Monseñor Juan del Río Martín
Arzobispo castrense de España,
Solemnidad de Pentecostés (2012)
La solemnidad de Pentecostés nos recuerda, año tras año, el envío del Espíritu Santo sobre los apóstoles y primeros discípulos de Jesús. Ese acontecimiento constituye la fuerza y el "alma" que impulsa permanente el peregrinar evangelizador de la Iglesia. Este nuevo pueblo de Dios no surgió por consensos humanos, ni por el impulso de una mística ideológica, como tampoco fue fruto de privilegios de raza o nación. Su origen está en la cruz, en el costado abierto de su Señor.
Ella es, ante todo, el misterio del amor de Dios a los hombres. Es el cuerpo de Cristo encarnado en la historia, que camina entre "consolaciones divinas y persecuciones de los hombres" (s. Agustín), hasta que vuelva su Redentor. Por eso mismo la Iglesia es visible y espiritual, divina y humana, santa y compuesta de pecadores. Su ser y misión se descubren únicamente desde el amor que nace de la fe en Jesucristo, Hijo de Dios vivo. Cuando falta este anhelo, todo queda reducido a mera estructura de poder. Por eso, frente el déficit de eclesialidad que sufrimos en el catolicismo, hace falta intensificar el amor y la pasión por la Iglesia, el sentirse orgulloso de ser miembro de ese cuerpo, de vivir y morir como un hijo en el seno de esta Santa Madre.
Nadie duda de que los tiempos que corren sean buenos. Nunca ha habido épocas ideales, siempre han existido"el trigo y la cizaña", los creyentes y los adversarios de la religión. En la actualidad, el cristianismo es la religión más perseguida del planeta. La Iglesia Católica sufre en su carne, en tantos países, el desprecio de su derecho a la libertad religiosa, llegando en algunos casos a producirse el triste fenómeno de la cristofobia.
Sin embargo, los enemigos no están únicamente fuera. También el "humus de Satanás" (Pablo VI) se ha filtrado en el seno de nuestras comunidades, produciendo una secularización de la vida cristiana, donde el disenso interno hace mella a todos los niveles. Se está tensando "la túnica inconsútil", y los extremismos de uno y otro signo quieren convertirse en paladines de la autenticidad. Mientras, los hostiles a la Iglesia se frotan las manos, viendo como los católicos se pelean entre sí. La gente sencilla, de fe, ve con asombro los escándalos de diversos tipos. La ignorancia religiosa crece día a día en todos los sectores. Diríamos en palabras del próximo nuevo Doctor de la Iglesia: "muchos son los frentes y muy gastada está la cristiandad" (S. Juan de Ávila).
Estas "turbulencias", internas y externas, que afronta la nave de Pedro sólo se superan recuperando la primacía de Dios en la vida de los cristianos, sobre todo a la hora de organizar las estructuras pastorales. Con razón dijo en su día el Cardenal Ratzinger: "lo que necesitamos no es una Iglesia más humana, sino una Iglesia más divina; sólo entonces será también verdaderamente humana". No se evangeliza acomodándose a la mentalidad del mundo, sino siendo luz, sal y fermento en medio de la sociedad que nos ha tocado vivir. El mero cambio de las organizaciones, sin la transformación de las personas, conduce a la predicación de un evangelio descafeinado y a una Iglesia sin solidez.
La verdadera reforma de la Iglesia es desde dentro hacia fuera. Nace de un corazón convertido a Jesucristo y de una mente bien formada. Los santos y los mártires son los artífices de la auténtica reforma. Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar frutos, pero la Viña no es propiedad de aquéllos que se sienten seguros y poderosos, sino únicamente de Dios. Es Él quien en cada momento la cuida, la protege y manda obreros para que trabajen en ella. En estos tiempos de profundos cambios, el Señor no ha abandonado a su Iglesia. Ha puesto al frente de ella a Benedicto XVI, un Papa sabio y santo, que nos muestra dónde encontrar la Verdad y en qué consiste lo esencial de la fe en Jesucristo. Como ya dijo Jean Guitton hace muchos años: "la condición previa de esta nueva "reevangelización" es que sepamos qué es lo esencial de la fe católica… Nosotros, laicos, pedimos más que nunca a nuestros jefes espirituales que nos digan sin ambigüedades cuál es la fe, y por qué en caso de persecución habría que aceptar morir".
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