viernes, 18 de mayo de 2012

DOMINGO DE LA ASCENSION DEL SEÑOR, B

Hechos 1,1-11
Salmo 46,2-3.6-9
Efesios 1,17-23
Marcos 16,15-20


Hechos de los Apóstoles (1,1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

Salmo 46,2-3.6-9:
R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.


Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
R/. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
R/. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas.

Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
R/. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas.

Efesios 1,17-23

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Marcos 16,15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.,
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.


La Solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos se celebra el jueves que le corresponde y así se sigue la tradición que se originó por los finales del siglo IV, ajustándose de alguna forma a lo que leemos en Hech.1,3.9-11. Sin embargo, por razones pastorales, en la mayoría de las diócesis de Estados Unidos y, en algunos países, la celebración de la Ascensión del Señor se ha trasladado al séptimo domingo de Pascua.

La reflexión de esta semana la centramos en dicha fiesta. La primera lectura nos habla de las apariciones de Jesús a sus discípulos después de la resurrección, del mandato que les dio de ser testigos de él en el mundo entero, de la preocupación de los apóstoles acerca del reino de Israel, de cómo se elevó a los cielos en presencia de ellos y de la visión de los dos hombres que anunciaban la próxima venida de Jesús, quien sube al cielo con su cuerpo glorificado. En su ausencia su misión está en las manos de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo.

Esta fiesta de la Ascensión tiene un tanto de ambigüedad: "ausencia-presencia" de Cristo en el mundo, del Cristo que bajó a los infiernos, pero que ahora "está sentado a la derecha del Padre".

Mientras Jesús era levantado al cielo los apóstoles se "quedaron mirando fijamente al cielo". Menos mal que aquellos dos enviados de Dios les despertaron de su ensimismamiento. Siempre hay esos que se pasan la vida "mirando al cielo", pensando que todo se nos va a dar hecho desde lo alto y no se dan cuenta que, tanto entonces como ahora, hay que continuar lo que Cristo comenzó. Las celebraciones litúrgicas y devocionales no son toda la vida del discípulo, hay que tener una preocupación profunda y genuina por todos nuestros hermanos/as.

En la segunda lectura (Ef 1,17-23), la glorificación de Cristo produce una transformación radical de la humanidad. La energía de Cristo resucitado involucra y compromete a toda la Iglesia, que es su cuerpo en la historia, a vivir la novedad de la pascua y a anunciarla en el mundo.

La "hora" de Cristo fue su muerte, resurrección y glorificación. Ahora es la "hora" del testigo, de la Iglesia, de nosotros, ahora es nuestra hora.

Hermano/a, ¿cómo tomas tú el mandato de Jesús de ser su testigo? ¿en qué forma eres testigo del Señor en tu familia, trabajo, vecindario/barrio, escuela, comunidad de fe?

En el evangelio encontramos inmediatamente la misión que anuncia, son las últimas palabras que dijo Cristo a los apóstoles: "a todo el mundo la Buena Nueva". Una misión clara y comprometedora: Id y haced discípulos a todos los pueblos. Se trata de ir hasta los confines de la tierra para que resuene el pregón de Dios. ¿Cuál es esta Buena Nueva? Ni más ni menos que el mismo Cristo, su persona y también su mensaje.

Esta persona y su mensaje vienen exigiendo toma de posiciones ante la vida, ante Dios, ante todo lo que es la creación. No se puede ser testigo cambiando constantemente de alianzas, de opiniones y de compromisos. Como dice el pueblo: al pan, pan y al vino, vino. Cristo lo expresa de una forma tajante en el reto que él ofrece: O conmigo o contra mí.

Al celebrar esta fiesta de la Ascensión nos podemos dar cuenta que tiene un doble sentido: fin y principio, fin de la estancia de Jesús físicamente entre nosotros y principio de la Iglesia, la Iglesia de los apóstoles, de los enviados por el Espíritu del Señor Jesús. Esta es la fiesta en que podemos decir que todo está cumplido y que todo falta por hacer.

Todavía nos falta mucho por hacer para poder vivir en ese reino que Cristo vino a establecer. Todavía nos hacen falta más testigos que vivan un verdadero testimonio cristiano. Todavía nos faltan proclamadores de la Buena Nueva. Lo que ya tenemos es a Cristo Resucitado y Glorificado.

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