Hechos 12:1-11
Salmo 33: El Señor me libró de todas mis ansias
2 Timoteo 4:6-8.17-18
Mateo 16:13-19
Hechos 12:1-11
En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno: tenía intención de ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado a ellos con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo:
– Date prisa, levántate.
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias.» Obedeció y el ángel le dijo:
– Échate la capa y sígueme.
Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo:
– Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.
Salmo 33: El Señor me libró de todas mis ansias
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
Proclamad conmigo la grandeza del Señor
ensalcemos juntos su nombre
Yo consulté al Señor y me respondió
me libró de todas mis ansias.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
Contempladlo y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
2 Timoteo 4:6-8.17-18
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A El la gloria por los siglos de los siglos, Amén!
Mateo 16:13-19
En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesárea de Felipe y preguntaba a sus discípulos:
– ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?
Ellos contestaron:
– Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. El les preguntó:
– Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
– Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
– ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
– Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Comentario: Jesús edificó una Iglesia para el perdón de los pecados, por Jesús Álvarez SSP (Paulino)
Jesús hace un sondeo sobre la opinión que de Él tiene la gente y sobre la que ellos tienen. Pedro, con decisión, toma por primero la palabra para confesar, ante sus condiscípulos, la fe en la divinidad y en la misión salvadora de Jesús. Más tarde, en previsión de las negaciones de Pedro en la noche de la pasión, Jesús le dijo: "Y tú, una vez convertido, confirma en la fe a tus hermanos".
La autoridad en la Iglesia no se identifica con el poder, los privilegios, el prestigio, los atuendos, al estilo de las autoridades políticas, sino que se realiza en el amor de gratitud a Dios y en el amor salvífico para con el prójimo. Por eso Jesús dijo a Pedro: "¿Me amas, Pedro?... Apacienta mis ovejas y mis corderos". Solamente en unión con Cristo resucitado presente, la autoridad eclesiástica –como también los simples fieles–, puede realizar la obra de salvación. "Separados de mí, no pueden hacer nada".
Los puestos de servicio en la Iglesia deberían ocuparlos, no los que tienen más títulos y más prestigio, sino quienes mejor viven en unión real con Cristo, Cabeza de la Iglesia, y en el amor salvífico al pueblo de Dios, a imitación del Buen Pastor. Jesús constituye a Pedro como príncipe y servidor de su Iglesia, sin más privilegios que el de ser el primero en hacerse el último y servidor de todos, y en dar la vida por la salvación de los hombres, como el Maestro. El "Siervo de los siervos de Dios".
Cristo le asegura a Pedro y a sus sucesores que las fuerzas del mal no prevalecerán contra su Iglesia, porque Él permanece con ellos y con nosotros hasta el fin del mundo, a pesar de los escándalos e infidelidades de algunos pastores y fieles, pues nuestra fe no se fundamenta ni en los sacerdotes, ni en los obispos, ni en los cardenales, siquiera y tampoco en el papa, sino solo en Cristo resucitado presente en su Iglesia, guiada infaliblemente por Él mediante los pastores.
La Iglesia sufrió, sufre y sufrirá persecuciones, martirios –como los que sufren hoy los cristianos en muchas naciones–, calumnias, divisiones internas y escándalos –que son lo más doloroso–, y que hoy tal vez más que nunca, está soportando con esperanza.
La opinión pública suele considerar como Iglesia solo a la jerarquía y al clero; modo de pensar que comparten, por ignorancia, muchos católicos. La verdadera Iglesia fundada por Jesús sobre Pedro, la constituyen el pueblo de Dios que, guiado por sus pastores en nombre del Salvador, camina hacia el Reino eterno, con Cristo resucitado a la cabeza. Si se excluye aunque sea una sola de esas tres realidades, ya no hay Iglesia de Jesús, sino otro ente ajeno a la Iglesia.
Cristo concede a Pedro, y en él a los demás apóstoles de entonces y de todos los tiempos, la misión de la misericordia: o sea, el poder de perdonar los pecados. La Iglesia católica no es la Iglesia del pecado, sino la Iglesia del perdón de los pecados y de los pecadores convertidos, como Pedro y Pablo.
San Pablo decía: "Como Pedro fue capacitado para evangelizar a los judíos, así yo he sido capacitado para evangelizar a los paganos". Ambos asumieron la misma misión de Cristo y con Él: la salvación de los hombres para gloria del Padre, aunque en distintos campos y con estilos diferentes. Si bien con algún desencuentro, superado ejemplarmente por la valentía de Pablo y la humildad de Pedro. Ambos grandes amigos entre sí, fieles seguidores de Cristo, y columnas de la Iglesia.
Salmo 33: El Señor me libró de todas mis ansias
2 Timoteo 4:6-8.17-18
Mateo 16:13-19
Hechos 12:1-11
En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno: tenía intención de ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado a ellos con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo:
– Date prisa, levántate.
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias.» Obedeció y el ángel le dijo:
– Échate la capa y sígueme.
Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo:
– Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.
Salmo 33: El Señor me libró de todas mis ansias
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
Proclamad conmigo la grandeza del Señor
ensalcemos juntos su nombre
Yo consulté al Señor y me respondió
me libró de todas mis ansias.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
Contempladlo y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.
R.- El Señor me libró de todas mis ansias
2 Timoteo 4:6-8.17-18
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A El la gloria por los siglos de los siglos, Amén!
Mateo 16:13-19
En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesárea de Felipe y preguntaba a sus discípulos:
– ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?
Ellos contestaron:
– Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. El les preguntó:
– Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
– Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
– ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
– Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Comentario: Jesús edificó una Iglesia para el perdón de los pecados, por Jesús Álvarez SSP (Paulino)
Jesús hace un sondeo sobre la opinión que de Él tiene la gente y sobre la que ellos tienen. Pedro, con decisión, toma por primero la palabra para confesar, ante sus condiscípulos, la fe en la divinidad y en la misión salvadora de Jesús. Más tarde, en previsión de las negaciones de Pedro en la noche de la pasión, Jesús le dijo: "Y tú, una vez convertido, confirma en la fe a tus hermanos".
La autoridad en la Iglesia no se identifica con el poder, los privilegios, el prestigio, los atuendos, al estilo de las autoridades políticas, sino que se realiza en el amor de gratitud a Dios y en el amor salvífico para con el prójimo. Por eso Jesús dijo a Pedro: "¿Me amas, Pedro?... Apacienta mis ovejas y mis corderos". Solamente en unión con Cristo resucitado presente, la autoridad eclesiástica –como también los simples fieles–, puede realizar la obra de salvación. "Separados de mí, no pueden hacer nada".
Los puestos de servicio en la Iglesia deberían ocuparlos, no los que tienen más títulos y más prestigio, sino quienes mejor viven en unión real con Cristo, Cabeza de la Iglesia, y en el amor salvífico al pueblo de Dios, a imitación del Buen Pastor. Jesús constituye a Pedro como príncipe y servidor de su Iglesia, sin más privilegios que el de ser el primero en hacerse el último y servidor de todos, y en dar la vida por la salvación de los hombres, como el Maestro. El "Siervo de los siervos de Dios".
Cristo le asegura a Pedro y a sus sucesores que las fuerzas del mal no prevalecerán contra su Iglesia, porque Él permanece con ellos y con nosotros hasta el fin del mundo, a pesar de los escándalos e infidelidades de algunos pastores y fieles, pues nuestra fe no se fundamenta ni en los sacerdotes, ni en los obispos, ni en los cardenales, siquiera y tampoco en el papa, sino solo en Cristo resucitado presente en su Iglesia, guiada infaliblemente por Él mediante los pastores.
La Iglesia sufrió, sufre y sufrirá persecuciones, martirios –como los que sufren hoy los cristianos en muchas naciones–, calumnias, divisiones internas y escándalos –que son lo más doloroso–, y que hoy tal vez más que nunca, está soportando con esperanza.
La opinión pública suele considerar como Iglesia solo a la jerarquía y al clero; modo de pensar que comparten, por ignorancia, muchos católicos. La verdadera Iglesia fundada por Jesús sobre Pedro, la constituyen el pueblo de Dios que, guiado por sus pastores en nombre del Salvador, camina hacia el Reino eterno, con Cristo resucitado a la cabeza. Si se excluye aunque sea una sola de esas tres realidades, ya no hay Iglesia de Jesús, sino otro ente ajeno a la Iglesia.
Cristo concede a Pedro, y en él a los demás apóstoles de entonces y de todos los tiempos, la misión de la misericordia: o sea, el poder de perdonar los pecados. La Iglesia católica no es la Iglesia del pecado, sino la Iglesia del perdón de los pecados y de los pecadores convertidos, como Pedro y Pablo.
San Pablo decía: "Como Pedro fue capacitado para evangelizar a los judíos, así yo he sido capacitado para evangelizar a los paganos". Ambos asumieron la misma misión de Cristo y con Él: la salvación de los hombres para gloria del Padre, aunque en distintos campos y con estilos diferentes. Si bien con algún desencuentro, superado ejemplarmente por la valentía de Pablo y la humildad de Pedro. Ambos grandes amigos entre sí, fieles seguidores de Cristo, y columnas de la Iglesia.
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