sábado, 13 de octubre de 2012

SOBRE LA SOBERBIA, por Julio González, S.F.

Atención a la soberbia, parejas y familias! La soberbia es una debilidad presente en todas las personas: niños, jóvenes y adultos. En los ricos y en los pobres. En los muy instruidos y en los que carecen de instrucción. En los que se han alejado de Dios y en los muy piadosos. La soberbia es una enfermedad de las emociones y del alma que destruye nuestras relaciones de fraternidad y amor hacia el prójimo; además, corrompe las ideas que nos hacemos de nosotros mismos.

Lo peor que nos puede ocurrir es que no seamos capaces de reconocerla en nuestro carácter y personalidad. Y es que la soberbia siempre encuentra excusas para culpar a los demás de lo que no es de nuestro agrado. La soberbia nos convence de que son los demás los que deben corregirse y cambiar, no yo.

La persona soberbia cree que se equivocan los otros. Las emociones y los sentimientos del soberbio son los de un tirano, pero ¡atención!, entre familiares y amigos es difícil que se muestre tal cual es pues la excusa del soberbio es “lo hago por el bien de los míos”.

La persona soberbia se ha idealizado de tal manera a sí misma que piensa que el mundo y los demás están mal, todos menos él. La culpa de los males que nos afectan la tiene el gobierno, el jefe, los empleados, el vecino, el cónyuge, los niños..., incluso le echamos la culpa a Dios por no haber creado un mundo mejor. Como digo, la soberbia siempre encuentra excusas.

El soberbio se siente muy por encima de los demás, por eso, que le contradigan y desafíen le ofende y le irrita muchísimo, no lo puede soportar. En realidad, las personas soberbias tienen el corazón muy herido, tan herido y maltratado que se escudan detrás de la soberbia para no hundirse en su propia miseria.

Es difícil apaciguar a una persona soberbia si no acepta que es parte del problema, del conflicto o enredo. Hay que tener mucha paciencia con ellos. Al soberbio hay que empezar a tratarle cuando la discusión ha finalizado. No se consigue nada hiriéndoles, al revés, se vuelven peor.

Dentro del matrimonio y en la familia es normal que haya momentos de tensión, enfado, crisis... Es más, me atrevo a decir que son muy necesarios. Necesitamos también de esos momentos para aprender a conocernos mejor, más profundamente, sin caretas, y mostrar de qué pasta estamos hechos. Los conflictos y las tensiones en el hogar nunca deberían ser una oportunidad para mostrar nuestra soberbia, sino para testimoniar que el amor que nos une es mucho más fuerte que conflicto que nos pone a prueba.

El testimonio de Jesús de Nazaret es el contrapunto a la soberbia humana porque siendo Dios se hizo esclavo de todos, dice san Pablo. Nosotros imitamos su humildad con la misma pasión con que nos enfrentamos a la injusticia y el pecado.

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