Lucas 16,1-8
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido". El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa". Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Este respondió: "Cien barriles de aceite". El le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta". Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" El contestó: "Cien fanegas de trigo". Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta". Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Nuestros amigos, los pobres"
Para captar el pensamiento de Jesús a través de esta parábola es preciso tener presente el contexto global del capítulo, cuyo centro vital está constituido por el v. 14, que dice así: "Estaban oyendo todo esto los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Jesús".
Del mismo modo que la primera parábola (vv. 1-8) enseña el modo correcto de usar los bienes de la tierra, la segunda -la del rico epulón (vv. 19-31)- enseña cómo no deben ser usados. En todo caso, la lección tiene como lema la philargyría, es decir, el amor al dinero.
A primera vista, la parábola del administrador infiel podría suscitar cierto asombro e incluso cierto escándalo, precisamente porque Jesús alaba su conducta, a pesar de su actitud astuta, deshonesta y egoísta. Más adelante, Lucas comparará a Dios con un juez que no practica la justicia (Lc 18,1-8), y también en Mt 10,16 se invita a los discípulos a ser astutos como serpientes.
Con todo, no debemos escandalizarnos en absoluto: el Señor no nos ofrece como modelo a un estafador o a un pillo; lo que hace, más bien, es recordarnos que somos responsables de unos bienes que no nos pertenecen del todo, sino que hemos de considerarlos como dones de Dios y, en consecuencia, hemos de tratarlos, al mismo tiempo, con una prudencia y una audacia dignas de los hijos de Dios.
Ciertamente, no es fácil captar la intención de la parábola pero al final del fragmento se nos ofrecen pistas que nos ponen en el buen camino: Jesús desea que los hijos de la luz, en su camino terreno, en su intento de conseguir los verdaderos bienes —los eternos—, se muestren más astutos que los hijos de este mundo (v. 8b). La astucia de la que habla Jesús está en función directa del deseo y de la consecución del verdadero bien.
Del contexto global del capítulo se desprende una invitación: nuestros verdaderos amigos son los pobres, y se requiere un coraje de león para considerarlos como nuestros primeros y más queridos amigos. Quien llega a considerarlos como tales demuestra ser de verdad «listo» según Jesús, aunque no ciertamente según la lógica del mundo.
Llegados a este punto, ya no queda ninguna in certidumbre sobre la astucia por la que el administrador deshonesto es alabado por su señor. La luz que se desprende de esta parábola iluminará nuestro camino en la medida en que nos dispongamos a acogerla y a caminar por el sendero que abre delante de nosotros.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido". El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa". Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Este respondió: "Cien barriles de aceite". El le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta". Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" El contestó: "Cien fanegas de trigo". Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta". Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Nuestros amigos, los pobres"
Para captar el pensamiento de Jesús a través de esta parábola es preciso tener presente el contexto global del capítulo, cuyo centro vital está constituido por el v. 14, que dice así: "Estaban oyendo todo esto los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Jesús".
Del mismo modo que la primera parábola (vv. 1-8) enseña el modo correcto de usar los bienes de la tierra, la segunda -la del rico epulón (vv. 19-31)- enseña cómo no deben ser usados. En todo caso, la lección tiene como lema la philargyría, es decir, el amor al dinero.
A primera vista, la parábola del administrador infiel podría suscitar cierto asombro e incluso cierto escándalo, precisamente porque Jesús alaba su conducta, a pesar de su actitud astuta, deshonesta y egoísta. Más adelante, Lucas comparará a Dios con un juez que no practica la justicia (Lc 18,1-8), y también en Mt 10,16 se invita a los discípulos a ser astutos como serpientes.
Con todo, no debemos escandalizarnos en absoluto: el Señor no nos ofrece como modelo a un estafador o a un pillo; lo que hace, más bien, es recordarnos que somos responsables de unos bienes que no nos pertenecen del todo, sino que hemos de considerarlos como dones de Dios y, en consecuencia, hemos de tratarlos, al mismo tiempo, con una prudencia y una audacia dignas de los hijos de Dios.
Ciertamente, no es fácil captar la intención de la parábola pero al final del fragmento se nos ofrecen pistas que nos ponen en el buen camino: Jesús desea que los hijos de la luz, en su camino terreno, en su intento de conseguir los verdaderos bienes —los eternos—, se muestren más astutos que los hijos de este mundo (v. 8b). La astucia de la que habla Jesús está en función directa del deseo y de la consecución del verdadero bien.
Del contexto global del capítulo se desprende una invitación: nuestros verdaderos amigos son los pobres, y se requiere un coraje de león para considerarlos como nuestros primeros y más queridos amigos. Quien llega a considerarlos como tales demuestra ser de verdad «listo» según Jesús, aunque no ciertamente según la lógica del mundo.
Llegados a este punto, ya no queda ninguna in certidumbre sobre la astucia por la que el administrador deshonesto es alabado por su señor. La luz que se desprende de esta parábola iluminará nuestro camino en la medida en que nos dispongamos a acogerla y a caminar por el sendero que abre delante de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario