Lucas 16,9-15
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: "Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero."Oyeron esto unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él. Jesús les dijo: "Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta.
— Comentario de Reflexiones Católicas
“Presumís pero Dios os conoce por dentro”
En este comentario nos limitamos a señalar el contenido de los siguientes versículos (16,14-15), en donde desarrolla el tema de la riqueza y la actitud de auto-justificación de los judíos (fariseos).
Sabemos por la historia que los fariseos del tiempo de Jesús no estaban ligados al dinero; en general, vivían del trabajo y no eran dueños de grandes fortunas. Sin embargo, como herederos de una tradición que se remonta al origen de Israel, consideraban la riqueza como signo de la bendición de Dios; por eso, aunque repartieran limosnas entre los más necesitados de su pueblo, no estaban dispuestos a compartir su vida y sus riquezas con los pobres.
Recordemos que una de las grandes constantes de la religiosidad de Israel ha sido identificar el don de Dios con una tierra material, con una bendición ligada a los bienes de este mundo.
Teniendo esto en cuenta es lógico que Lucas nos diga que los fariseos «se burlaban» de las opiniones de Jesús (16,14) sobre el dinero y la riqueza en general. Nosotros podemos añadir que la mayor parte de los economistas y administradores de este mundo hoy se siguen burlando de Jesús.
Se supone que los pueblos, las familias y las personas tienen el derecho de gozar de los bienes que la fortuna o el trabajo les ha producido. Jesús, en cambio, enseña a sus discípulos que no tenemos derecho a gozar de nuestros bienes mientras haya pobres entre nosotros porque la riqueza de este mundo no es objeto de posesión sino un medio para servir y amar al prójimo, sobre todo al indigente y al pobre.
Sin embargo, la mayor riqueza de los fariseos pertenece a un plano diferente: «Presumís de observancia delante de la gente» (16,15).
La palabra que se emplea en el texto original significa literalmente: “Os justificáis a vosotros mismos”. Esa palabra pertenece al vocabulario de San Pablo y se refiere a las personas que presentan ante Dios sus propios méritos como objeto de posesión; son aquéllos que dicen ser amigos de Dios (justos) por que actúan bien y son mejores que los otros. Por eso, aunque dispongan de las riquezas de este mundo, su auténtica riqueza es su conciencia, su propia rectitud, el mérito de haber cumplido la ley hasta el final.
Si la riqueza material es mala en la medida en que encierra al hombre en sí mismo y le convierte en incapaz de vivir para los otros, mucho peor es la riqueza espiritual: la soberbia de aquéllos que se creen justos y desprecian a los otros. Ésta es la actitud que Jesús ha condenado al referirse a la secta de los fariseos.
Junto al dominio material de los que tienen la riqueza de la tierra, existe también el dominio espiritual de los que, fingiendo ser dueños de lo bueno y verdadero, avasallan la conciencia ajena. Esta segunda forma de dominio es tan perversa como la anterior y puede penetrar dentro del mismo recinto de la Iglesia.
El dinero no puede servir para utilizar a los demás sino para ayudarles a ser libres. De igual manera, la grandeza interna de los hombres es valiosa en la medida en que sirve para que los otros encuentren su identidad, su valor y su autonomía. La soberbia de los grandes que se encierran sobre sí mismos y consideran despreciables o inferiores a los otros constituye una abominación delante de Dios. Así lo ha señalado la palabra de Cristo.
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: "Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero."Oyeron esto unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él. Jesús les dijo: "Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta.
— Comentario de Reflexiones Católicas
“Presumís pero Dios os conoce por dentro”
En este comentario nos limitamos a señalar el contenido de los siguientes versículos (16,14-15), en donde desarrolla el tema de la riqueza y la actitud de auto-justificación de los judíos (fariseos).
Sabemos por la historia que los fariseos del tiempo de Jesús no estaban ligados al dinero; en general, vivían del trabajo y no eran dueños de grandes fortunas. Sin embargo, como herederos de una tradición que se remonta al origen de Israel, consideraban la riqueza como signo de la bendición de Dios; por eso, aunque repartieran limosnas entre los más necesitados de su pueblo, no estaban dispuestos a compartir su vida y sus riquezas con los pobres.
Recordemos que una de las grandes constantes de la religiosidad de Israel ha sido identificar el don de Dios con una tierra material, con una bendición ligada a los bienes de este mundo.
Teniendo esto en cuenta es lógico que Lucas nos diga que los fariseos «se burlaban» de las opiniones de Jesús (16,14) sobre el dinero y la riqueza en general. Nosotros podemos añadir que la mayor parte de los economistas y administradores de este mundo hoy se siguen burlando de Jesús.
Se supone que los pueblos, las familias y las personas tienen el derecho de gozar de los bienes que la fortuna o el trabajo les ha producido. Jesús, en cambio, enseña a sus discípulos que no tenemos derecho a gozar de nuestros bienes mientras haya pobres entre nosotros porque la riqueza de este mundo no es objeto de posesión sino un medio para servir y amar al prójimo, sobre todo al indigente y al pobre.
Sin embargo, la mayor riqueza de los fariseos pertenece a un plano diferente: «Presumís de observancia delante de la gente» (16,15).
La palabra que se emplea en el texto original significa literalmente: “Os justificáis a vosotros mismos”. Esa palabra pertenece al vocabulario de San Pablo y se refiere a las personas que presentan ante Dios sus propios méritos como objeto de posesión; son aquéllos que dicen ser amigos de Dios (justos) por que actúan bien y son mejores que los otros. Por eso, aunque dispongan de las riquezas de este mundo, su auténtica riqueza es su conciencia, su propia rectitud, el mérito de haber cumplido la ley hasta el final.
Si la riqueza material es mala en la medida en que encierra al hombre en sí mismo y le convierte en incapaz de vivir para los otros, mucho peor es la riqueza espiritual: la soberbia de aquéllos que se creen justos y desprecian a los otros. Ésta es la actitud que Jesús ha condenado al referirse a la secta de los fariseos.
Junto al dominio material de los que tienen la riqueza de la tierra, existe también el dominio espiritual de los que, fingiendo ser dueños de lo bueno y verdadero, avasallan la conciencia ajena. Esta segunda forma de dominio es tan perversa como la anterior y puede penetrar dentro del mismo recinto de la Iglesia.
El dinero no puede servir para utilizar a los demás sino para ayudarles a ser libres. De igual manera, la grandeza interna de los hombres es valiosa en la medida en que sirve para que los otros encuentren su identidad, su valor y su autonomía. La soberbia de los grandes que se encierran sobre sí mismos y consideran despreciables o inferiores a los otros constituye una abominación delante de Dios. Así lo ha señalado la palabra de Cristo.
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