sábado, 11 de junio de 2016

Mt 7,36-8,6: Cristo no condenó a la pecadora sino que le dio la oportunidad de la conversión, por Mons. Francisco González, S.F.


Lucas 7,36-8,3

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora."
Jesús tomó la palabra y le dijo:
— Simón, tengo algo que decirte.
Él respondió:
— Dímelo, maestro.
Jesús le dijo:
— Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?
Simón contesto:
— Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo:
— Has juzgado rectamente.
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
— ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.
Y a ella le dijo:
— Tus pecados están perdonados.
Los demás convidados empezaron a decir entre sí:
— ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer:
— Tu fe te ha salvado, vete en paz.
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

Continuamos con la lectura del evangelio de Lucas, pasaje de gran importancia y consolación porque nos habla de cómo se porta Jesús en oposición a la forma de actuar de mucha gente, incluso de algunos dirigentes y líderes que creen ser los poseedores únicos de la verdad.

Creo que muchos, incluso nuestras comunidades cristianas, nos estamos convirtiendo en expertos de la separación. Queriendo o sin querer, somos buenos en construir barreras.

Un fariseo invita a comer a Jesús, quien entrando en el comedor se recostó a la mesa como era la costumbre. Todo iba bien hasta que de repente apareció una mujer, pecadora por más señas, que se acercó a Jesús y colocándose a sus pies se los lavó con las propias lágrimas, se los secó con su cabello todo suelto, se los ungió con el perfume que traía en un frasco, y se los besó.

El fariseo se disgustó, e incluso dudó de que este Jesús fuera profeta, pues si lo fuera se hubiera dado cuenta que esa mujer era una prostituta, y que su impureza la transmitía a todo el que tocaba. Jesús hizo pensar al fariseo con la pequeña parábola que le contó: ¿Quién amará más al prestamista que tenía dos deudores y los dos fueron sujetos de su misericordia, el que le debía más o el que le debía menos?

La mujer pecadora, por amor, ha dado a Jesús lo que el anfitrión le negó: agua para los pies, el beso de bienvenida y la unción de dignidad, bañando toda esa acción con las lágrimas de su arrepentimiento y señal de amor al profeta, a ese hombre que ha respetado su dignidad, que la ha tratado como persona, y no como objeto, y que le ha traído la paz. Tus pecados quedan perdonados, ve y no peques más.

Todo lo que vemos en el Señor y llamar a la unidad, acercarse a todos para que tengan la oportunidad de salvación. La condena y el rechazo se da porque alguien quiere estar fuera, pero no porque se le echa fuera.

¿Quiénes son a los que no aceptamos, a los que rechazamos, a los que negamos nuestra amistad y compañía? Cristo no condenó a la pecadora, sino que le dio la oportunidad de conversión.

El amable lector se recordará de este pasado Jueves Santo cuando el papa Francisco fue a la cárcel a lavar los pies, como hacen tantos sacerdotes en imitación de Cristo. Se le han hecho algunas críticas, pues tuvo el atrevimiento de lavar los pies a dos mujeres y una de ellas era/es musulmana. ¡Qué agravio a la tradición! han dicho algunos. Yo me inclino más por el comentario que seguro haría Jesús a su Vicario aquí en la tierra, y que como se llevan muy bien le diría esto o algo parecido: “Muy bien Paco, también esa joven es digna de tu ayuda y servicio”.

Todavía nos falta mucho, y el momento es ahora para la nueva evangelización. Debemos volver a la simplicidad del Evangelio, a las palabras del Señor, a su ejemplo, ejemplo que no es para darse gloria o adquirir poder, que ya lo tiene, sino para que entendamos de una vez que somos hermanos y hermanas, que no hay necesidad de crear tanta frontera o departamentos, clases sociales, y rangos religiosos o eclesiales. Que solamente cuando los pastores tengamos el olor de las ovejas, podremos hacer que nos tengan confianza, que nos sigan ilusionadas, porque saben que el día que por desgracia se pierdan iremos a buscarlas, y que si tienen una para rota o están enfermas las pondremos en nuestros hombros y las llevaremos al redil para que junto a las otras encuentren la sanación, desaparezca la incertidumbre y el miedo, porque la energía para todo está en el amor, pues el amor, como dice Pedro en su primera carta “cubre una multitud de pecados”, y Pablo nos recuerda que todo lo que hagamos, si no es por amor, de nada sirve.

Jesús invita a todos a su compañía, no seamos nosotros quienes se lo impidamos, creyéndonos que de esa forma le estamos protegiendo de alguna rara contaminación. Para Él, el olor de oveja, es rico perfume.

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