Lucas 4,38-44
Miércoles de la 22 Semana del Tiempo Ordinario II,
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta, y le pidieron que hiciera algo por ella. El, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y predicaba en las sinagogas de Judea.
— Comentario de Ricardo Guillermo Rosano
La lectura del Evangelio para el día de hoy nos invita, ante todo, a contemplar la totalidad del escenario, tan maravillosamente relatado. Si no fuese Palabra de Dios, sin ninguna duda sería una bellísima construcción literaria, floreciente de símbolos.
Jesús de Nazareth está en Cafarnaúm, en donde ha suscitado la admiración de los vecinos, que advierten en Él algo nuevo y distinto, una autoridad veraz. Más no perdamos de vista que esa cuestión, y la planteada hoy, acontece durante el Shabbat, día del Señor para Israel, día santo. Por ello mismo podemos observar al Maestro en la sinagoga, en pleno culto, y al salir de ella; no debemos perder de vista este detalle, que regirá los hechos posteriores.
Así sale de la sinagoga y entra a la casa de Simón: las normas sabáticas impiden cualquier tarea, por mínima que fuera, que se vincule con esfuerzo o trabajo, aunque la observancia de estas normas solían llevarse a extremos absurdos y terribles también. Pero en la casa de Simón Pedro hay otra urgencia familiar, una enfermedad que tiene postrada a la suegra de Simón con fiebre muy alta.
A menudo, es necesario y hasta imprescindible que los otros se movilicen por los que están caídos, por los que están paralizados, por los que no pueden más.
Simón y su familia, quizás sin saberlo, a pura intuición, quebranta varias normas severas en aras del amor. Seguimos en pleno Shabbat, en donde poco y nada puede hacerse, y hay dos añadidos más. Por un lado, es una mujer la enferma, y por mujer y por anciana no existe para el derecho ni para la sociedad; con criterios dolorosamente actuales, no vale la pena preocuparse demasiado pues ella está más cerca de la muerte que de la vida. Por otro lado, el concepto religioso imperante de culpa y enfermedad, es decir, que los padecimientos físicos son el producto del castigo necesario por los pecados propios o de los padres. Y a su vez, quien padece alguna enfermedad, y por la causa precitada, a su vez deviene en impuro, indigno de participar en la vida religiosa y comunitaria de su pueblo, y quien entra en contacto con un impuro adquiere su condición de impureza/indignidad.
Parece que al rabbí galileo no le importan demasiado estas, o mejor aún, que pone por delante la salud y la dignidad de los que sufren, la misma condición humana por sobre toda norma o regla impuesta, revelando un asombroso rostro misericordioso de su Dios. Por ello no vacila en acudir al rescate de esa mujer, y ella a su vez sana de su fiebre y sana de la postración que es mucho más que estar postrada en un lecho, es la postración de la discriminación, de ser tenida a menos, de ser estigmatizada. Por ello el Cristo que se acerca con salud/salvación que la levanta desata en ella la alegría del servicio, la diaconía que la hace joven por siempre en su corazón.
Las noticias buenas, al contrario de lo que suele suponerse, tampoco tardan en difundirse, y al caer la tarde todos los vecinos que tiene enfermos en su familia los llevan a su presencia para que los sane, los libere, los cure. El dato no es menor: esas gentes van al Maestro al atardecer porque más temprano imperan las rígidas normas del Shabbat, y están impedidos de hacer nada -hasta de caminar algunas cuadras- hasta que el sol no caiga, hasta que el Shabbat finalice. Y ellos también están postrados por una norma que hace demasiado tiempo olvidó al Dios que le daba sentido y significado.
Pero esos demonios que también los oprimen nada podrán contra el Cristo del amor y la misericordia, infinitamente generoso en salud y dignidad sin límites ni condiciones, que humildemente servidor nos vuelve a recordar que no nos hace libres de, sino más bien libres para. Porque la verdadera liberación es Pascua, el paso santo de la servidumbre al servicio.
