Las funciones que desempeñan los ángeles son de tres tipos: adorar a Dios en el Cielo, proteger a las naciones y proteger a la Iglesia.
Por lo que se refiere a la primera de ellas, la de adorar a Dios en el cielo, dice Isaías:
“Unos serafines se mantenían erguidos por encima de Él [...]. Y se gritaban el uno al otro: “santo, santo, santo, Yahveh Sebaot; llena está toda la tierra de su gloria” (Is. 6,3).
Añade Jesús:
“[Contemplan] constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10).
El Libro de Tobías confirma que hay “siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la gloria del Señor” (Tb. 12,15). Angeles que, por cierto, son los mismos que contempla San Juan:
“Vi entonces a los siete ángeles que están en pie delante de Dios” (Ap. 8,2).
La segunda de las funciones angelicales es la de proteger a las naciones, y por encima de todas, una, claro está, la nación elegida de Dios, Israel. Con toda claridad lo expresa el Libro del Exodo:
“Se puso en marcha el ángel de Yahveh que iba al frente del ejército de Israel” (Éx. 14,19).
Pero la de Israel no es la única nación que tiene ángel. Ya hemos visto como cuando San Miguel, ángel protector de la nación israelí, actúa en el ejercicio de lo que es su alta magistratura, se enfrenta al Príncipe de Persia, ángel protector de las naciones contrarias a Israel (Dan. 10,13). Con claridad meridiana lo explica el Deuteronomio:
“Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Dios [los ángeles]” (Dt. 32,8).
En cuanto a la tercera de las funciones de los ángeles, la de proteger a la Iglesia, ya se refiere a ella el Apocalipsis de Juan:
“La explicación del misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha y de los siete candeleros de oro es ésta: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias [Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea]” (Ap. 1,20).
Pero por encima de todas las citadas, hay una función que la tradición cristiana atribuye con especial esmero a los ángeles: se trata de la protección de los seres humanos. Ya en el Antiguo Testamento se dan testimonios abundantes en tal sentido. Angeles son quienes protegen a Lot (Gn. 19,1 y ss. ), auxilian en el desierto a Agar y a su hijo Ismael (Gn. 16,7), conducen al pueblo de Dios (Ex. 23,23) o asisten a los profetas (1Re. 19,5). Abraham, al enviar a su siervo a buscarle una esposa a Isaac, le dice:
“Él enviará su ángel delante de ti” (Gn. 24,7).
Judith proclama:
“Vive el Señor, cuyo ángel ha sido mi guardián” (Jd. 13,20).
Ya en el Nuevo Testamento, el propio Jesús anticipa este rol angelical, al menos en lo que se refiere a los niños cuando habla de “sus ángeles [los de los niños]”. (Mt. 18,10). San Pablo define a los ángeles como “espíritus servidores, enviados para ayudar a aquellos que han de heredar la salvación [es decir, los hombres]” (Hb. 1,14).
En la primera literatura cristiana, Orígenes afirma que “el ángel particular de cada cual [...] une su oración a la nuestra y colabora, según su poder, a favor de lo que pedimos”.
San Basilio que “cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida”.
San Ambrosio que “debemos rezarle a los ángeles que nos son dados como guardianes”.
Santo Tomás de Aquino dedica un largo artículo de su Suma Teológica al tema. Y el Catecismo de la Iglesia Católica declara: “Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión [la de los ángeles custodios]” (Cat. 336).
Fuente: religionenlibertad.com
Por lo que se refiere a la primera de ellas, la de adorar a Dios en el cielo, dice Isaías:
“Unos serafines se mantenían erguidos por encima de Él [...]. Y se gritaban el uno al otro: “santo, santo, santo, Yahveh Sebaot; llena está toda la tierra de su gloria” (Is. 6,3).
Añade Jesús:
“[Contemplan] constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10).
El Libro de Tobías confirma que hay “siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la gloria del Señor” (Tb. 12,15). Angeles que, por cierto, son los mismos que contempla San Juan:
“Vi entonces a los siete ángeles que están en pie delante de Dios” (Ap. 8,2).
La segunda de las funciones angelicales es la de proteger a las naciones, y por encima de todas, una, claro está, la nación elegida de Dios, Israel. Con toda claridad lo expresa el Libro del Exodo:
“Se puso en marcha el ángel de Yahveh que iba al frente del ejército de Israel” (Éx. 14,19).
Pero la de Israel no es la única nación que tiene ángel. Ya hemos visto como cuando San Miguel, ángel protector de la nación israelí, actúa en el ejercicio de lo que es su alta magistratura, se enfrenta al Príncipe de Persia, ángel protector de las naciones contrarias a Israel (Dan. 10,13). Con claridad meridiana lo explica el Deuteronomio:
“Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Dios [los ángeles]” (Dt. 32,8).
En cuanto a la tercera de las funciones de los ángeles, la de proteger a la Iglesia, ya se refiere a ella el Apocalipsis de Juan:
“La explicación del misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha y de los siete candeleros de oro es ésta: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias [Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea]” (Ap. 1,20).
Pero por encima de todas las citadas, hay una función que la tradición cristiana atribuye con especial esmero a los ángeles: se trata de la protección de los seres humanos. Ya en el Antiguo Testamento se dan testimonios abundantes en tal sentido. Angeles son quienes protegen a Lot (Gn. 19,1 y ss. ), auxilian en el desierto a Agar y a su hijo Ismael (Gn. 16,7), conducen al pueblo de Dios (Ex. 23,23) o asisten a los profetas (1Re. 19,5). Abraham, al enviar a su siervo a buscarle una esposa a Isaac, le dice:
“Él enviará su ángel delante de ti” (Gn. 24,7).
Judith proclama:
“Vive el Señor, cuyo ángel ha sido mi guardián” (Jd. 13,20).
Ya en el Nuevo Testamento, el propio Jesús anticipa este rol angelical, al menos en lo que se refiere a los niños cuando habla de “sus ángeles [los de los niños]”. (Mt. 18,10). San Pablo define a los ángeles como “espíritus servidores, enviados para ayudar a aquellos que han de heredar la salvación [es decir, los hombres]” (Hb. 1,14).
En la primera literatura cristiana, Orígenes afirma que “el ángel particular de cada cual [...] une su oración a la nuestra y colabora, según su poder, a favor de lo que pedimos”.
San Basilio que “cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida”.
San Ambrosio que “debemos rezarle a los ángeles que nos son dados como guardianes”.
Santo Tomás de Aquino dedica un largo artículo de su Suma Teológica al tema. Y el Catecismo de la Iglesia Católica declara: “Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión [la de los ángeles custodios]” (Cat. 336).
Fuente: religionenlibertad.com
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