LA IMAGEN
La imagen, que tiene metro y medio de estatura, está hoy protegida por un cristal, pero durante 116 años, hasta 1647, estuvo sometida al polvo, a la humedad, al salitre del próximo lago Texcoco, a los excrementos de moscas e insectos, al humo de centenares de velas votivas, al contacto de los dedos, medallas, cruces, rosarios, anillos, pulseras y toda clase de objetos. Razón de sobra para que estuviera enormemente deteriorada, y no es así.
La imagen está tan fresca y el colorido es tan brillante como si se acabara de pintar. El que la imagen estuviera deteriorada después de estos avatares no le quitaría verosimilitud a las apariciones, si éstas se prueban por distintas razones, pero el que haya superado tantos avatares es una confirmación.
Es más, Carlos María Bustamante certifica que en 1791, estando unos trabajadores limpiando el marco de plata, se les derramó un frasco de ácido nítrico que recorrió el cuadro de arriba a abajo. Lo natural es que hubiera destrozado el lienzo. Pues sólo hay una leve mancha que casi no se ve. Sobre este hecho se conserva el expediente original en el archivo de la Basílica de Guadalupe.
Cuando estuve en México, para documentarme sobre este estudio, asistí en el Salón del INDOSOC (Colonia Guadalupe Inn.) de México D.F. a una conferencia de la Sra. Margarita Zubiría de Martínez Parente, miembro del Centro de Estudios Guadalupanos, y le oí decir que la tilma de Juan Diego está colocada sobre una placa metálica, cuya temperatura oscila alrededor de los quince grados centígrados, mientras que la tilma se mantiene constantemente a treinta y seis grados y medio, que es la temperatura de un cuerpo humano sano.
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