San Ignacio de Antioquía, camino de su martirio en Roma hacia el año 107, insiste a los cristianos de las diferentes iglesias a las que escribe sobre la importancia de velar por la unidad.
1.
“Como hijos de la luz verdadera” (Ef 5,8), huid de toda escisión y toda doctrina perversa; en cambio, donde esté el pastor, allí debéis, como ovejas, seguir vosotros. Porque muchos lobos que se presentan como dignos de todo crédito cautivan con funesto placer a los corredores de Dios. Sin embargo, gracias a vuestra unión no tendrán entre vosotros cabida alguna. (A los de Filadelfia, 2-3)
2.
Me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.
Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro de modo que por vuestra unión y concordia en el amor seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre para que os escuche y os reconozca por vuestras buenas obras como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios. (A los Efesios, 2,2)
3.
Y es así que, cuantos son de Dios y de Jesucristo, ésos son los que están al lado del obispo. Ahora que cuantos, arrepentidos, volvieren a la unidad de la Iglesia, también ésos serán de Dios a fin de que vivan conforme a Jesucristo. «No os llevéis a engaño», hermanos míos. Si alguno sigue a un cismático, «no hereda el reino de Dios» (1 Cor 6,9). El que camina en sentir ajeno a la Iglesia, ése no puede tener parte en la pasión del Señor. (A los de Filadelfia, 2-3)
4.
Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia? (Carta a los Efesios, 2)
5. San Ignacio de Antioquía es el primero que en la literatura cristiana atribuye a la Iglesia el adjetivo «católica», es decir, «universal»: «Donde está Jesucristo», afirma, «allí está la Iglesia católica» (A los fieles de Esmirna 8, 2). Precisamente en el servicio de unidad a la Iglesia católica, la comunidad cristiana de Roma ejerce una especie de primado en el amor: «En Roma, ésta preside, digna de Dios, venerable, digna de ser llamada bienaventurada… Preside en la caridad, que tiene la ley de Cristo, y lleva el nombre del Padre» (A los Romanos, «Prólogo»). Como se puede ver, Ignacio es verdaderamente el «doctor de la unidad»: unidad de Dios y unidad de Cristo (en oposición a las diferentes herejías que comenzaban a circular y que dividían al hombre y a Dios en Cristo), unidad de la Iglesia, unidad de los fieles, «en la fe y en la caridad, pues no hay nada más excelente que ella» (A los fieles de Esmirna 6,1).
6. La irresistible tensión de Ignacio de Antioquía hacia la unión con Cristo sirve de fundamento para una auténtica «mística de la unidad». Él mismo se define como «un hombre al que se le ha confiado la tarea de la unidad» (A los fieles de Filadelfia 8,1). Para Ignacio, la unidad es ante todo una prerrogativa de Dios, que existiendo en tres Personas es Uno en una absoluta unidad. Repite con frecuencia que Dios es unidad y que sólo en Dios ésta se encuentra en el estado puro y originario. La unidad que tienen que realizar sobre esta tierra los cristianos no es más que una imitación lo más conforme posible con el modelo divino. (BENEDICTO XVI presenta a san Ignacio de Antioquía, 14 marzo 2007.
1.
“Como hijos de la luz verdadera” (Ef 5,8), huid de toda escisión y toda doctrina perversa; en cambio, donde esté el pastor, allí debéis, como ovejas, seguir vosotros. Porque muchos lobos que se presentan como dignos de todo crédito cautivan con funesto placer a los corredores de Dios. Sin embargo, gracias a vuestra unión no tendrán entre vosotros cabida alguna. (A los de Filadelfia, 2-3)
2.
Me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.
Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro de modo que por vuestra unión y concordia en el amor seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre para que os escuche y os reconozca por vuestras buenas obras como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios. (A los Efesios, 2,2)
3.
Y es así que, cuantos son de Dios y de Jesucristo, ésos son los que están al lado del obispo. Ahora que cuantos, arrepentidos, volvieren a la unidad de la Iglesia, también ésos serán de Dios a fin de que vivan conforme a Jesucristo. «No os llevéis a engaño», hermanos míos. Si alguno sigue a un cismático, «no hereda el reino de Dios» (1 Cor 6,9). El que camina en sentir ajeno a la Iglesia, ése no puede tener parte en la pasión del Señor. (A los de Filadelfia, 2-3)
4.
Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia? (Carta a los Efesios, 2)
5. San Ignacio de Antioquía es el primero que en la literatura cristiana atribuye a la Iglesia el adjetivo «católica», es decir, «universal»: «Donde está Jesucristo», afirma, «allí está la Iglesia católica» (A los fieles de Esmirna 8, 2). Precisamente en el servicio de unidad a la Iglesia católica, la comunidad cristiana de Roma ejerce una especie de primado en el amor: «En Roma, ésta preside, digna de Dios, venerable, digna de ser llamada bienaventurada… Preside en la caridad, que tiene la ley de Cristo, y lleva el nombre del Padre» (A los Romanos, «Prólogo»). Como se puede ver, Ignacio es verdaderamente el «doctor de la unidad»: unidad de Dios y unidad de Cristo (en oposición a las diferentes herejías que comenzaban a circular y que dividían al hombre y a Dios en Cristo), unidad de la Iglesia, unidad de los fieles, «en la fe y en la caridad, pues no hay nada más excelente que ella» (A los fieles de Esmirna 6,1).
6. La irresistible tensión de Ignacio de Antioquía hacia la unión con Cristo sirve de fundamento para una auténtica «mística de la unidad». Él mismo se define como «un hombre al que se le ha confiado la tarea de la unidad» (A los fieles de Filadelfia 8,1). Para Ignacio, la unidad es ante todo una prerrogativa de Dios, que existiendo en tres Personas es Uno en una absoluta unidad. Repite con frecuencia que Dios es unidad y que sólo en Dios ésta se encuentra en el estado puro y originario. La unidad que tienen que realizar sobre esta tierra los cristianos no es más que una imitación lo más conforme posible con el modelo divino. (BENEDICTO XVI presenta a san Ignacio de Antioquía, 14 marzo 2007.
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