todos aquellos que desearon y desean ser sus discípulos: humildad, pobreza, dificultades que pueden las riquezas, la necesidad de aceptar la cruz y el juicio de Dios. También hemos visto la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar.

Habacuc, un profeta del que no conocemos mucho, pero que parece estar preocupado por lo que le toca vivir. Los primeros versos de la lectura de hoy, parece que cuestionan la presencia de Dios en la historia, pues hay violencia, robos, atropello, opresión, altercados y querellas y a Dios no se le vé por ninguna parte. Sin embargo, la segunda parte nos habla de la fe y de la paciencia y que a su debido tiempo las cosas se arreglarán y “el justo vivirá por su fe”, pensamiento y enseñanza que encontramos repetidamente en San Pablo.

Durante estas semanas habrá habido, sin duda alguna, muchos imitadores del profeta Habacuc. Mucha gente (muchos inmigrantes indocumentados) habrá gritado a Dios, le habrá interpelado: ¿Por qué has permitido tantas injusticias? ¿Por qué, tal vez, otros muchos, muchos niños, jóvenes y adultos tendrán que caer víctimas de la violencia, de las redadas?

En éstos y otros momentos semejantes sólo nos queda volvernos a ese mismo Dios y escucharle en su silencio, pues el justo vivirá por su fe, esa fe-paciencia que espera siempre, aunque la desesperación esté a la puerta y quiera dominar nuestro espíritu.

Al entrar en el santo evangelio nos encontramos con un señor, todo un señorazo. Dá la impresión que ni capaz de bostezar es por el esfuerzo que eso requiere. Tal vez debamos fijarnos más en el siervo que con diligencia y humildad cumple con sus tareas y que cuando las termina reconoce que lo que ha hecho es, simplemente, cumplir con su deber. Por eso nuestra relación con Dios debe estar basada en el cumplimiento de nuestras obligaciones, (No es el que dice: ¡Señor!, ¡Señor!, el que entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. Mt. 7,21) sin buscar ni reclamar recompensas o reconocimiento alguno. Y yo creo que si miramos a nuestro alrededor, en nuestras parroquias, encontramos muchos de esos siervos, “siervos inútiles” que trabajan y nunca se cansan de hacer el bien.

Cuando miramos el mundo actual con toda esa violencia multifacética, con toda esa corrupción en los distintos niveles de la sociedad, el maremágnum de ideas confrontacionales y sus acérrimos defensores, nos vienen a la boca las palabras del profeta: ¿Hasta cuándo, Señor? Es tan difícil seguir creyendo cuando vemos todo ese mal.

Hoy, como siempre, necesitamos más y más siervos inútiles, discípulos del Señor, creyentes hasta la médula que trabajen por el Reino de Dios, confiando siempre en Su programa, en Su promesa, en Su calendario, en Su voluntad.

Hoy hay una cierta tendencia a los grandes eventos, a los grandes programas, a las grandes conquistas, a todo lo que sea multitudinario y enorme. Un autor moderno dice que el gran pecado del mundo hoy en día es la SUPERFICIALIDAD. El mismo autor dice que lo que el mundo necesita no son más científicos y técnicos, que ya hay muchos, sino hombres profundos.

Al releer el evangelio veo en ese “siervo inútil” el cristiano/a profundo/a que en su modestia, hace todo lo que debe hacer y reconocer en lo más hondo de su corazón, que no puede reclamar el papel estelar, sino que continúa siempre a la disposición del Señor.

Cuando seguimos nuestros planes, cuando nos dejamos guiar simplemente por el legalismo y nos contentamos con haber cumplido, nos hemos esclavizado. Nuestra apertura al Espíritu, al siempre más y más, incluso cuando nos es desconocido, hace que esa inutilidad sea la actitud más productiva que podamos tener.

Recuerda hermano/a que “Dios no nos dió un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y buen juicio para luchar por el Evangelio siendo sostenidos por la fuerza del Señor” (segunda lectura).

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