Paz y Bien
Fuente: sersaldelatierra.blogspot.com
Miércoles de la 22 Semana del Tiempo Ordinario II,
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta, y le pidieron que hiciera algo por ella. El, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y predicaba en las sinagogas de Judea.
— Comentario de Ricardo Guillermo Rosano
La lectura del Evangelio para el día de hoy nos invita, ante todo, a contemplar la totalidad del escenario, tan maravillosamente relatado. Si no fuese Palabra de Dios, sin ninguna duda sería una bellísima construcción literaria, floreciente de símbolos.
Jesús de Nazareth está en Cafarnaúm, en donde ha suscitado la admiración de los vecinos, que advierten en Él algo nuevo y distinto, una autoridad veraz. Más no perdamos de vista que esa cuestión, y la planteada hoy, acontece durante el Shabbat, día del Señor para Israel, día santo. Por ello mismo podemos observar al Maestro en la sinagoga, en pleno culto, y al salir de ella; no debemos perder de vista este detalle, que regirá los hechos posteriores.
Así sale de la sinagoga y entra a la casa de Simón: las normas sabáticas impiden cualquier tarea, por mínima que fuera, que se vincule con esfuerzo o trabajo, aunque la observancia de estas normas solían llevarse a extremos absurdos y terribles también. Pero en la casa de Simón Pedro hay otra urgencia familiar, una enfermedad que tiene postrada a la suegra de Simón con fiebre muy alta.
A menudo, es necesario y hasta imprescindible que los otros se movilicen por los que están caídos, por los que están paralizados, por los que no pueden más.
Simón y su familia, quizás sin saberlo, a pura intuición, quebranta varias normas severas en aras del amor. Seguimos en pleno Shabbat, en donde poco y nada puede hacerse, y hay dos añadidos más. Por un lado, es una mujer la enferma, y por mujer y por anciana no existe para el derecho ni para la sociedad; con criterios dolorosamente actuales, no vale la pena preocuparse demasiado pues ella está más cerca de la muerte que de la vida. Por otro lado, el concepto religioso imperante de culpa y enfermedad, es decir, que los padecimientos físicos son el producto del castigo necesario por los pecados propios o de los padres. Y a su vez, quien padece alguna enfermedad, y por la causa precitada, a su vez deviene en impuro, indigno de participar en la vida religiosa y comunitaria de su pueblo, y quien entra en contacto con un impuro adquiere su condición de impureza/indignidad.
Parece que al rabbí galileo no le importan demasiado estas, o mejor aún, que pone por delante la salud y la dignidad de los que sufren, la misma condición humana por sobre toda norma o regla impuesta, revelando un asombroso rostro misericordioso de su Dios. Por ello no vacila en acudir al rescate de esa mujer, y ella a su vez sana de su fiebre y sana de la postración que es mucho más que estar postrada en un lecho, es la postración de la discriminación, de ser tenida a menos, de ser estigmatizada. Por ello el Cristo que se acerca con salud/salvación que la levanta desata en ella la alegría del servicio, la diaconía que la hace joven por siempre en su corazón.
Las noticias buenas, al contrario de lo que suele suponerse, tampoco tardan en difundirse, y al caer la tarde todos los vecinos que tiene enfermos en su familia los llevan a su presencia para que los sane, los libere, los cure. El dato no es menor: esas gentes van al Maestro al atardecer porque más temprano imperan las rígidas normas del Shabbat, y están impedidos de hacer nada -hasta de caminar algunas cuadras- hasta que el sol no caiga, hasta que el Shabbat finalice. Y ellos también están postrados por una norma que hace demasiado tiempo olvidó al Dios que le daba sentido y significado.
Pero esos demonios que también los oprimen nada podrán contra el Cristo del amor y la misericordia, infinitamente generoso en salud y dignidad sin límites ni condiciones, que humildemente servidor nos vuelve a recordar que no nos hace libres de, sino más bien libres para. Porque la verdadera liberación es Pascua, el paso santo de la servidumbre al servicio.
Paz y Bien
Fuente: sersaldelatierra.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario