sábado, 5 de noviembre de 2016

DOMINGO DE LA 32 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.


2 Macabeos 7:1-2,9-14
Salmo 16: Al despertar me saciare de tu semblante, Señor
2 Tesalonicenses 2:16-3:5
Lucas 20:27-38

2 Macabeos 7, 1-2. 9-14

En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: "¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. "El segundo, estando para morir, dijo: "Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna." Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: "De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios. "El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió este, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo: "Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida."

Salmo 16: Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi suplica,
que en mis labios no hay engaño.
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

2 Tesalonicenses 2,16-3,5

Hermanos: Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados, porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y tengáis la constancia de Cristo.

Lucas 20,27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
- Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
- En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos."

— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

En la primera lectura nos encontramos la narración de un hecho lleno de poesía y de crueldad: el martirio de unos hermanos que prefirieron dar la vida antes de ofender a Dios quebrantando su ley.

Me atrevo a decir que es una lástima que la lectura litúrgica no incluya los versículos del 20 al 23 de este mismo capítulo para contemplar la reacción extraordinaria de la madre que vé sacrificar a sus siete hijos y cómo, esta mujer “admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo”, anima a sus hijos a la fidelidad a Dios, incluso cuando esa fidelidad tiene como consecuencia el martirio.

Este es también un pasaje donde encontramos la idea de la resurrección, no una reencarnación como algunas religiones defienden, del alma volviendo una y otra vez reencarnada según la vida que ha llevado anteriormente, sino como la profesamos nosotros: “Creo en la resurrección de la carne”. El segundo y cuarto hijo hablan “de la resurrección” para los que han cumplido con la voluntad de Dios.

En el evangelio nos encontramos de nuevo con el tema de la vida venidera. Los saduceos parece que quieren ridiculizar la creencia en la resurrección y por eso le presentan a Jesús un caso un tanto insólito: siete hermanos que, de acuerdo con la Ley del Levirato, a la muerte de uno y sin descendencia el siguiente debe casarse con la viuda para darle hijos. Resulta que todos van muriendo, todos se han ido casando con la viuda, ¿de cuál de ellos, preguntan a Jesús, será esposa en la vida futura?

El Señor, como siempre, contesta sin contestarles. Esta vida es temporal, nuestras relaciones humanas son temporales, nuestra relación con Dios es perpetua, por tanto la pregunta no tiene razón de ser. No tiene razón tampoco, pues porque aquí las personas sí se casan, pero en la otra vida no se casan.

Podríamos hacernos la pregunta que Pablo hace en 1Cor. 15,35 según explicó Javier Gafo, SJ, q.e.p.d., en unas de sus publicaciones: “Alguno preguntará: ¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo traerán? Necio, lo que tú siembras no cobra vida si antes no muere. Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo carnal, resucita un cuerpo espiritual”.

No sabemos cómo será esa vida, pero sí sabemos que Dios es Dios de vivos, y todo eso está en sus manos. Dicen de Lutero que, estando para morir, alguien le preguntó: ¿Cómo será la vida futura? Él respondió: Eso es cosa de Dios.

Estamos en pleno mes de noviembre, mes que comenzamos recordando a los que nos han precedido. En el Día de los Difuntos celebramos la vida y la muerte de nuestros seres queridos, y pensamos en ellos, y los echamos de menos, y lloramos por ellos y damos gracias porque Dios nos los dió por un tiempo. Un mes propicio para pensar en la muerte y en el más allá.

Nuestra fe dá sentido a ese momento crucial de nuestra vida, la muerte. Nuestra fe nos habla de resurrección y vida eterna, nuestra fe está en el Cristo Resucitado, nuestra fe nos dice que todo eso “es cosa de Dios”.

A nosotros nos toca en el ahora, en el hoy, seguir e imitar a Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida para poder decir con la misma esperanza del salmista: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.

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