Desideria es el nombre de uno de los personajes creados por San Jose Manyanet (1833-1901) para ilustrar su espiritualidad y su pensamiento. Desideria puede ser un hombre o una mujer, una persona joven o adulta. Pero Desideria es, ante todo, un espiritu ingenuo, inquieto e infantil, cuyo deseo de aprender y ser feliz parece no tener limites.
domingo, 27 de febrero de 2022
miércoles, 23 de febrero de 2022
lunes, 21 de febrero de 2022
San Pedro Damián y su Liber Gomorrhianus
El papa León IX (1048-1054) inició con mano enérgica la nueva campaña contra la simonía y relajación eclesiástica, para lo cual nombró cardenal-diácono a Hildebrando, quien fue en adelante el alma del movimiento reformador.
Por su parte, Pedro Damián publicó entonces su obra Libro Gomorriano, en alusión a la ciudad de Gomorra y en contra de las costumbres impuras de su tiempo, que dedicó al papa León IX. Su realismo vivo va encaminado a convencer a los Papas y a todos los dirigentes a poner remedio a tanto mal en las costumbres de los eclesiásticos.
Dice san Pedro Damián: “Si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores”.
Viaja a Roma con frecuencia, donde ayuda y aconseja a los papas y a su amigo Hildebrando, el futuro Gregorio VII. Esteban IX (1057-1058) le nombra entonces cardenal y obispo de Ostia. Comprometido con la reforma de la Iglesia, no puede permitirse el lujo de residir habitualmente en su eremitorio, donde tiene su corazón, pero se refugia en él en cuanto puede. Ha tenido que dejar el gobierno de Fonte Avellana, pero, esté donde esté, sigue vigilando atentamente como cumplen los ermitaños las normas que les ha dado.
Pedro Damián denunció la infiltración en el clero de su tiempo de conductas homosexuales:
“Ha arraigado entre nosotros cierto vicio sumamente asqueroso y repugnante”, escribía a mediados del siglo XI en su Liber Gomorrhianus. “Si no se lo extirpa cuanto antes con mano dura, está claro que la espada de la cólera divina asestará sus golpes, de un momento a otro, para la perdición de muchos (…). El pecado contra natura repta como un cangrejo hasta alcanzar a los sacerdotes. Y, en ocasiones, como una bestia cruel introducida en el rebaño de Cristo, se desenvuelve con tanta astucia, que más les valdría, a muchísimos, ser apresados por los guardias que, amparados en su estado religioso, ser arrojados con tanta facilidad al férreo yugo de la tiranía del diablo, especialmente cuando media escándalo de tantas personas (…). Y, a no ser que la Santa Sede intervenga cuanto antes con contundencia, cuando queramos poner freno a esta lujuria desenfrenada, ya no habrá quien la detenga”.
El propio santo proponía medidas concretas para atajar el problema: un clérigo o un monje que moleste a los adolescentes o a los jóvenes, o que haya sido sorprendido besándolos o en algún otro comportamiento vergonzoso, sea flagelado públicamente y pierda la tonsura. Después de dejarlo calvo, sea cubierto de escupitajos e inmovilizado con cadenas de fierro, sea dejado en la angustia de la cárcel durante seis meses. Durante el tiempo de vísperas, tres veces por semana coma pan de cebada. Luego, por otros seis meses, bajo la custodia de un padre espiritual, viva segregado en un lugar pequeño, se le ocupe en labores manuales y oraciones. Sométaselo a ayunos y camine siempre vigilado por dos hermanos espirituales, sin permitirse hablar de cosas perversas. No se le permita frecuentar a personas más jóvenes que él. Este sodomita valore profundamente si ha administrado bien sus oficios eclesiásticos, ya que la autoridad sagrada juzga estos ultrajes tan ignominiosos y vergonzosos. Tampoco se deje tentar para que no tenga sexo anal con nadie, ni tampoco entre los muslos, ya que […] será sometido –y justamente– a todas las angustias provocadas por tal comportamiento vergonzoso”.
Carlos Esteban
San Pedro Damián, Doctor de la Iglesia
Se ha dicho de san Pedro Damián que fue uno de los espíritus más vigorosos de su tiempo. Poseía una cultura muy vasta. Poeta, escritor valiente y prolífico, docto en derecho y teología, polemista audaz y temible, tiene una marcada tendencia a exaltar los valores morales sobre los intelectuales.
Poseedor de una exquisita formación literaria, conocedor a fondo de los clásicos paganos y de la cultura profana, ha sido considerado a menudo como enemigo de la cultura a causa de sus tremendas diatribas contra las lecturas paganas, enemigas de la sancta simplicidad, ruda e ignara, que defiende a capa y espada. Pero no es un anti intelectual ni un enemigo de la gramática, sino un hombre apasionado, de lenguaje excesivo y a veces poco hábil en la expresión de su pensamiento.
Sus escritos tienen dos cualidades que con frecuencia no suelen andar juntas: son sólidos y amenos. Lo que dice nunca resulta trivial, soso, sin interés. Su estilo es vivaz y directo; algunas de sus páginas, apasionadas, vehementes. Acertó, sin duda, Bertoldo de Constanza al definirle como un “segundo Jerónimo” “alter Hieronymus in nostro tempore".
Su prosa es de lo más elegante; su vocabulario, de una riqueza poco común; sus sermones, por lo general, breves y elocuentes; hay uno, titulado “El vicio de la lengua”, que ha sido calificado de pequeña maravilla. Escribió la cristología mas completa de su tiempo.
Sobre el monacato
En sus escritos sobre el monacato, hay que distinguir dos tendencias principales, la crítica y la doctrinal, que a menudo se mezclan. Por un lado combate sin piedad lo que el juzga como desviaciones lamentables y por otro edifica piedra a piedra una teoría monástica preciosa.
Fue un crítico severo del monacato de su tiempo, fustigó vigorosamente sus vicios, sus deficiencias, no solo los de los monjes tradicionales, sino también los de los ermitaños, sus hermanos de ideal. Buena prueba de ello es la carta a los anacoretas de Camugno, a quienes reprende por sus excesos de la lengua y de la boca, y sobre todo por su falta de pobreza.
A voz en grito y sin desfallecer protesta contra todo lo torcido, lo falso, es un implacable flagelador de los abades, incluso de los más famosos. Estan -dice- continuamente enredados en procesos y disputas; solo les interesan los negocios mundanos; su preocupación consiste en añadir posesiones a posesiones, enriquecer sus iglesias con ornamentos deslumbrantes y suntuosos, añadir nuevos pisos a los edificios existentes y flanquearlos con torres lo más altas que pueden, y, aprovechándose de su dignidad, dispensarse de la observancia. “Ricardo de Saint-Vanne -dice en una de sus cartas-, aunque lo veneren como beato los monjes de Verdun, por haberse dejado llevar de la pasion malsana de construir a lo largo de toda su vida, va a pasar su eternidad levantando un andamio tras otro”.
Que se desengañen abades y monjes, la vida monástica no requiere iglesias monumentales, ni coros disciplinados, ni cantos prolongados, ni repique de campanas, ni ornamentos preciosos. Todo esto son superfluidades que desfiguran y complican el verdadero monacato. Cada monje debería medir sus propias fuerzas con gran franqueza y honestidad, con el fin de no agotar innecesariamente toda la laxitud permitida por la Regla. Como mínimo, todos los monjes, sin excepción, deberían rechazar las vestiduras cómodas, costosas y vistosas que les gusta lucir.
“El Señor esté con vosotros”
San Pedro Damián también fue un gran teórico de la vida eremítica: Una vez el hermano León le hizo una consulta: ¿Está bien que los eremitas sacerdotes, en su misa solitaria, saluden a una asamblea inexistente con la frase “el Señor esté con vosotros"? Tal es el origen de uno de sus tratados más hermosos: el Libro que se llama “Dominus vobiscum” al ermitaño León.
Es una vibrante apología de la vida eremítica y, más aún, una breve pero substanciosa teología de la misma. El ermitaño sacerdote puede decir tranquilamente: “El Señor este con vosotros". Cierto, ninguna persona asiste a su misa, pero esta allí, invisiblemente, la Iglesia entera. El ermitaño -viene a decir-, aunque este físicamente solo, se apropia todas las palabras de la Iglesia, porque cada uno de los cristianos es la Iglesia. Y aunque viva en el desierto mas apartado, está siempre en la Iglesia, está muy presente a la Iglesia, gracias al sacramento de la unidad: “La Iglesia de Cristo está tan unida por el vinculo de la caridad que es una en muchos y esta misteriosamente entera en cada uno”.
El ermitaño vive solo, reza solo, celebra solo; pero su vida y su oración tienen un valor eclesial. No se limita a interceder por toda la Iglesia: su oración es una realidad vital, expresión del misterio mismo de la comunión eclesial.
En el canto XXI del Paraíso, Dante coloca a san Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado en su Comedia a los espíritus contemplativos. El poeta pone en los labios del Santo una breve y eficaz narración autobiográfica: la predilección por los alimentos frugales y la vida contemplativa, y el abandono de la tranquila vida de convento por el cargo episcopal y cardenalicio.
Por su finura teológica y su influjo en el pensamiento de su época mereció de León XII, el 27 de septiembre de 1828, el título de Doctor de la Iglesia.
Fuente: Alberto Royo Mejía
Biografía de San Pedro Damián
“Tras la tristeza, espera con alegría el gozo que vendrá”, decía el benedictino San Pedro Damián, Doctor de la Iglesia. En una dura época, ayudó con sus escritos y legaciones a la reforma eclesiástica y clerical. Damián significa “el que doma su cuerpo” y su fiesta se celebra cada 21 de febrero.
“Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior”, decía san Pedro Damián.
Pedro nació en el 1007 en Ravena (Italia) de una familia acomodada pero perdió a sus padres siendo niño y quedó al cuidado de uno de sus hermanos que lo trató como esclavo. Otro hermano, Arcipreste de Ravena, se compadeció y se encargó de su educación. Al sentirse como un hijo, Pedro tomó de su hermano el nombre de Damián.
Para dominar sus bajas pasiones se colocaba correas con espinas (cilicio) debajo de su camisa, se azotaba y ayunaba con pan y agua. Pero su cuerpo, al no estar acostumbrado, se debilitó y empezó a sufrir de insomnio. Comprendió que estos castigos no debían ser tan severos y que la mejor penitencia es la paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen. Esta experiencia le sirvió más adelante para acompañar espiritualmente a otros.
Varios Papas acudían a Pedro Damian por sus consejos. En 1057 fue ordenado Cardenal y Obispo de Ostia, aun cuando el santo siempre prefirió su vida de ermitaño. Más adelante se le concedería el deseo de volver al convento como simple monje, pero con la condición de que se le podía emplear en el servicio de la Iglesia.
El papa Alejandro II envió a Pedro Damián para que resolviera un problema con el Arzobispo de Ravena, que estaba excomulgado por ciertas atrocidades que cometió. Lamentablemente el Santo llegó cuando el Prelado había fallecido, pero convirtió a los cómplices, a quienes les impuso una justa penitencia.
Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a san Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado a los espíritus contemplativos. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1828.
Fuentes: aciprensa.com